Gioconda San Blas
En estos días, quienes circulan al mediodía por las inmediaciones del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC) se han topado con miembros de su personal científico protestando por bajos sueldos y pobres condiciones de laboratorios, en eco de reclamos similares provenientes de los claustros universitarios.
No es para menos. Un sueldo máximo equivalente a US$ 95 (sí, noventa y cinco dólares; cálculos basados en cambio oficial Simadi), luego de dilatados estudios de licenciatura, maestría y doctorado, seguidos de más estudio y desvelo por largos años para llegar al tope de la escala académica, es vejatorio para el científico, no sólo al compararlo con sueldos de categorías equivalentes en países de la región (Brasil, México, Ecuador; entre US$ 5 y 7 mil), sino también cotejado con el propio sueldo cuando décadas atrás comenzábamos la carrera ganando el equivalente a US$ 1.500, entonces comparable con otros países. US$ 95 o menos… bien lejos de la canasta básica familiar de mayo de 2015, calculada en US$ 215, de por sí un presupuesto mínimo de sobrevivencia.