Antonio Pérez Esclarín
21/02/2017
El Gobierno insiste en que, entre los logros más importantes de estos años de “revolución”, está la educación, añadiéndole además la palabrita mágica de “calidad”. No dudo que se han hecho grandes esfuerzos en cantidad y dotación, pero la calidad sigue siendo una materia pendiente. Conozco bachilleres que son incapaces de comprender un texto sencillo y licenciados y hasta magisters que no logran expresarse ni oral o por escrito con la mínima coherencia. Además, a la palabrita se le dan significados muy diversos. Para mí, es de calidad la educación que permite a todos el desarrollo de sus talentos y capacidades creativas, de modo que cada uno pueda responsabilizarse de sí mismo y alcanzar su plenitud humana. Educación que despierta el gusto por aprender, por superarse permanentemente, que fomenta la creatividad, el emprendimiento, la libertad y el amor. Educación que enseña a vivir y a convivir, a defender la vida, a dar la vida para que todos podamos vivir con dignidad y contribuir a la construcción de un mundo mejor. En breve, la educación es de calidad si forma personas y ciudadanos de calidad.