Luis Porter
LAISUM, México, 08/09/2013
Ilustración: Natalia Porter
Así que, de momento, nada de adiós muchachos,
me duermo en los entierros de mi generación;
cada noche me invento, todavía me emborracho;
tan joven y tan viejo, like a rolling stone.
Joaquín Sabina
Una tarde su jefe de departamento le envió un mensaje que decía: “Necesito verte con urgencia, no es nada grave”. El sabía que un mensaje así era alarmante porque en la universidad nada es urgente y todo es grave. Acudió con cierta curiosidad ante la insólita invitación, y una vez sentado frente al jefe, éste le dijo en un tono innecesariamente confidencial, que existía una oferta interesante, dependiendo de su antigüedad, para tramitar su “retiro anticipado”. El profesor más de una vez había pensado en retirarse, pero en todas le había costado poco entender que no le convenía. Nadie de la administración había pensado en un plan interesante para ellos, todo se reducía a fórmulas y paseos por los irracionales laberintos administrativos, para lo que ya no tenía energía. Por ello preguntó con el tono del que no espera nada: ¿incluye esta oferta alguna forma de seguir activos, continuar nuestros proyectos, tener algún espacio que compartir? El jefe no tuvo respuesta, ni tampoco sobre el seguro de salud, su permanencia en el SNI, ni otros “detalles” para los que “no había sido instruido con la adecuada precisión”. El profesor le preguntó si no creía más apropiado que fuera alguien mejor informado y con más autoridad, el que le hiciera algo que se pareciera a una propuesta, y no una indagatoria. El jefe contestó que eran demasiados los profesores en esta situación, que las altas autoridades no tenían tiempo para tratar el asunto en forma personal. Lo dijo con esa sonrisa de condescendencia propia del que consideraba desproporcionadas sus pretensiones.
El profesor le regresó la sonrisa, aunque con otro significado: una mezcla de lástima por el mal papel al que se prestaba, y la dosis de indiferencia que le otorgaba su plaza definitiva. Sin embargo, al salir del breve encuentro, sintió como una garra sujetándole la garganta. No entendía por qué de pronto se sentía tan mal, había pasado más de 30 años en una institución que siempre había sido indiferente con él. No debía extrañarle que ahora lo tratara como desechable. Pero eso lastimaba. Trató de sacudirse lo que quiso ver como una trampa sentimental pasajera, pero todavía después de haber bajado los tres pisos, seguía sintiendo ese ahogo. Pensó en los colegas que habían recibido propuestas similares, recordó la indignación con que se lo habían contado, misma que consideró exagerada. Pensó en las lágrimas de aquella querida amiga, misma que consideró demasiado emotiva. Le vinieron a la mente los contados amigos que se habían arrepentido de haberse retirado. A veces los veía caminando por la universidad - ¿que hacían? ¿a qué venían? - se preguntaba. La universidad no les había dado una salida honrosa. Habían salido por una puerta trasera y ahora regresaban sin razón, quizás a constatar su vejez, a confirmar que tanto dentro como fuera los años pasan cada vez más apresurados. Envejecer, se escuchó hablando con el aire. Le vino a la mente la palabra “aging”. El inglés siempre tiene palabras “políticamente correctas”, pensó. Me estoy volviendo añejo, se dijo, y sonrió imaginándose metido en una barrica de roble.
...
Pensó en su carrera. Pensó en su destino. Pensó en sus colegas y en el ambiente en que había vivido las últimas décadas. Pensó más que nada y que nadie, en los que a últimas fechas se habían muerto de súbito. Las noticias fúnebres se habían incrementado. Ahora llegábamos a la universidad temerosos de escuchar otra vez la misma noticia con un nuevo nombre. Existía una crisis existencial. Para explicarla dibujó en el pizarrón una matriz de doble entrada para relacionar variables. La audiencia lo observaba curiosa. Arriba, en tres columnas verticales, la tipología de los viejos. A la izquierda, las características del clima institucional que empeoraba con cada sexenio.
