Manuel Pérez Rocha
Laisum, México, 10/10/12
Desde la Edad Media, en la universidad se reconoce la discusión como método creador y enriquecedor del conocimiento, discusión en la que intervienen maestros y estudiantes. Ya en esa época la educación se proponía enseñar a discutir (la disputatio), no simplemente llenar la cabeza de los estudiantes con los conocimientos expuestos por los maestros (la lectio). Varios siglos después se reconoce que los conocimientos cambian y aumentan de manera tal que una función esencial de la educación debe ser enseñar a aprender durante toda la vida, y una forma fecunda de aprender es discutir.
De la amplia bibliografía sobre el tema cabe recomendar el libro Discussion as a way of teaching, de S. Brookfield y S. Preskill, que aporta herramientas y técnicas útiles para “democratizar” el aula, y sobre todo conceptos claros acerca del valor pedagógico y democrático de la discusión. La buena discusión obliga a informarse, a escuchar, a analizar, a juzgar, a construir argumentos; y por supuesto, para que sea productiva, debe seguir un método y ante todo guiarse por el compromiso honesto de aprender, y de tener el valor de reconocer la verdad cuando se le encuentra, tenga las consecuencias que tenga, como decía Bertolt Brecht. Mediante una buena discusión en el aula, los estudiantes también aprenden mucho de sus propios compañeros.
Resulta pues desacertado (por decir lo menos) el empeño de algunos distinguidos académicos por mantener un esquema de docencia en el que el maestro es el poseedor de conocimientos que transmite al alumno ignorante. El escritor Guillermo Sheridan, que se ha ocupado varias veces de la UACM en sus artículos periodísticos, expuso que “democratizar la universidad contradice que los académicos poseen el conocimiento que los estudiantes desean” y que esto constituye “una jerarquización necesaria y pródiga”. Cita al filósofo José Gaos, quien dijo que “la esencia de la universidad entraña la distinción entre el saber de los profesores y la ignorancia de los estudiantes sin la cual la enseñanza de estos por aquellos sería no un contrasentido, sino un sin sentido”.
Por supuesto que los profesores tienen conocimientos que los estudiantes ignoran y desean, pero quienes sostienen que la enseñanza consiste simplemente en que el maestro transmita conocimientos a los estudiantes ignoran todo lo que durante siglos han aportado las ciencias de la educación (sicología, pedagogía, sociología de la educación, etcétera) respecto al papel activo del estudiante en el aprendizaje. Esa opinión acerca de la enseñanza parte de un concepto limitado de conocimiento: el conocimiento como un objeto inanimado que puede trasladarse de una cabeza a otra, no como un complejo proceso en el que interviene la persona completa del cognoscente. Esta opinión parte también de una consideración irreal: el maestro no es puro conocimiento, ni lo sabe todo; y el estudiante no es pura ignorancia, entre otras cosas sabe mucho de sí mismo, que es conocimiento esencial en el proceso de aprender. Además, podrían llenarse libros enteros con los testimonios que dan maestros acerca de lo que han aprendido de sus estudiantes.
Establecer la discusión como método privilegiado de enseñanza implica someter también a debate sistemático y permanente a la educación y a la universidad, en el que la participación de los estudiantes es esencial. Sería un contrasentido desarrollar la discusión en el aula y mantener un régimen autoritario, rígidamente jerárquico, en el gobierno de la universidad.
La UACM ha sido concebida como un espacio de discusión. Desde que obtuvo su autonomía han operado con muchos frutos varios espacios colegiados en los que se analizan, discuten y resuelven diversos asuntos, particularmente en el Consejo Universitario y su antecedente el Consejo General Interno. En ellos han participado con responsabilidad y mucho provecho los estudiantes, cualquiera puede ver en Internet las versiones estenográficas de esas discusiones. Hay ahí material muy valioso para una investigación acerca de los estudiantes y sus capacidades para participar en la conducción de la universidad.
Evidentemente, un asunto central es el concepto que se tiene de los estudiantes. En un escrito anterior Sheridan ha dicho que “Los únicos moradores de la universidad son sus académicos; los estudiantes son sus huéspedes”; y añade: “Los estudiantes, para mí, en una universidad, no tienen más responsabilidad que la de ser excelentes en su tarea de aprender y educarse para redituarle al pueblo que paga sus estudios. No hay razón para que opinen sobre su legislación ni sobre los planes de estudio ni sobre cómo se elige a las autoridades ni ningún otro asunto académico; está probado que ahí sí los grupos (¿?) son nefastos y abominan de las evaluaciones (¡¡!!). La experiencia y el conocimiento pertenecen al sector académico, exclusivamente” (Diálogos para la reforma de la UNAM, Facultad de Filosofía y Letras. 2000).
Por supuesto es válido que algún universitario exponga ideas como las de Gaos y Sheridan y las impulse (refreno mi deseo de calificarlas). Es urgente discutirlas, pero con el rigor académico que se exigen los maestros e investigadores cuando estudian sus campos de especialidad (física, historia de la poesía, biología u otra) reconociendo que la educación no es un asunto trivial que se resuelve con fórmulas simplistas, sino un complejo fenómeno humano, social, cultural que ha sido estudiado durante milenios.
El Consejo Universitario de la UACM tiene que reconstruirse como un espacio de discusión honesta, seria y rigurosa. Debe aprovechar los frutos del Congreso Universitario realizado recientemente, a pesar de las limitaciones materiales e institucionales que lo afectaron. En estos espacios la participación de los estudiantes es sumamente valiosa, no sólo porque aportan visiones y propuestas útiles para la institución sino también porque es una oportunidad de formación para ellos mediante la discusión de asuntos concretos relevantes. También es la instancia en la que de conformidad con la Ley de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México han de defender sus derechos legítimos.
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