Andrea Montilla K
El Nacional, 10/05/2015
El último aumento del salario mínimo decretado por el presidente Nicolás
Maduro dejó al descubierto un rezago que desde hace tiempo viene
deteriorando un oficio vital para el desarrollo de un país: la docencia,
que ejercen 110.000 profesores en universidades y 644.076 maestros en
escuelas de todo el país. Una buena porción de ese grupo recibe
remuneración de personal sin instrucción, que equivale a un tercio de la
canasta alimentaria y una sexta parte de cesta básica familiar. El
nuevo aumento, para el que aún no se han asignado los recursos, desató
un conflicto que estaba latente. Fapuv comenzó con paros escalonados
esta semana y anunció protestas. La FVM exigirá un ajuste de la tabla
salarial antes de cualquier aumento
Atrapado entre el querer y el deber
“¿Estamos a salvo o estamos a punto de cometer un error?”, pregunta Eduardo Requena a un grupo de estudiantes sobre una fórmula matemática que acaba de escribir con tiza en la pizarra. Es un repaso de la clase anterior. Nadie responde. Otros cinco jóvenes entran retrasados al salón, distraídos por el partido de fútbol del Barcelona.
Una frase sacude su mente: “Uno está atrapado entre el querer y el deber”. Requena es de los pocos profesores que quedan en la Facultad de Ciencias de la Universidad Central de Venezuela. No tiene intenciones serias de irse, pese a que el bajo salario que recibe por ser docente e investigador matemático lo obliga a buscar otras vías de supervivencia.
El licenciado en Matemáticas, cuasi magíster y padre de dos hijos se divide entre dar clases de cálculo a 60 alumnos en la Universidad Experimental Politécnica, en La Yaguara, y enseñar a otros 60 en la UCV. En la primera institución es profesor asistente y en la segunda es instructor a tiempo convencional. Con ambos trabajos hace 13.600 bolívares al mes. En la UCV 63% de los 4.278 docentes están en la categoría de instructores y asistentes y como él ganan menos del salario mínimo.
Le preocupa un bote de aceite que tiene su moto —la que lo lleva de la Unexpo a la UCV diariamente—, por el alto costo de reparación. Apenas aprendió a manejarla hace cuatro años cuando la inflación esfumó su deseo de comprar un carro. Un pequeño block de notas y un libro de Matemáticas raído por el tiempo lo acompañan a su clase. “Desde hace dos o tres años no compro libros, ya no voy al teatro. Hace dos diciembres que no me compro zapatos ni hacemos grandes mercados en la casa”, dice Requena mientras inhala un cigarro, hábito que no abandona a pesar de le quita gran parte de uno de sus salarios.
Solo da clases de lunes a jueves. Los viernes le corresponde comprar productos regulados de primera necesidad según el terminal de su cédula. 17.118 bolívares gasta mensualmente para pagar servicios, el colegio de su hijo adolescente y la comida, lo que equivale a 86% del presupuesto familiar. Junto a su esposa, quien trabaja como higienista dental, ganan alrededor de 20.000 bolívares mensuales.
“Para hacer ciencia tienes que tener tu mente allí; no puedes estar pensando en lo que falta del mercado o que te van a asaltar. La docencia nunca decepciona, lo que molesta son las condiciones. Cada día tienes que pensar más en las cosas que no deberías estar pensando”.
Un maestro que se rebusca dando clases en el jardín
Óscar Dorta, 27 años de edad, profesor de bachillerato, siempre confió en que ser maestro tenía tanto poder como para cambiar el destino de un joven. Hoy dicta clases particulares para rebuscarse fuera del liceo bolivariano Eduardo Crema, donde trabaja formalmente como uno de los tres docentes que enseña Matemáticas a una matrícula de 1.400 adolescentes.
En uno de los patios del Instituto Pedagógico de Caracas está su otro trabajo. Los jardines son un aula improvisada para dar clases particulares. Dejó de ir a la casa de sus estudiantes por la inseguridad y para evitar los gastos que implica trasladarse de un sitio a otro. Son 250 bolívares la hora y no acepta que sea por menos tiempo.
