Arnoldo Castilla
LAISUM, México, 13/11/2013
En días pasados, acudimos en la ciudad
de Tecate a un panel que se denominó “Reflexiones Universitarias sobre
los Derechos humanos”, organizado por el Centro de Estudios sobre la
Universidad de la UABC y dirigido por el Dr. Alfredo Félix Buenrostro
Ceballos, Presidente del mismo. El tema fue la Autonomía Universitaria
en lo general, y en lo particular la libertad de cátedra.
La
libertad de cátedra esta estrechamente vinculada con la libertad de
expresión y de conciencia, y es el apoyo intelectual, moral y político
de la autonomía universitaria, tan devaluada en estos tiempos en que
rigen los Estados autoritarios y antidemocráticos.
Si
en la universidad no se conocen y discuten todas las corrientes de
pensamiento, no hay espacio para la libertad de conciencia y de expresión.
Hay quienes sostienen que la libertad de cátedra la ejercemos los profesores universitarios cuando exponemos un tema de los que forman parte de la carta descriptiva, instrumento académico que tiende a normar contenidos, tiempos de exposición y recursos didácticos para exponerlo. En mi concepto, cuando una universidad enajena su autonomía al Estado, es a través de la fijación de temas o de la supresión de los mismos en la carta descriptiva, como puede vulnerarse la libertad de cátedra y por lo tanto la autonomía universitaria. Es a mi juicio, correcto que de antemano se determinen genéricamente los temas a tratar en una cátedra, pero tanto el profesor como los alumnos están en libertad de darle la orientación teórica y metodológica que consideren conveniente, y es mas, me atrevo a decir que gran parte de la función del profesor de ciencias humanas, es no solo abrir la puerta a todas las corrientes del pensamiento, sino también debe de hacerlo con profundo sentido crítico-dialéctico.
Me asusta una Universidad que teme abrir espacios a la discusión de corrientes de pensamiento radical, pues el miedo a tesis que disienten con la cultura pasiva, sin compromiso, sin critica, comodona y forjadora de una erudición pragmática, no tiene sentido ni repercute en la formación humanística que deben tener nuestros alumnos.
La Universidad es un censor moral, político y económico de la sociedad. Su compromiso radica en lograr una interpretación objetiva de la realidad social y científica de un país. Se equivocan quienes consideran a las universidades como maquiladoras de profesionistas, listos y preparados para servir a los intereses de la economía global. Si bien es cierto la formación en ciencias y artes de un universitario, va encaminada a prestar servicios a la comunidad, no debe ser esta su única y preponderante función. En el universitario, debe de existir un espíritu abierto, transformador, generoso y honesto, que se contradice cuando los profesionistas que forma se convierten en agentes mercantiles.
Cuando un médico opera a un enfermo, sin ser necesaria esta intervención quirúrgica; un abogado cobra una defensa que no ejerce; o un arquitecto o ingeniero construye viviendas que pronto habrán de derribarse, hay síntomas de quiebra en los principios universitarios que debe presidir la conducta de todo egresado. Y cuando una universidad permite que el Estado limite su libertad de cátedra, influya en la designación de sus autoridades, elija los caminos que habrá de seguir en su orientación ideológica, esa universidad habrá fracasado.
La Universidad es una suma de talentos, pero es también el esfuerzo de un grupo de personas con valores; si esto no se da, tendremos una escuela tal vez buena o mala, pero no una universidad.
NOTA: Se Afirma que mientras el Estado proporcione el dinero que sostiene a las universidades públicas, éstas no serán autónomas, sin embargo, yo afirmo que es al Estado al que le conviene la presencia de la universidad como censor social, y para mejor desempeño de esta tarea, lo recomendable es fijar para cada universidad autónoma y pública, un porcentaje del presupuesto de egresos del gobierno de cada Estado.
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