Mibelis Acevedo Donís
El Universal, 29/06/2015
La discusión sobre el espinoso tema de los logros del chavismo con un fervoroso adepto a la Revolución, nos conduce inexorable hacia uno de los pivotes de la propaganda oficial: la gestión en educación. "No me pueden negar que este gobierno ha masificado la educación. Se han construido más de 40 universidades y la matrícula aumentó en forma sustancial". En efecto, si algo ha sido prioridad para el chavismo es la inversión de ingentes recursos en el lanzamiento de Misiones, numerosos programas educativos y universidades donde se forma el "Hombre Nuevo", garantía de perpetuación del Socialismo del SXXI. La "nueva" masificación de la educación en Venezuela (realmente, este proceso comienza a consolidarse en 1958, tras la instauración de la democracia) buscó traducirse en ruidosas cifras -hoy se habla de 2,7 millones de universitarios- destinadas a impactar a los organismos internacionales, a quienes no ha quedado más camino que reconocerlas como reflejo de los "aciertos" del Gobierno. En 2014, Unesco ubicaba a nuestro país (mismo donde los docentes lidian con el salario más bajo de Latinoamérica, según cifras de FAPUV; donde la falta de presupuesto asfixia la investigación o las escuelas básicas acusan techos rotos) en el 5to puesto en el mundo y el 2do en el continente por el tamaño de su matrícula universitaria.
En este terreno, pareciera que la masificación, entendida como el intento democrático de hacer que el aparato educativo garantice amplia inclusión e igualdad de oportunidades a la mayor cantidad de gente, con el fin de desarrollar aptitudes y formar ciudadanos productivos y con conciencia individual, luce de hecho como un útil avío para el desarrollo integral de una nación: "Son los hombres formados adecuadamente los que generan riqueza y desarrollo", insistía el maestro Prieto Figueroa. Pero el caso venezolano plantea no sólo el axiomático dilema de la caótica cantidad atentando contra la calidad y la excelencia, sino hasta qué punto esa interesada masificación redunda en la pérdida de atributos particulares de la cultura política de un país; cómo la homogenización ideológica contenida en el moldeado de ese "Hombre nuevo" compromete la libertad individual y desdibuja ese singular ejercicio del sujeto político, la ciudadanía democrática que se pervierte en la idea de la "masa". Bajo los cánones de cierto populismo obcecado con la idea de cambiar la historia -para lo cual, precisa de la unificación del pensamiento de sus legiones- es intolerable la existencia y participación activa de un ciudadano capaz de una verdadera construcción colectiva. Por ello, urge disciplinarlo.