lunes, 5 de agosto de 2013

Autonomía y humanidades



El lingüista y filólogo José G. Moreno de Alba—Premio Nacional de Ciencias y Artes en Lingüística y Literatura 2008— reflexiona en este texto acerca de la importancia cardinal de la autonomía universitaria para la investigación en todas las áreas del conocimiento.

Es para mí un alto honor hablar en nombre de Jorge López Páez y Álvaro Matute compañeros profesores de esta Facultad y en el mío propio, para agradecer este cariñoso reconocimiento por haber obtenido recientemente el Premio Nacional. Me pareció que un asunto que por igual interesa a los tres premiados y, obviamente, a los profesores y estudiantes de la Facultad es el de la importancia del estudio de las humanidades en la Universidad. Con su venia deseo relacionar este tema con otro concepto, igualmente destacable: el de la autonomía universitaria.

No ignoro que hay personas para quienes no parece hoy justificado el calificativo nacional aplicado a nuestra Universidad. Por mi parte opino que ha sido y seguirá siendo nacional no sólo porque, con sus innumerables dependencias y recintos, se extiende geográficamente por todo el país, sino de manera destacada porque el prestigio de muchos de sus profesores e investigadores, así como la calidad y cantidad de sus posgrados la hacen sin duda la Universidad de todos los mexicanos, la Universidad Nacional de México. Estos razonamientos podrían parecer demagógicos o retóricos. Nada más lejos de la verdad. Bastaría señalar que en recientes listas mundiales de universidades de calidad, la nuestra, en México, es siempre la primera. 

Si algunos quisieran escatimarle injustamente a nuestra Casa el adjetivo nacional, creo, por lo contrario, que nadie se atrevería a decir que sólo en el nombre es autónoma. Desde que algunos destacados universitarios obtuvieron para la Universidad Nacional de México su autonomía, ahora hace ochenta años, esta Casa la viene ejerciendo cotidianamente. Ha sido tan decidido, tan inteligente y tan constante este ejercicio por parte de la UNAM, que hubo necesidad de reformar la Constitución para elevar a ese rango la autonomía. Nos hemos ganado a pulso ese derecho, que redunda no sólo en beneficio de la propia Universidad sino, destacadamente, de todo el país. Ha sido tan claro o, mejor, tan preclaro el ejemplo de la UNAM, que después de ella ya son muchas las universidades mexicanas que ostentan hoy con justicia y dignidad el carácter de autónomas. También el liderazgo de nuestra Universidad en el ejercicio de su autonomía puede verse como otra formidable razón para que siga siendo nacional, para que siga siendo la primera Universidad de todos los mexicanos.

Permítanme referirme, brevemente, a la manera en que yo siento que la autonomía influye en la actividad intelectual de los humanistas en general y de los filólogos en particular. Comienzo por hacer algunas precisiones sobre conceptos que suelen repetirse a veces de manera mecánica, sin suficiente reflexión. Suele decirse, por ejemplo, que la Universidad tiene entre sus principales obligaciones —además, claro está, de formar profesionistas responsables—la de contribuir a la solución de los grandes problemas nacionales. Entre estos, no sin razón, se mencionan la pobreza, la falta de salud, la flaca economía, la inseguridad, el desempleo, el subempleo, etcétera. No niego que éstos son problemas y no sólo eso sino que son grandes problemas. Sin embargo, no es muy común poner, en la lista de estas abrumadoras dolencias y carencias, la falta de educación de calidad. Un breve paréntesis. Hace algunos años fui invitado a Corea del Sur, para dar conferencias en los departamentos de español de algunas universidades de aquel país. Conversando en español con algunos viejos profesores, les pregunté cómo se había logrado, en tan poco tiempo, en el caso de Corea, el paso del subdesarrollo a un casi primer mundo. Me explicaron algo que no se me olvidará: cuando, después de la guerra de Corea, se percataron de que era un país pobre, sin petróleo, sin tecnología, sin minería, casi sin nada, y de que lo único que tenía era, sin embargo, lo más valioso: la gente. Decidieron entonces a postar todo a la educación. Y, en veinte años, dejaron atrás la pobreza y la insalubridad. Un pueblo educado, un pueblo culto está destinado más pronto que tarde al desarrollo. 

Qué lejos está México de esa convicción. La educación no llega aquí a todos y a los que llega, les toca, por lo general, una educación de muy poca calidad. No cabe duda de que la educación o, mejor, la falta de una buena educación es uno de los más graves problemas nacionales, si no es el más grave de todos. Ahora bien, regresemos a la Universidad. La UNAM siempre ha considerado, entre los grandes problemas nacionales, que debe contribuir a resolver el de la educación. Esta generosa y, sobre todo, inteligente decisión la pudo y la puede hacer suya gracias a su bien ejercida autonomía. Trataré de explicarme. Considérese, por ejemplo, que sin una devota atención y permanente cultivo de las humanidades, resulta casi imposible, por una parte, resolver a fondo, en serio, la educación del país y, por otra, lograr que una universidad cualquiera lo sea en verdad. Una verdadera universidad se distingue de aquellas que así se llaman pero apenas lo parecen, entre otras cosas, en que en aquella se respeta y se estimula el cultivo de las humanidades. La institución, así se llame universidad, que no atiende las humanidades no merece, en mi opinión, esa nobilísima designacion. 

Gracias a la autonomía universitaria, bien ejercida, existe en la UNAM una institución tan noble como lo es la Facultad de Filosofía y Letras. En esta Universidad tiene el mismo formidable apoyo tanto el profesor de medicina, de derecho o de contaduría que tienen la grave responsabilidad de formar buenos medicos, abogados y contadores, que tanto necesita nuestro país- como el investigador que trabaja sobre metafísica o sobre fonología diacrónica. Esta generosa manera de concebir la función universitaria se debe, qué duda cabe, a la autonomía. Cuando los estudios universitarios se ven como un negocio o como una manera fácil de justificar, ante el gobierno, por ejemplo, el ejercicio de un presupuesto proveniente de los impuestos, se explica- aunque no se justifica- que se desatiendan las humanidades y se limite la oferta a unas pocas carreras de las llamadas tradicionales. Ello no sucede en la UNAM, pues - aunque ciertamente la mayor parte de sus recursos proviene de los impuestos de los ciudadanos y, por tanto, debe explicar a la sociedad y a sus representantes, puntualmente, la manera en que los emplea, y así lo viene haciendo nuestra Universidad - tiene asi mismo libertad absoluta para organizar tanto su gobierno interno cuanto, sobre todo, sus planes y proyectos académicos.

*Artículo en Revista de la UNAM

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