Ilustración: Natalia Porter
En el grupo uno ubicaba a los profesores/as añosos que se caracterizan por haber vivido y seguir viviendo su existencia universitaria como si se tratara de un año sabático constante. No había mayor diferencia entre lo que les pasaba dentro de lo que les pasaba fuera de la universidad, porque eran mundos en armonía. Se complementaban. Mantenían una sana distancia respecto a la institución, cumplían bien con la docencia, investigaban en redes y proyectos inter-institucionales, habían creado un decoroso nombre. Originales, transdiciplinarios, multitemáticos, conectados con redes visibles, metidos en espacios dialógicos menos visibles, siempre interactuando, conversando. No habían perdido su medida en el infinito mundo de la academia. En su invisibilidad, allí estaban, manejando las demandas externas, sin abandonar su propia realización de la que dependían sus estudiantes y disfrutaban sus colegas. Eso los mantenía de buen humor, dispuestos a compartir, a seguir cuidando de su condición humana. Este es el viejo sabio, el académico-luz, ingrediente esencial para dar calidad a la universidad.
El grupo dos lo conformaba un contingente más nutrido y diverso. Menos visibles, porque prefieren mantenerse ocultos, agazapados en sus rutinas, son la sombra de lo que alguna vez fueron. Aferrados a su disciplina, monotemáticos, repetitivos en su docencia, inclinados al refrito en su limitado oficio de escribir, aislados o coludidos, sospechosos. Sin embargo ya bajo la mira, dejan ver su inestabilidad emocional que repercute en lo mental, su itinerario errático entre exabruptos y litigios, creadores de una gama de nuevas patologías tan complejas que nadie se ha atrevido todavía a estudiarlas. Es el académico-sombra, el que oscurece a la institución.
En el grupo tres, nos encontramos con un perfil tan común como corriente en la academia: esos que no toman su sabático nunca y cuando lo toman no saben que hacer con él. Son los que han logrado anular o reducir al mínimo su docencia, ser recurrentes en su tema de investigación, cuando lo tienen, convirtiéndolo en un gastado leitmotiv, y de esa forma tener tiempo para “serles útil a la institución” ejerciendo algún mando administrativo. La investidura del puesto toma el lugar del diploma o grado. Son especialistas en asuntos jurídicos, en la aplicación y expansión infinita de los reglamentos. Se personifican en los procedimientos, cuyo manejo les resulta suficiente para compensar su falta de desarrollo intelectual. A sus múltiples carencias se suma la no-autocrítica, base de su baja conciencia., expertos en maltrato, descalificación y exclusión. Es el académico-bruma, el que no deja ver.
...
Una vez planteado esta parte del esquema: luz, sombra, bruma, el conferencista se abocó a sintetizar en el otro eje, el clima de la institución. La institución, en otras épocas sitio de reflexión y encuentro, de transmisión o compartimiento de sabidurías, hoy estaba inundada con sus modernas y mortales reglas de juego: evaluaciones, puntos, méritos, credenciales. Sobre las demandas del sistema se sobreponían el mapa de las mafias, cofradías, territorios y fronteras, desafiando al sistema desde una lógica delincuencial. Las malas prácticas amparadas por un sistema basado en las apariencias. Un clima que neutraliza toda estrategia defensiva del profesorado. Nadie puede sobrevivir sin negociar. Las comisiones dictaminadoras se multiplican, definen puntos, aprueban protocolos, deciden qué se publica y qué no, etc. Es así como los académicos viejos, desde sus diferentes tipologías, ven expuestas sus emociones, hasta que ellas actúan con mayor rapidez que su inteligencia. Pareciera que no piensan en como este cúmulo de presiones externas, provenientes de las políticas aplicadas desde los diversos centros ubicados fuera de la institución, puede llegar a afectarle. No se dan cuenta que sus remedios caseros no puedan curar la enfermedad. La edad avanza tanto sobre los buenos como sobre los malos académicos. Ambos sometidos a un tipo de administración que maneja y controla su conducta por medio de lo económico y lo político, en forma similar a la de cualquier empresa autoritaria y jerárquica. Mientras nos ocupamos de hacer distinciones, que nos ayuden a ubicarnos y ubicar al colega, y entender mejor qué está ocurriendo, la institución no se preocupa por hacerlas, ni por conocer a su planta académica en términos psicológicos o anímicos. No ven distinciones entre buenos y malos, entre lúcidos y sombríos, menos aún entre sanos y patológicos. Todos somos tratados como si fuéramos malos académicos. Ni las posibles excepciones se salvan (SNIs, “distinguidos”, etc.), somos un conjunto de “madera muerta”, incluyendo los que se esconden entre las brumas de la política, donde no es necesario pertenecer al SNI para ser jefe, director, o rector. Los viejos, luces y sombras, son un lastre producto de la desidia de las políticas, de la falta de imaginación de los políticos. Es un contingente que ha crecido, ha envejecido y del que hay que deshacerse. No existen políticas de renovación, donde la calidad intelectual sea el factor clave. Amenazan con nuevas formas brumosas de convertir las plazas de tiempo completo de los viejos, en fragmentos de mercancía, sujeta a las nuevas reglas del mercado académico. Un mundo donde los jóvenes se muestran temerosos y sumisos, y los viejos juegan el anacrónico papel de ser los revolucionarios. En este ambiente, que puede resumirse como “de falta de afecto y de respeto” tanto el buen como el mal académico termina siendo simplemente un “académico viejo”.
