Gioconda San Blas
Abril de 2015 viene enlutado con las memorias de dos grandes masacres: el centenario del genocidio armenio por el gobierno de los Jóvenes Turcosen el Imperio Otomano (millón y medio de asesinados) y 40 años de la toma de Phnom Pen, capital de Camboya, por los Khmer Rouge, dando inicio ala brutal dictadura de Pol Pot que bajo pretexto de formar el “hombre nuevo”, cargó con la vida de unos 2 millones de camboyanos.
En ambos casos, miles de universitarios e intelectuales (científicos, profesores, maestros, escritores, músicos, artistas y otros) encabezaron las listas de personas encarceladas o fusiladas, como enemigos burgueses, de etnia o pensamiento.
Las universidades, las instituciones educativas y culturales se resintieron, en un caso por la sustitución de cátedras con figuras complacientesy en otro, por una política deliberada de desprecio a lo intelectual, en aras de retrotraer a todo un país a un pasado agrario de supuesta gloria.
Son múltiples los ejemplos históricos que ponen a la universidad y a los intelectuales en la mira de gobiernos autoritarios.Ya no por asesinatos en masa, porque las redes sociales los harían evidentes. Ahora el estilo es más sofisticado, para guardar las apariencias: acallar las voces libertarias de la academia ahogando las corporaciones que las albergan,en una política premeditada de muerte lenta institucional.
Porque la universidad, la ciencia y el desarrollo de nuevos conocimientos siempre traen asociadas una molesta (para ellos) libertad de pensamiento y cátedra, medular a la academia.
Todo esto me viene a la mente, guardando las distancias, cuando veo la precariedad creciente de nuestras instituciones universitarias y científicas.En reiteradas ocasiones, la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales y otras Academias,la Asociación Venezolana para el Avance de la Ciencia, más personalidades y organismos ligados a la vida académica, han denunciado el deterioro progresivo de nuestras universidades e institutos de investigación, debido:
(i) Al constante asedio a la autonomía universitaria.
(ii) Al cerco presupuestario que frena las tareas docentes y de investigación y obligan al cierre de laboratorios y postgrados.
(iii) A las deserciones de profesores e investigadores, por jubilación o renuncia, para ir a destinos mejor remunerados dentro del país o fuera de él.
(iv) A distorsionesen los mecanismos de elección de autoridades.
Lo más indignante es que esta política destinada a sojuzgar la universidad autónoma es estimulada por personajes egresados de las propias aulas universitarias, algunos de ellos incorporados a su cuerpo profesoral. Durmiendo con el enemigo, pues.
En versión aséptica moderna, es como si hubiera renacido Martín Espinosa, lugarteniente de Ezequiel Zamora, quien al grito de “¡Mueran los blancos y los que sepan leer y escribir!” llenó de espanto y sangre la tierra venezolana durante la Guerra Federal.
Mucho ataca el régimen a las universidades autónomas, tal vez porque resiente la distancia intelectual que lo separa de ellas. Pero ¡cómo valora sus símbolos! Si así no fuese ¿cómo explicar el doctorado honoris causa que la universidad bolivariana le ha otorgado al presidente? Ante esto, viene a cuento el famoso lema de la Universidad de Salamanca: “lo que la naturaleza no da, Salamanca no presta”.
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