Isabel Pereira Pizani
La destrucción avanza silenciosa, pero implacablemente, como en cualquier país comunista, arrancando pedazos de libertad, negando recursos para la investigación científica, el incremento de los salarios de los docentes y trabajadores, el mantenimiento de nuestras principales ciudades universitarias. La intención es sustituir nuestras casas de estudio por parasistemas ideologizados, cuya misión es domesticar la conciencia de los jóvenes, como sucede en Corea del Norte, en Cuba y hasta hace poco en China comunista, un país que luego de su apertura al capitalismo hoy gradúa 350.000 ingenieros cada año. Nadie duda de que el fracaso de los países se relaciona directamente con la pérdida de calidad de la educación superior y con la ideologización de la misma. Es como si a la sociedad se le apagaran los motores que garantizan un futuro de libertad, paz y oportunidades para todos.
Se desconoce cuánto ha pesado el hecho de que los dirigentes de la revolución no hayan transitado por nuestras aulas universitarias, ni el Presidente de hoy, ni el de ayer, ni sus ministros, ni los jefes del partido, ni los diputados, con minúsculas excepciones, se han formado en la UCV, en ULA, UC, LUZ, UCLA, UDO, menos aún en la UCAB o en la USB. Se trata de un grupo de hombres y de pocas mujeres, en su mayoría salidos de cuarteles, no egresados de nuestra Alma Mater. Cuando los rectores piden recursos, en momentos en que el barril de petróleo supera los $80, no hay ningún eco en las filas del gobierno. Esos reclamos no tienen nada que ver con su cultura, sus orígenes y sus propósitos.
Se niegan recursos, no se les entrega más de 30% de lo que aspiran, otorgados en partidas adicionales, como dosis de cianuro. Así las universidades no podrán planificarse, ni retener a su mejor personal. Ven deteriorarse sus instalaciones, y quizás lo más perverso: descalificar a sus autoridades por una supuesta ineficiencia. Un profesor Dedicación Exclusiva tiene un salario que no alcanza el 10% del sueldo de su homólogo en Colombia, Ecuador y hasta Bolivia. En 2014, ganan 61% menos de lo que ganaba en enero de 2008. Su salario real apenas alcanza los Bs. 2.018 al mes.
Es la destrucción de nuestras universidades sin tanques de guerra en las puertas. Se mueren por inanición.
Cuando ahondamos en las motivaciones ideológicas nos encontramos con una revolución que basa su equilibrio en una pretendida unión cívica- militar, cuyo propósito descansa en la convivencia de los ciudadanos con hombres de armas. Las uniones cívico militares son posibles sólo en breves coyunturas de postguerra, cuando los países se ven amenazados o temen ser invadidos. En las democracias quien dicta leyes, ejecuta, educa y administra, son los ciudadanos electos por el pueblo por sus cualidades para gobernar. Imponer el socialismo del siglo XXI con base en pactos con el sector armado sólo puede cumplirse a la fuerza. Por ello a las universidades nacionales se les teme, sobran. Ellas son la cuna de la civilidad, heterogeneidad y universalidad.
En los últimos 10 años, 883.000 egresados han tenido que abandonar el país, más de 7.000 médicos han emigrado y contingentes de ingenieros petroleros fortalecen las industrias de Canadá, México, Arabia Saudita y España, mientras PDVSA se viene abajo en medio de la ineficiencia y de costosos errores que provocan pérdidas humanas y materiales.
Hoy, los jóvenes venezolanos en su mayoría aspiran a ingresar en nuestras universidades. Saben que el parasistema ideologizado implantado en estos tiempos, es el camino para la esclavitud moral, para robarles la libertad, la creatividad y la fuerza para construir una sociedad mejor. ¿Qué pasó con la Universidad de la Habana, o la de Pekín en tiempos de Mao, o en Alemania comunista? Fueron convertidas en cotos cerrados de gente silenciosa, llenas de miedo, sin ninguna capacidad de crear y diseñar un mejor futuro para sus sociedades.
La construcción del Estado Comunal totalitario exige la desaparición de nuestras universidades. Su defensa tiene que ser asumida por toda la sociedad: gremios profesionales, sindicatos, partidos y, sobre todo, las familias responsables de las nuevas generaciones.
Si no detenemos el decreto de guerra a muerte contra las casas que vencen la sombra, la obscuridad totalitaria se apoderara de ellas y de nuestras vidas. Se trata esencialmente de una lucha por nuestra libertad como seres humanos.
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