Mariano Nava Contreras
El Universal, 04/12/2015
"La Alegoría de la Caverna queda, pues, como un imperativo ético dirigido a los ciudadanos para que busquemos la verdad más allá de las sombras que tratan de imponernos, para que nos convirtamos en factores de superación colectiva y, sobre todo, para que nos atrevamos a ser libres y salir de la caverna"
Qué duda cabe, una de las alegorías más célebres de toda la literatura, no solo filosófica, es la llamada "Alegoría de la Caverna" que está en el libro VII de la República de Platón. Alegoría, que no mito, pues si durante siglos se le tuvo por tal, hoy la ciencia literaria conviene en que no posee los elementos necesarios para ser así considerada, y sí como alegoría. Es verdad que diferenciar entre ambos no es sencillo. El mito sería, si nos atenemos a su estricta etimología, una narración sobre hechos o personajes concretos. Para un antiguo griego, mythos significaba simplemente un relato, una narración, independientemente de su carácter religioso o trascendental. La alegoría sería algo parecido, pues consiste en una representación cuyos elementos adquieren significación simbólica. La diferencia está en que el mito generalmente se desarrolla en base a personajes, hechos, lugares o tiempos narrativamente concretos, como la Guerra de Troya o Prometeo, aunque los hechos narrados sean fabulosos. Es por eso que las relaciones entre mito y literatura son tan especiales.
Al comienzo del libro VII de su República, Platón nos describe la curiosa situación de unos hombres que se encuentran prisioneros dentro de una caverna. Están sentados de espaldas a la entrada y encadenados en las piernas y la cabeza, de modo que no pueden voltear hacia el exterior. Tras ellos, una fogata proyecta la luz hacia el fondo, y entre ellos y la fogata unos hombres interponen figuras hechas de piedra y madera que representan los objetos reales, de modo que lo único que los prisioneros pueden ver son sus sombras. Los prisioneros juran que esas sombras son la realidad, y de hecho son su realidad. Entonces Platón se pregunta qué pasaría si uno de estos prisioneros se liberara y pudiera salir y ver el mundo real. Qué pasaría si se enterara de que lo que ha visto durante toda su vida no son más que las sombras de unos monigotes, si se diera cuenta de la miserable situación de él y sus compañeros. Platón imagina cómo sería el fatigoso camino de este liberado que trata de salir de la caverna e insiste una y otra vez en lo mucho que le dolerían los ojos al tratar de ver por primera vez la luz verdadera, cuánto le costaría acostumbrarse a ver el mundo real. Y entonces, sigue Platón, recordaría a sus antiguos compañeros de prisión y se compadecería de ellos, pensando en cómo han pasado toda su vida engañados, creyendo que el mundo real es apenas las sombras de los monigotes que ven reflejadas en el fondo de la caverna.
Platón continúa y se pregunta: ¿qué pasaría si este hombre liberado que ha visto por fin la luz y el mundo real decidiera volver a la caverna y contarles a sus compañeros lo que ha visto, decirles que afuera hay un mundo brillante y luminoso y que lo que ellos han visto hasta ahora no tiene nada que ver con ese mundo y no es más que las sombras de unas malas imitaciones? ¿Le creerían acaso sus compañeros? ¿No se burlarían pensando que ha regresado enfermo de la vista o de la cabeza? ¿Acaso no lo matarían, incluso, si nuestro amigo intentara liberarlos de sus cadenas y ayudarlos a escapar?
No es difícil entender por qué pocos lugares de la obra platónica han tenido tal impacto, pocas imágenes han sido más comentadas, pocas han suscitado más interpretaciones a lo largo de los siglos. Cicerón, que escribió también una República, le dedica no pocos comentarios, pero también José Saramago escribió una novela inspirada en ella (La caverna, 2000), y Peter Weir (El show de Truman, 1998) o los hermanos Wachowski (The Matrix, 1998) han dado fe de su impronta en el cine. Las más inmediatas interpretaciones identificaron a este liberado que ve la luz del conocimiento y la realidad de las cosas, y es sacrificado por los mismos compañeros a los que trata de liberar, con Sócrates, el maestro condenado a muerte por los atenienses en el 399 a.C., unos diez años antes de que Platón comenzara a escribir su República. Por su parte, otros no tardaron en vincular el relato con aspectos ontológicos y epistemológicos de la filosofía platónica. Sin embargo, es el mismo Platón quien nos da la clave para que comprendamos su texto, pues al comienzo del mismo nos dice: "compara con la siguiente escena el estado en que, respecto de la educación o de la falta de ella, se halla nuestra naturaleza".
Por lo demás, no debemos olvidar que la República es, ante todo, un tratado político, y que la política y la educación, ya desde los antiguos griegos, están íntimamente ligadas. Platón busca mostrarnos la esencial relación que hay entre libertad y conocimiento. La Alegoría de la Caverna queda, pues, como un imperativo ético dirigido a los ciudadanos para que busquemos la verdad más allá de las sombras que tratan de imponernos, para que nos convirtamos en factores de superación colectiva y, sobre todo, para que nos atrevamos a ser libres y salir de la caverna.
@MarianoNava
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