Mario Vargas Llosa
"Criticar a una Universidad que se aparta de su finalidad constitutiva -preservar, crear y transmitir la cultura-, o que la cumple mal, es legítimo, y ésa fue al principio la razón de la Reforma: desapolillar las cátedras, abrirlas a las ideas y métodos nuevos que las viejas castas de profesores rechazaban por prejuicio o desconocimiento"
Quisiera comenzar estas reflexiones con 'una anécdota que me ocurrió a fines de 1967, en Italia. La editorial Feltrinelli, de Milán, acababa de publicar una novela mía y me invitó para la aparición del libro. En el programa que me organizó figu raba una conferencia en la Universidad de Turín sobre la no vela latinoamericana. Había preparado la charla con cuidado porque el tema me gustaba (había descubierto la novela lati noamericana con retraso, pero estaba encantado con el descu brimiento y la leía sin descanso). Puedo decir que la tarde que salí de Milán rumbo a Turín, con mis papeles en el bolsillo, acompañado de dos amigos, Valerio Rivas y Enrico Philippini, entonces editores y ahora periodistas, me sentía ilusionado.
Al llegar a las puertas de la Universidad me sorprendió des cubrir que el vetusto centro de estudios tenía un semblante sanmarquino: paredes y ventanas pintarrajeadas con eslogans, cristales pulverizados, puertas tapiadas, racimos de jóvenes en los techos, armados de palos como para repeler una invasión. Sí, la Universidad de Turín estaba de scioppero, ese deporte italiano que se volvería pronto más popular que el futbol. Ibamos a emprender la retirada, cuando la puerta de la Universidad se abrió y apareció una comisión de recibimiento. La presidía una joven profesora. Era hispana y parecía una reina de belleza. Se dirigió a mí de inmediato: «¿Era yo el dirigente revolucionario sudamericano?» Le expliqué que era apenas un novelista del Perú. Hubo entonces, en los comisionados, des concierto. ¿No veníamos acaso de donde Feltrinelli? Sí, de allí veníamos. ¿Y entonces? Ellos tenían todo dispuesto para recibir al revolucionario latinoamericano que les habían prometido.
Los estudiantes estaban reunidos en el gran auditorio esperándolo. Curiosos, sin duda, por familiarizarse con las experien cias estudiantiles de América Latina, que podían serles útiles en esos momentos (habían capturado la Universidad hacía una semana). ¿Cómo era posible que, en vez de ese plato fuerte, Feltrinelli les fletara a un novelista que, encima de ser un du doso revolucionario, para colmo de colmos, vivía expatriado hacía diez años en Europa? Roído por los complejos, yo que-
ría desaparecer de allí cuanto antes, pero, al final, tuve que rendirme a la solución gran-guiñolesca que tramaron para el malentendido mis amigos editores y la bella hispanista. Es decir, penetrar en el recinto ocupado por los huelguistas turine ses y, para evitar a éstos una decepción, adoptar la sugestiva identidad de un dirigente universitario latinoamericano' que ve nía a compartir experiencias con sus colegas italianos. Obvia mente, la conferencia que yo había preparado era impronuncia ble en esas circunstancias. «De ninguna manera, ústedes tres serían linchados>, decía la reina de belleza. Pero, felizmente, todo transcurrió bien y los tres sobrevivimos.
Entré a la ciudadela y, escarbando en el recuerdo de mis años de estudiante sanmarquino y de delegado al Centro Federado de Letras, y de un remoto libro de Gabriel del Mazo, improvisé una charla sobre la Reforma Universitaria: las luchas estudiantiles y sus reivindicaciones en la década del veinte...
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