José Manuel Sánchez Ron
El País, 11/02/13
Hace poco escuché una frase que
muchos habrán oído o dicho últimamente: “Este modelo (político) ya está
agotado. Hay que sustituirlo”. No inmediatamente, pero pronto me vino a
la mente un nombre, Thomas Samuel Kuhn (1922-1996), y su célebre libro, La estructura de las revoluciones científicas
(Fondo de Cultura Económica), de cuya publicación (1962) se cumplió el
año pasado medio siglo, motivo por el que se ha publicado una nueva
edición, “del cincuentenario”, con un buen ensayo introductorio de Ian
Hacking. Lo que en este muy influyente libro Kuhn defendió es que el
desarrollo científico se basa en la sustitución de un “paradigma” por
otro, y que ambos son inconmensurables entre sí.
Se
han escrito centenares de páginas acerca del concepto de paradigma,
pero ahora basta con decir, siguiendo al propio Kuhn, que este consiste
en “una realización científica pasada que alguna comunidad científica
particular reconoce, durante cierto tiempo, como fundamento para su
práctica posterior”. Realizaciones prácticas de ese tipo pueden ser, por
ejemplo, la astronomía (geocéntrica) aristotélico-ptolemaica y la
(heliocéntrica) copernicana, la física de Newton, la química de
Lavoisier, la geología de Lyell, el evolucionismo de Darwin, la física
cuántica o la biología molecular à la Watson y Crick. Frente al
célebre concepto popperiano de “refutación”, los paradigmas no se
refutan, mueren de manera más o menos lenta, hasta desaparecer cuando
van proliferando las anomalías que el núcleo central del paradigma
dominante ya no puede explicar. En ese clima de crisis, termina
surgiendo un nuevo paradigma que se impone al anterior. Si cuando
hablamos de Karl Popper, una de las palabras que nos viene a la cabeza
es “logicismo”, con Kuhn el término más inmediato es “sociologismo”: son
consideraciones sociológicas, el desencanto, la pérdida de confianza en
un paradigma, en una visión del mundo, la que lleva a abandonarlo.
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