Tampoco los recibe en su casa, donde vive con su esposa “arrimados” con su mamá, su padrastro, su hermano menor y una tía. “Nadie nos quiere alquilar porque mi sueldo es la mitad de lo que cobran por un apartamento. O comemos o nos movemos o pagamos la casa”, dice Dorta, quien el próximo año obtendrá su título de profesor de Matemáticas en la Universidad Pedagógica Experimental Libertador. Como él, 29.314 bachilleres del país trabajan como docentes sin estabilidad laboral ni salarios dignos.
Trabajando como docente bachiller contratado en el liceo Eduardo Crema devenga 5.600 bolívares al mes, 25% menos del salario mínimo, que se ubicará a partir del 1° de julio en 7.421 bolívares. Con las clases particulares ha llegado a ganar 6.000 bolívares al mes.
Con el sueldo de su esposa, profesora de Biología en dos liceos, escasamente llegan a los 12.000 bolívares fijos. La última vez que se fueron de vacaciones fue hace dos años a Mérida, cuando se casaron. Aún no tienen hijos.
“Divido mi sueldo en porcentajes. Tanto es para la comida, tanto para reunir a ver si a final de año nos vamos a Chichiriviche, y así”.
Dorta está convencido de que para ser docente en la Venezuela actual “hay que tener los pantalones bien puestos”. Su trabajo lo ha expuesto a la delincuencia en la Cota 905 y a condiciones adversas para enseñar. En el liceo Eduardo Crema no sirven los baños y los estudiantes suelen hacer sus necesidades en los salones como acto de rebeldía.
“He tenido estudiantes que me dicen: ‘Profe, quiero ser mototaxista, eso da dinero’. Pero después te sientes orgulloso porque cuatro años después ves que uno de ellos se hizo médico residente. Eso es lo que uno busca”.
Sacrificio en la enseñanza a tiempo completo
Alida Contreras es médico veterinario, doctora en Ciencias Agrícolas de la Universidad Central de Venezuela y profesora titular de la Universidad Nacional Experimental Rómulo Gallegos desde 1994. Antes de cada clase barre el salón para no pisar la basura. En el aula solo cuenta con su discurso, porque el video beam del aula se lo robaron hace un tiempo, junto a su computadora personal que actualmente cuesta más de 40.000 bolívares. En la universidad no funcionan ni los baños.
Hace poco alcanzó el máximo escalafón académico luego de haber presentado varios concursos de oposición; sin embargo, aún recibe un salario como docente asociada de 13.300 bolívares, lo que equivale a menos de 2 salarios mínimos. La prima que debería recibir por su doctorado puede demorar un año o más porque está sujeto a la disponibilidad presupuestaria.
“En 2001 ganaba nueve salarios mínimos y con sacrificio compré mi apartamento. Hoy es una posibilidad negada a cualquier profesor joven”.
Con los descuentos que le hacen por el seguro médico de la universidad —que apenas ronda los 10.000 bolívares— y otros beneficios recibe 4.500 bolívares quincenales, lo que se va en el pago del condominio y de algún otro servicio de la casa. “Si no tuviera a mi esposo, que trabaja en el área de la construcción y gana un poco más que yo, no sé cómo viviríamos”.
Desde muy joven, Contreras aspiraba a convertirse en docente universitaria por las oportunidades que en la década de los ochenta tenían otros colegas para optar a becas e incluso ir al extranjero. Recuerda que en el año 2000 logró asistir a un congreso en Cuba, donde vio que los profesores vendían perfumes o tejidos hechos por ellos mismos para rebuscarse. “Y ahora eso nos llegó a nosotros. En lugar de estar en sus laboratorios, los científicos están viendo cómo redondean el sueldo para sobrevivir”, lamenta Contreras.
Hace 15 años se quedó sin cubículo por una remodelación inconclusa, también le niegan dinero o transporte para los trabajos de campo. La universidad tampoco le ofrece servicios para mejorar su calidad de vida: “Soy hipertensa y la Rómulo Gallegos no tiene farmacia. Como mi hija es profesora en la UCV voy a esas farmacias y tengo 80% de descuento, pero casi nunca tienen nada. Voy saltando de una farmacia a otra”.
Las cifras
6.500 bolívares mensuales devenga un profesor instructor (con licenciatura, inicio de posgrado y concurso de oposición) que trabaja a tiempo completo en una universidad.
16 meses tienen los trabajadores universitarios sin recibir aumento de salario.
20.919,53 bolívares cuesta la canasta alimentaria y 35.124 la cesta básica familiar, según datos de Cendas de marzo 2015.
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