Carmen Sánchez Silva
El País, 03/03/2016
Existe una norma invisible que dice que el mejor profesor es el que más suspende. Y nada más lejos de la realidad. ¿Podríamos imaginar que el mejor médico fuese el que más pacientes llevase a la tumba? Es una reflexión de la profesora de la Universidad Complutense María Acaso, que define al buen maestro como aquel intelectual que es capaz de transformar la Universidad a través de la creación de conocimiento crítico. Sin embargo, lo que se ve actualmente en la Academia, se queja, “no es a intelectuales. Porque no se investiga más que para conseguir ascensos”. En opinión de la también coordinadora de la Escuela de Educación Disruptiva de Telefónica, este problema se corregiría impidiendo que los profesores trabajen en la misma Facultad en la que han cursado su doctorado, eligiendo a los docentes realmente por su currículo y evaluando su labor. Es decir, rompiendo la endogamia de la Universidad.
“El problema de la educación española no ha sido de presupuesto, sino de gestión”, sostiene José Antonio Marina, catedrático de Filosofía, autor del Libro Blanco de la profesión docente, quien cree que tenemos un sistema mediocre y estancado y donde la mayor parte de las reformas educativas acometidas han fracasado, entre otras cosas debido a la resistencia interna a los cambios. “Mientras no se convenza al sistema de que hay que cambiarlo porque tenemos una escuela mediocre y porque el ritmo de aprendizaje se debe acompasar con el ritmo de cambio de la sociedad…, no se dará esa transformación. Debemos convencer a los profesores de que hay que hacerla y de que se puede”, afirmaba Marina en una jornada sobre políticas educativas organizada por la Fundación Ciudadanía y Valores.
“Nuestro modelo está centrado en la reproducción del conocimiento. En el profesor. Y el conocimiento no está solo en el profesor. Habría que ir a una escuela desarrolladora del talento, en la que el protagonismo lo tenga el alumno”, sostiene Javier Tourón, vicerrector de Innovación de la Universidad Internacional de La Rioja. Tourón se lamenta de la inutilidad del currículo cerrado y cree que “hay que dejar que la gente haga lo que quiera”.
Precisamente esa es la principal consigna de los docentes que están intentando llevar la transformación a sus aulas. Que están innovando en sus clases. Y hay que tener en cuenta que el impacto de un profesor sobre sus alumnos es nada menos que de 53 puntos sobre 100, según un estudio de McKinsey. “Innovar es incentivar la participación del estudiante, desarrollar el trabajo colaborativo, que es el que están pidiendo las empresas, la corresponsabilidad”, explica María Acaso. “También es cambiar el sistema de evaluación, los espacios del aula para hacerlos menos individualistas y los contenidos para trabajar en una comunidad de aprendizaje en vez de que el profesor sea el único poseedor del conocimiento”, continúa Acaso. Y, por supuesto, hace falta conocer al alumno. Unas aulas de 30 estudiantes, como las suyas, facilitan el diálogo.
Aunque el Espacio Europeo de Educación Superior ha provocado cambios en la docencia, indica Jesús Manso, profesor de Políticas Educativas de la Universidad Autónoma de Madrid, aún queda mucho por hacer para que la Universidad se desprenda de la pedagogía tradicional. “El enfoque por competencias profesionales que ha traído Europa no se puede abordar con las metodologías tradicionales”, opina, “sino introduciendo métodos como el role-playing [simulación de una situación real] y otros sistemas de aprendizaje activo mediante los cuales los alumnos son dueños de su propio proceso educativo”. La clave es tener en cuenta los intereses de los estudiantes, dice Manso, pese a que sean un número más elevado del que debería para mejorar su aprendizaje. Su número idóneo, 35. El real, 70.
Junto a la participación como ingrediente básico para la innovación en las aulas, hay otra palabra mágica que acompaña siempre a un buen docente, según todos los expertos consultados: profesionalidad. Más allá de la vocación que Carmen Pellicer, directora de la Fundación Trilema, considera fundamental. Y esta profesionalidad se consigue mediante el aprendizaje constante del profesor y a través de la evaluación de su desempeño. Pellicer cree que para cambiar la situación actual se deben localizar las buenas prácticas de la universidad para extrapolarlas al resto de los centros, trabajar por proyectos para que el alumno se sienta implicado con ellos y vea la eficacia de su trabajo, y evaluar la consecución de resultados de los docentes.
Así se refleja en el documental Profes, impulsado por la Fundación Trilema para demostrar que otra educación es posible gracias a profesores innovadores y comprometidos que logran implicar a los alumnos. Tanto como para que quieran ir a clase en sus días libres. “Generar un aprendizaje conjunto es otra de las claves de la innovación docente”, dice Manso.
“La educación transforma la inteligencia en talento. Y en la Universidad no se habla de talento. Está más preocupada por él la empresa que la Universidad, porque aprender más rápido que sus competidores es lo único que le garantiza la viabilidad. Estamos en la sociedad del aprendizaje, por eso tenemos que introducir en el currículo educativo las habilidades del siglo XXI, las habilidades no cognitivas”, opina José Antonio Marina.
Empecemos
“Si tenemos problemas de gestión, un currículo espantoso y con cada reforma empeoran; si sabemos que la unidad de medición es el cambio y sabemos que es el momento de realizar ese cambio y que cientos de miles de profesores desean incorporarse a él, ¿por qué vamos a fracasar en el cambio?”, se preguntaba retóricamente Alfonso González Hermoso de Mendoza, presidente de la Asociación Educación Abierta. Empecemos.
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