José Rafael Herrera
El Nacional, 27/11/2014
Gran revuelo entre los sectores vinculados con la oposición venezolana ha causado lo que consideran un auténtico atropello contra los fundamentos mismos del sistema democrático, contra sus fundamentos filosóficos y políticos, contra la libertad de expresión, la disidencia, la diversidad, la tolerancia, los derechos humanos y, por supuesto, contra la propia Constitución Nacional de la República, para no decir contra toda la legislación emitida por la Organización de las Naciones Unidas, incluida la Carta Democrática. Todo lo cual –argumentan– se traduce en una agresión abierta y directa contra los ciudadanos y sus inclinaciones, sus distintas y múltiples maneras de ser y de pensar. En última instancia, se trata de un golpe directo contra las bases mismas, precisamente, los principios de la democracia como concepto y como praxis de vida. Y todo ello se concentra en la progresiva implementación y en la cada vez mayor imposición, por parte del régimen chavecista, del así llamado “pensamiento único”. Una “original concepción del mundo y de la vida” –una novísima “Weltanschauung”–, presumiblemente inspirada en las filosofías partidarias de la estatolatría y la autocracia, cuya instrumentalización práctica y cuyas secuelas inmediatas se traducen en un auténtico flagelo, un atropello, una “zurra” sistémica. En una expresión, en la concretización del sectarismo, la violencia y el odio institucionalizados, y, por supuesto, en la clara y evidente adopción del comportamiento característico de los regímenes totalitarios.
No obstante, a nuestra buena y valiente oposición –la mayor de las veces, orientada por la sobriedad propia del sentido común– parece habérsele olvidado –last but not least– un detalle, tal vez, de no menor importancia, a saber: el hecho de que tanto la descripción como la denuncia que ha venido continuamente ejerciendo de este fenómeno histórico –el “pensamiento único” propiamente dicho– carece de concepto. En otros términos –gratos, por cierto, al modo de interpretar que desde hace ya unos cuantos años la caracteriza–, es necesario saber, ante todo, qué significa –qué quiere decir– “pensamiento único”. ¿Qué es, pues, “esto” a lo que se le llama “pensamiento único? Es probable que la respuesta a esta pregunta no sea tan sencilla como la formulación de la pregunta misma, precisamente porque en el núcleo –o sea, en el nervio central– de la expresión se puede sorprender la presencia de una “contradictio in terminis”. Sí: de una contradicción en los términos.
En efecto, existe una incompatibilidad, una incongruencia de origen –una falla sísmica, si se quiere– en la propia composición de dicho concepto. Porque si se habla de “pensamiento” no se puede hablar de “único” y si se habla de “único” no se puede hablar de “pensamiento”. No hay “pensamiento único”, porque para que haya pensamiento propiamente dicho es absolutamente imprescindible –siendo esta su “conditio sine qua non”– que haya juicio y, en ningún caso, pre-juicio. De hecho, juzgar –en-juiciar– significa pensar, objetar, ya que el juicio es –desde Kant hasta la fecha– pensamiento en acto, la “actio mentis”, o la actividad constitutiva del pensamiento. El pensamiento es, pues, acción consciente, y toda acción consciente es, en sustancia, voluntad libre, es decir, libertad. Nada hay más libre que el pensamiento, porque el pensamiento y la libertad son idénticos. Pero la libertad solo puede ser el resultado de la diferencia, de la capacidad de expresar, no sin la suficiente madurez, el propio deseo y asumirlo. La libertad es la justa correlación existente entre el concepto de derecho y la existencia real del derecho, más allá de las meras formalidades inherentes al “deber ser”. Por eso mismo, la libertad tiene que ser reconocida en su concepto y en su existencia. El reino de la libertad es, pues, el reino del derecho. Una sociedad carente de derechos no es una sociedad libre y, por cierto, en ella tampoco hay pensamiento propiamente dicho. En consecuencia, la voluntad es libre en tanto que es pensamiento que se traduce en realidad y, por tanto, en “actividad sensitiva humana”. Sujeto que se hace Objeto: Gedanken konkretum.
Ni el chavecismo ni esa “cosa” llamada “pensamiento único”, que deriva por cierto directamente de sus entrañas, son efectivamente un “pensamiento”. Quizá la fórmula lo “único”, en el sentido de su condición unidimensional, como la denominaba Marcuse, le resulte apropiada, pero objetivamente es inadecuada la contracción de dicho término con el de pensamiento. Su corolario impone la imperiosa necesidad de no pensar y, más aún, de aplastar cualquier forma de pensamiento y, por ende, de libertad.
Por lo demás, de “pensamiento único” habló, en 1819, Arthur Schopenhauer, no Marx. El viejo autor de El mundo como voluntad y representación designó bajo semejante bodrio el “pensamiento” que “se sostiene a sí mismo, constituyendo una unidad lógica independiente, sin tener que hacer referencia a otros componentes de un sistema de pensamiento”, en síntesis, se trata de un no-pensamiento. En realidad, más allá de toda argumentación que se pretenda hacer al respecto, la contradictoria idea de un “pensamiento único” solo contiene una vulgar retórica que oculta las pretensiones dogmáticas, sectarias, inquisidoras, en fin, religiosas –en el sentido de la positividad– de un grupo de “iluminados” ignorantes –como se comprenderá, una fórmula igualmente contradictoria– que, para poder ocultar su débil formación conceptual o académica, presumen de una serie de retazos y derivados de las torpes “percepciones de oídas o por experiencia”, como las definía Spinoza, que son en realidad un amasijo de pre-juicios y de pre-suposiciones, desechos sólidos y tóxicos de los “conversatorios” nocturnos, bajo la luz del poste de la esquina o de la mesita del cafetín.
Más “sensus comunis” que pensamiento y libertad. Por cierto, alguien ha dicho, contradiciendo la conocida opinión de Descartes, que el sentido común es el sentido peor repartido que existe en el mundo. Pero se equivocaba de plano. El sentido común no es una entidad natural, independiente de la formación histórica, social y cultural de los pueblos. El sentido común de los europeos o de los norteamericanos no es idéntico, como, por supuesto, tampoco lo es el de los latinoamericanos. Depende del tipo de creencias, de mitos o de las diversas manifestaciones lingüísticas registradas y transfiguradas en signos y símbolos –precisamente, del sentido común– que se acumulen históricamente en el interior de una determinada sociedad. Y porque no son “naturales” tampoco son fijas o eternas. Cambian con el tiempo y bajo ciertas condiciones históricas. Y ese es precisamente el reto de una oposición que acusa la presencia de un “pensamiento único” sin percatarse de que ya ha sido penetrada por sus contenidos. La no tolerancia, la no aceptación del debate como una clara manifestación del ejercicio de la inteligencia –también presente en la oposición, e incluso entre sectores opositores–, es ya, de suyo, una prueba fehaciente de que la incongruencia del “pensamiento único”, se ha instalado en el espíritu de los venezolanos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario