Alex Fergusson
El Nacional, 20/02/2014
En este debate álgido sobre la educación en general, y en especial sobre la educación universitaria, uno de los temas de agenda mas discutidos es el de la “democratización” de la universidad. Al respecto, los planteamientos desde el gobierno (y también de la oposición) parecen estar centrados en la participación paritaria de estudiantes, empleados y obreros en la elección de todas las autoridades (rectorales y decanales).
Pero es que la “democracia” va mucho más allá del asunto de la participación electoral. Desde hace mas de veinte años hemos venido señalando que la comunidad universitaria (y, por cierto, la propia sociedad venezolana) dista mucho de ser democrática. No se trata solo de elegir, se trata también, y fundamentalmente, de la participación individual y colectiva en las decisiones que afectan los distintos ámbitos del quehacer universitario, se trata de una cultura ciudadana.
Respecto a la cuestión electoral, habría que atender el asunto de la influencia del personal docente jubilado, que hoy decide, pues son mayoría en el padrón electoral. Lo demás es cuestión de lograr un modo de elegir en el cual haya participación con equidad de todos los integrantes de la comunidad universitaria. Eso es posible.
Pero luego está el problema de la centralización de la toma de todas las decisiones en manos de las autoridades: sobre el presupuesto, sus criterios y su distribución; sobre la estructura y el modelo organizacional; sobre la distribución de cargos; sobre sus pronunciamientos políticos; sobre el manejo cotidiano de los recursos provenientes de ingresos propios y donaciones. Y, más al fondo, sobre las bases epistemológicas que fundan sus conceptos sobre ciencia, tecnología, saberes, información y organización.
Se trata, entonces, en este debate sobre la democratización, de empujar a favor de la erradicación de la brutalidad burocrática, de liquidar el clientelismo político convertido en instrumento que facilitó la consolidación del actual estilo de gestión; de restituir el poder de las instancias organizativas del colectivo (asambleas de profesores, estudiantes, empleados y obreros que tienen años que no se reúnen), de liquidar la lógica perversa de las comisiones de mesa rectorales y de los decanos que manejan discrecionalmente los dineros que les son asignados; de crear los espacios para el pensamiento crítico, para el debate fecundo sin consecuencias para el que disiente; de recobrar al ciudadano para el ejercicio pleno de la democracia protagónica, recuperar la ética de la responsabilidad social, el equilibrio solidario, cooperativo y transparente de la función pública de la educación. En fin, para que el debate y las decisiones que de él se deriven permitan hacer la transición de un gobierno universitario que “se dice” democrático, pero que funciona como una autocracia, a una comunidad universitaria que funcione como una cultura realmente democrática; esto es, que la universidad se convierta en el lugar de encuentro de todas las ideas, encrucijada de culturas y sensibilidades, negada por definición al abanderamiento de alguna parcialidad. Lo que distingue este espacio como “democrático” es que deje de ser una organización que “administra carreras y apuntala el imperio de las profesiones” y despliegue su capacidad para albergar la diversidad intelectual, su condición de morada de la diferencia, su espíritu libertario respecto a cualquier forma de dogmatismo.
La democratización supone un nuevo esquema de relación entre universidad, gobierno y sociedad, donde los principios de la libertad, la autonomía responsable con rendición de cuentas, el respeto, la tolerancia y el diálogo formen parte de una plataforma de acciones que favorezcan los cambios e introduzcan una nueva dinámica interactiva signada por la calidad, la pertinencia, la equidad y que permitan el desarrollo de una estructura académica flexible, inter y transdisciplinaria, compleja, integrada, participativa y relacionada con el entorno global y local.
En este proceso de búsqueda de las verdades democráticas, sustentadas en la acción dialógica de reencuentro de la misión de la universidad con el proyecto de país, contenido en la Constitución Bolivariana, es necesario apelar a la conciencia democrática y académica de los universitarios para tejer una agenda de compromisos. Agenda que nos permita visualizar una institución que interprete y haga suyos los vientos de cambio que orientan el desarrollo del conocimiento y que asuma la calidad, la equidad, la pertinencia y la internacionalización como requerimientos básicos del quehacer de la nueva academia. Que asuma el Estado, la sociedad y el aparato productivo como su eje central de trabajo, para reflejar con su productividad el carácter rector que la sociedad le ha asignado históricamente, como reflejo de la conciencia crítica de la sociedad y forjadora de las grandes soluciones que está demandando el país, dentro de un espíritu de desarrollo social, económica, humana y ambientalmente sustentable y conformador de la riqueza producida por el esfuerzo creador del trabajo.
Los nuevos escenarios sobre los cuales transita la academia nos debe impulsar a redefinir estructuras y acciones cónsonas con nuestra misión y en concordancia con la conquista histórica de la autonomía como principio constitucional.
Volvemos a decirlo: en las actuales circunstancia y con el marco legal existente, la universidad, y por extensión el sistema de educación superior en nuestro país, no parece capaz de hacerse cargo de la producción de conocimiento y de la formación de los nuevos actores que pueblan la escena en la sociedad que emerge. La vieja universidad no es “adaptable” a la nueva época en cuyo tránsito se han roto todas las centralidades, se han desvanecido los viejos mitos y se han relativizado las antiguas hegemonías. De allí que la transformación de la universidad que promovemos debe fundamentarse en espacios verdaderamente democráticos, que puedan expresar la lógica civilizacional que está en curso, la nueva episteme que emerge, la nueva realidad socio-política y cultural que bulle en todos lados y que pueda alumbrar el camino hacia la nueva civilización que la humanidad reclama.
Democratizarla, en todo sentido y no solo en el aspecto electoral, es dar un paso adelante en el camino hacia la universidad que queremos.
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