Mariano Jabonero Blanco
El País, 07/02/2015
Han pasado setenta años desde que la carta constitutiva de la UNESCO, aprobada en Londres en 1945, aun al calor del espanto de la gran guerra, asumiera como objetivo "… asegurar a todos el pleno e igual acceso a la educación, la libre búsqueda de su verdad objetiva y el libre intercambio de ideas y conocimientos". Después de años en los que la violencia extrema fue el trágico resultado de la confrontación frente a totalitarismos dogmáticos, la creación de la UNESCO representó una apuesta decidida a favor de un futuro de vida para la humanidad que mereciera la pena ser vivido y disfrutado en libertad, paz y tolerancia. En esa apuesta la comunidad internacional depositó una confianza ilimitada en el ser humano y en la educación; en la mencionada carta constitutiva se dice lo que hoy está grabado en diferentes idiomas en un gran monolito en la sede de la UNESCO en París: “Puesto que las guerras nacen en las mentes de los hombres, es en la mente de los hombres donde deben erigirse los baluartes de la paz”.
Desde aquel momento fundacional han transcurrido varias décadas y hoy, lamentablemente, somos testigos de que la intolerancia, el sectarismo y la violencia no solo no se han erradicado, sino que en determinados lugares parecen recrudecer su virulenta actividad. Junto a ello, también comprobamos con tristeza que para muchos la fortaleza renovadora que en aquellos momentos se atribuía a la educación, ha decaído o, al menos, se ha relativizado. Es cierto que cada día son más lo que defienden el valor de educar; sin embargo, es una defensa que nos hace temer que se trata de algo parecido a la justificación defensiva o exculpatoria de una sociedad que, en el fondo, ha perdido fe en el auténtico valor de la educación. Así, cada vez son más los que atribuyen a la educación un mero valor instrumental, lo que en términos coloquiales se califica, con un reduccionismo preocupante, como un valor agregado _¿agregado a qué o para qué?_, o como un tema o producto más o menos oportuno o novedoso digno de promoción u oferta, opción que podría situarse en lo que Mario Vargas Llosa denomina civilización del espectáculo.
Frente a este tipo de opiniones, debemos seguir considerando que la educación es un derecho fundamental y en circunstancias de crisis, incertidumbres y enfrentamientos, como las que vivimos en estos momentos, que es un componente imprescindible que debe formar parte del rearme democrático y ético necesario para superar estas situaciones. Para ello, la trayectoria histórica de UNESCO es un ejemplo de permanencia temporal y persistencia en el esfuerzo: recurriendo a la famosa cita de Brecht, la historia de UNESCO demuestra que solo los que perseveran tiempo y tiempo sin desfallecer, son imprescindibles.
La agenda de actividades de UNESCO está señalada por hitos históricos, como fueron las conferencias de Montreal, Nairobi o Teherán, que ayudaron en su momento a definir y construir políticas públicas a favor de la educación en una gran diversidad de países. Más recientemente, las conferencias de Jomtiem, Ammán o Dakar dieron lugar a la creación y puesta en marcha, junto con otras agencias de Naciones Unidas, los gobiernos y la sociedad civil, del gran movimiento Educación para Todos. En concreto, en Dakar se acordó un Marco de Acción, coordinado por UNESCO, con seis objetivos básicos para garantizar en todo el mundo la educación básica de calidad a niños, jóvenes y adultos, objetivos de los que todos los países tienen que rendir cuentas en el presente año de 2015.
La educación es un derecho fundamental y, en circunstancias de crisis, un componente imprescindible para el rearme democrático y ético
Si bien es cierto que UNESCO ha sufrido momentos de crisis y atravesado situaciones de dificultades y cuestionamientos por diferentes motivos, hoy podemos asegurar que por su larga trayectoria, actividad ininterrumpida y liderazgo, se ha convertido en un sólido referente educativo mundial. En sus foros de debate y conferencias se ha intercambiado ingente y cualificada información; a instancias de ella se acordaron metas y objetivos a favor de la extensión y mejora de la educación para todos, que inspiraron las agendas mundiales de políticas de cooperación y desarrollo, orientaron la construcción de políticas públicas educativas nacionales e hicieron posible su seguimiento y evaluación.
Sus expertos asesoran a gobiernos en los más variados lugares del mundo y sus informes y estadísticas han servido para poner de manifiesto la realidad. Gracias a ellos, a pesar de no pocos casos de desinterés, ocultación o malestar por parte de determinados gobiernos, los ciudadanos pudieron saber la existencia de insoportables niveles de analfabetismo, las bajas tasas de escolarización o las vergonzantes desigualdades que sufrían niños o jóvenes por razones de género, etnia, niveles de renta u otras circunstancias: frente a posiciones que pretenden ocultar los problemas y carencias para no asumir compromisos de cambio y mejora, UNESCO contribuyó decididamente a transparentar la realidad para, gracias a ello, poder llevar a cabo acciones que ofrezcan mejores oportunidades para todos.
Según la OCDE, las competencias transforman las vidas de las personas. Sin ellas las personas se excluyen de las sociedades y de las economías. Sin personas educadas y con competencias permanentemente actualizadas el desarrollo de los países languidece y se producen graves desventajas económicas, pero no menos graves desventajas sociales; como son tener peor salud, sentirse objeto y no sujeto político o padecer un bajo nivel de estima y fuerte desconfianza hacia los demás.
Son momentos en los que hay que creer y apostar por la importancia estratégica que tienen UNESCO y otras organizaciones con fines similares, tanto gubernamentales como no gubernamentales: setenta años acreditan institucionalidad, reputación, trayectoria, experiencia, competencia y dimensión global; requisitos todos ellos imprescindibles para poder erigir en las cabezas de todas las mujeres y hombres, los baluartes de paz, y hacerlo desde la educación y a través de la educación.
Mariano Jabonero Blanco es director de Educación de la Fundación Santillana.
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