Académicos que fueron creciendo mentalmente, y deteriorándose físicamente, condición que termina siendo la visible, por encima del talento invisible a los ojos institucionales. Y es en ese instante en que el académico viejo se pregunta: ¿Cómo es posible moverme de este sitio en el que me arrinconaron? ¿Qué hago para que mis estudiantes, colegas y hacedores de políticas reconozcan en mi las cualidades propias de los viejos? Escondida en esta pregunta está la naciente consciencia de su no-respuesta, la alternativa entre vivir o morir.
...
Ahora en el pizarrón la matriz estaba casi completa. Como en otras ocasiones giró de súbito y preguntó a la audiencia: ¿Por qué un profesor o una profesora saludable hasta ayer, hoy ya no existe? ¿Cómo impacta en la salud del viejo profesor o profesora este clima institucional? En suma, ¿Quiénes son los que se están muriendo? Ya encaramado en su palestra teorizaba: partamos de dos hipótesis cuyos marcos teóricos son muy conocidos para todos ustedes (esto lo decía con falsa certeza). La hipótesis uno gira en torno al concepto de “autopoiesis”, creado por Maturana y Varela en 1974. Significa auto producción. Se define como "el centro de la dinámica constitutiva de los sistemas vivientes". Para vivir esta dinámica en forma autónoma, los sistemas vivos necesitan recursos que obtienen del medio en que viven. La estructura de un sistema dado depende de la manera en que sus componentes se interconectan. Si esta organización pierde sentido el sistema comienza a extinguirse. Los cambios tienen un límite de tolerancia. Lo que le pasa a un sistema en un momento dado, depende de su estructura en ese mismo momento. Si la autopoiesis de cada persona se subordina a la autopoiesis de la sociedad en las que viven, el individuo es vulnerable a las condiciones de su medio, y con mas razón al inmediato, como lo es su sitio de trabajo. Un organismo desgastado por la edad, sometido a la alta presión de las incertidumbres, de las imposiciones o las demandas del entorno, terminará afectado. Si es un ser lúcido, lo hará de una manera, si es un ser de sombras, de otra. No hay partes prescindibles en los sistemas naturales. Como resultado, y siempre conservando el foco en el contexto biológico, un individuo como una sociedad puede considerarse autopoiética, sólo mientras satisfaga la autopoiesis de todos los individuos que la constituyen. Por lo que inmersos en una comunidad que nos abruma con demandas externas absurdas, y con actitudes indignas, mas las demandas personales, que dependen de la auto-valoración y disciplina del individuo, conforma un sistema que está atentando contra si mismo y por consecuencia contra la vida. Si la universidad fuera un sitio para la formación y la revitalización de los que a ella acuden, estaría cumpliendo con su función natural. Deja de serla cuando el medio, el clima organizacional, interviene alterando su calidad orgánica.
La hipótesis dos que refuerza la primera, se refiere a la experiencia en la vida cotidiana universitaria como parte de un proceso colectivo definido en la multiplicidad de acciones conjuntas que establecen la forma en que nos vemos como personas. Las respuestas que las otras personas dan a nuestro comportamiento así como el nuestro hacia nosotros mismos y hacia los demás, forman parte de los procesos constitutivos de la identidad. El tema se apoya en estudios alrededor de la constitución social de la subjetividad. La descripción de aquello que nos pasa, de lo que sentimos realizado para nosotros mismos o para los demás, constituye, de acuerdo con este punto de vista, la esencia misma de la identidad. Tal conciencia es la resultante de una experiencia plenamente subjetiva, y es esa subjetividad misma la materia de la que estaría constituida nuestra identidad y lo que se ve afectado en un medio ambiente hostil donde prevalece la falta de respeto y de afecto. Hasta que no nos decimos con palabras aquello que sentimos, y se lo decimos a los demás, no habremos obtenido la experiencia de la identidad. La identidad es un dilema entre la singularidad de uno mismo y la similitud con nuestros congéneres, entre la especificidad de la propia persona y la semejanza con los otros, entre las peculiaridades de nuestra forma de ser o sentir y la homogeneidad del comportamiento, entre lo uno y lo múltiple. Uno, ante lo múltiple de una universidad sin vida, ve mermada y por lo tanto amenazada su capacidad vital.
