Jacques Derrida
El Nacional, 21/07/2012
Esto será sin duda como una profesión de fe: la profesión de fe de un profesor que haría como si les pidiese a ustedes permiso para ser infiel o traidor a sus costumbres.
Antes incluso de comenzar a internarme efectivamente en un itinerario tortuoso, he aquí sin rodeos y a grandes rasgos la tesis que les someto a discusión. Esta se distribuirá en una serie de proposiciones. No se tratará tanto de una tesis, en verdad, ni siquiera de una hipótesis, cuanto de un compromiso declarativo, de una llamada de profesión de fe: fe en la universidad y, dentro de ella, fe en las Humanidades del mañana.
El largo título propuesto significa, en primer lugar, que la universidad moderna debería ser sin condición .
Entendamos por "universidad moderna" aquella cuyo modelo europeo, tras una rica y compleja historia medieval, se ha tornado predominante, es decir, "clásico", desde hace dos siglos, en unos Estados de tipo democrático. Dicha universidad exige y se le debería reconocer en principio, además de lo que se denomina la libertad académica, una libertad incondicional de cuestionamiento y de proposición, e incluso, más aún si cabe, el derecho de decir públicamente todo lo que exigen una investigación, un saber y un pensamiento de la verdad . Por enigmática que permanezca, la referencia a la verdad parece ser lo bastante fundamental como para encontrarse, junto con la luz ( Lux ), en las insignias simbólicas de más de una universidad.
La universidad hace profesión de la verdad . Declara, promete un compromiso sin límite para con la verdad.
Sin duda, el estatus y el devenir de la verdad, al igual que el valor de verdad, dan lugar a discusiones infinitas (verdad de adecuación o verdad de revelación, verdad como objeto de discursos teórico-constatativos o de acontecimientos poéticoperformativos, etc.). Pero eso se discute justamente, de forma privilegiada, en la Universidad y en los departamentos pertenecientes a las Humanidades.
(...) Esta universidad sin condición no existe, de hecho , como demasiado bien sabemos. Pero, en principio y de acuerdo con su vocación declarada, en virtud de su esencia profesada, esta debería seguir siendo un último lugar de resistencia crítica y más que crítica frente a todos los poderes de apropiación dogmáticos e injustos.
(...) Ese principio de resistencia incondicional es un derecho que la universidad misma debería a la vez reflejar , inventar y plantear , lo hago o no a través de las facultades de Derecho o en las nuevas Humanidades capaces de trabajar sobre estas cuestiones de derecho (...).
Consecuencia de esta tesis: al ser incondicional, semejante resistencia podría oponer la universidad a un gran número de poderes: a los poderes estatales (y, por consiguiente, a los poderes políticos del Estado-nación así como a su fantasma de soberanía indivisible: por lo que la universidad sería de antemano no sólo cosmopolítica, sino universal, extendiéndose de esa forma más allá de la ciudadanía mundial y del Estado-nación en general), a los poderes económicos (a las concentraciones de capitales nacionales e internacionales), a los poderes mediáticos, ideológicos, religiosos y culturales, etc., en suma, a todos los poderes que limitan la democracias por venir.
La universidad debería, por lo tanto, ser también el lugar en el que nada está resguardado de ser cuestionado, ni siquiera la figura actual y determinante de la democracia; ni siquiera tampoco la idea tradicional de crítica, como crítica teórica, ni siquiera la autoridad de la forma "cuestión", del pensamiento como "cuestionamiento".
Fragmento de Universidad sin condición , de Jacques Derrida, Edito- rial Trotta, Madrid, 2002.
No hay comentarios:
Publicar un comentario