Jaime Requena
Tal Cual, 08/07/2013
La civilización occidental tuvo que padecer el oscurantismo medieval para asimilar lo que griegos y romanos de la antigüedad inventaron para llevarlos a ser grandes; el conocimiento sólo florece cuando el pensamiento es cultivado en libertad.
Sobran ejemplos que muestran como bajo un gobierno totalitario no han existido desarrollos de importancia en lo cultural, artístico y literario o en lo científico y tecnológico.
A pesar de que esta máxima pasó a Perogrullada este gobierno continúa decidido a enfrentar y doblegar a nuestras grandes universidades públicas, habiendo arreciado su lucha hasta con saña en contra de la razón de ser y esencia de lo universitario. Autonomía no significa sólo que las instituciones puedan elegir autoridades que definan sus líneas de acción y administración sino que también reciban los medios necesarios para alcanzar sus fines.
Negarle a las universidades recursos para enseñar, investigar o actualizar conocimientos no puede ser concebido como un acto de probidad revolucionaria o el fruto de una cruzada por eficiencia y eficacia del gasto público. Simplemente se trata de un acto de pase de factura política; de una soberana estupidez que la terminarán pagando todos nuestros hijos, incluyendo aquellos de quienes la aúpan, ejecutan o de quienes, con su silencio y desde el gobierno, la suscriben.
Si bien comprendemos que el tema pueda ser difícil de asimilar para el cogollito cívico-militar que no tuvo la fortuna de pasar por las aulas universitarias, ese no debería ser el caso de otros miembros del alto gobierno que sí tuvieron la buena suerte de recibir y hasta dar clases en alguna de las grandes universidades públicas venezolana.
Y es que a pesar de lo duro que pueda sonar, distan mucho de ser salones de clase o laboratorios las barracas de un boliche para la formación de politicastros o los polígonos de adiestramiento de la soldadesca.
Por el contrario y a pesar de todas las deficiencias que se le quieran indilgar, las aulas de las universidades venezolanas han sido templos del saber en donde se formaron muchos de los miembros del actual gabinete de ministros.
Se arremete contra nuestras universidades por simplemente querer ser lo que tienen que ser; hogar para todos sin distingo de nada. Hay que defenderlas y preservar a toda costo su autonomía en lo ideológico, administrativo y funcional, principio que por lo demás está consagrado en nuestra Constitución.
Apelamos a la solidaridad a quienes le deben a respeto y consideración al Alma Mater que les dio sapiencia a cambio de nada (y pedimos a Dios que ilumine a los otros que la adversan).
Finalmente, atacar a la universidad implica meterse con la investigación, en tanto que los profesores y estudiantes universitarios son quienes llevan a cabo el 80% de toda la ciencia que se hace en el país. No se necesita decir más para comprender que nuestra ciencia y técnica caminan hacia la extinción al mismo ritmo que languidecen nuestras universidades.
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