...
Habiendo planteado su esquema, hizo un silencio para dar lugar a la pregunta crucial: -¿Cómo responden los académicos a esta confluencia nefasta de condiciones que se ha agudizado en la universidad de hoy? - Se detuvo un instante para reconocer algunas caras, allí estaba su colega de Sonora, atento como siempre, más allá la compañera tan admirada de Nayarit, su viejo amigo de Xalapa tampoco faltaba, la admirada investigadora de la UNAM, los de Colima, Tamaulipas, Durango, Guadalajara... eran sus amigos de siempre. Se sentía honrado con su presencia. Por ello midió sus palabras para el desenlace: - No tenemos que sorprendernos por lo que está ocurriendo con nosotros, los resultados son lógicos: El universitario sensible, el que mantiene su luz hasta la vejez, envuelto por las crecientes condiciones negativas del medio, que no dan sitio para la presión que viene del malestar que ello le produce y de sus propias demandas, se verá súbitamente agotado, al límite de su resistencia, expuesto a desfallecer y por lo tanto es el que nos sorprende con una muerte súbita. El universitario de las sombras, víctima de su falta de auto-demanda y de sus constantes y sucesivos reacomodos a la realidad decadente, sobrevive físicamente, pero ha ido perdiendo la razón hasta formar parte de la diversidad de patologías esmeradamente auto cultivadas. Los no-universitarios, los que se sumieron en la bruma de la des-organización sostenida por el andamiaje del marco jurídico, sobrevivirán dentro de una existencia no muy diferente a la de la mala yerba.
¿Cómo validar estas conclusiones? - preguntó - Les pidió que hicieran una lista de los exponentes de la comunidad que forma su radio de acción, incluyéndose. Les pidió que intentaran definirse y definirlos adaptándose a esta matriz, o utilizando la nomenclatura o tipología que más les acomodara. Continuó: - No olvidemos, que una de las situaciones sorprendentes que rebasa a los más rigurosos investigadores educativos, es que en la academia, sin mayor necesidad de encuestas o análisis, se sabe, con un margen insignificante de duda, quiénes son unos y quiénes son otros, quiénes son las luces y quiénes las sombras, quienes mantuvieron su cordura y quiénes se volvieron locos. Con un poco más de tiempo y esfuerzo, también es posible imaginar una institución educativa en la que el respeto y el afecto se reconstituyan. En una universidad ideal por imaginada, utópica pero no imposible, el viejo-luz, resplandecería, el viejo-sombra, recobraría la luz perdida, y el que tiene ánimos organizativos, desplazaría de las brumas el actual gastado estilo de gobernar, para convertirlo en la suma de liderazgos capaces de reflexionar en la acción, que tanto necesitamos.-
El hecho indiscutible es que en cada institución educativa de hoy, todos nos encontramos en el inexorable camino de ser académicos-mayores, con treinta años de labor cumplida. Todos estamos o estaremos a punto de recibir el llamado de nuestro jefe para enfrentarnos o seguir evadiendo la inevitable ventanilla del retiro. Podemos mirarnos al espejo y no reconocernos como aquél profesor o profesora, que en algún momento decidió ser un intelectual y desarrollar su trabajo como una forma de realización personal que le proporcionara placer. Si la universidad pretende salvarse, habrá que abandonar la poltrona en que hemos convertido nuestra plaza, salirnos del juego de las alianzas, que permiten sobrevivir en el mal-ocio y la gastada-rutina, superar los injustificados y cobardes enconos, y recuperar nuestra vocación y nuestra capacidad creativa y lo que es más importante, el cariño y el respeto por los demás. - Si esto ocurre, - dijo por fin el conferenciante acomedido- podremos aspirar a llegar a un final honroso.
Extraordinario análisis, es la visión del que vivió la universidad y se encontró con el paso de los años y la incertidumbre de la antagónica institución, la que uno ama, pero que provoca estos sentimientos. Lo triste es que la institución somos los hombre y mujeres que habitamos en ella.
ResponderEliminar