Eduardo Ibarra Colado
LAISUM, México, 16/05/2015
El tiempo vuela. Han pasado 24 años desde mi primera colaboración periodística, publicada en el Excélsior, y 19 desde la última, difundida en El Financiero. En las últimas dos décadas colaboré sólo esporádicamente en Campus Milenio y en algunos otros medios y revistas de divulgación. Me dediqué todos estos años a hablar con mis pares y a publicar para ellos. Es momento de buscar un mejor equilibrio para favorecer el diálogo social más allá de los muros de la universidad. A partir de hoy, en este nuevo espacio, trataré aquellos asuntos de interés que nos permitan irle tomando el pulso a las instituciones universitarias, ponderando la temperatura, el ritmo y la aceleración de sus comunidades y sus contextos.
Recuerdo, de aquellos tiempos, una serie de cinco notas en las que comentaba las probables consecuencias de las iniciativas de regulación de la carrera académica, bajo un modelo basado en la productividad, la evaluación y el dinero. Sin duda, mi diagnóstico fue certero. Si bien tal modelo ayudó a remover ciertos obstáculos que dificultaban la transformación académica de las instituciones, su prolongación insensata hasta el día de hoy, ha provocado otros problemas que frenan nuevamente su avance académico y la consolidación de su calidad. Aquéllos eran los tiempos de la modernización que impulsó la “excelencia” a través de la evaluación. Recuerdo aún las palabras que pronunciara el secretario de educación, Manuel Bartlett Díaz, en la IX Reunión Nacional Extraordinaria de la ANUIES en 1990:
“La evaluación es una herramienta imprescindible de la modernización. Necesitamos saber qué somos, qué queremos ser, cómo conseguirlo y cuánto avanzamos... necesitamos hacerlo concretamente, con criterios de medida precisos y comparables.”
Han pasado dos décadas desde entonces, con planes, programas y acciones que sin duda han impactado al sistema de educación superior en su conjunto, proporcionándole un rostro distinto. Sin embargo, tengo mis dudas sobre si realmente sabemos, después de todos estos años, “qué somos, qué queremos ser, cómo conseguirlo y cuánto avanzamos”. Dudo también sobre la infalibilidad de “los criterios de medida precisos y comparables” en tiempos que se caracterizan por la fluidez y el cambio. Es necesario hacer un balance que ponga en perspectiva los resultados obtenidos en este largo proceso y su utilidad específica. La planeación, considerada como proceso integral de conducción institucional, merece una atenta mirada. Sus avances son indudables, pero hay que notar también hasta dónde puede llegar, pues no lo puede todo. La planeación es necesaria, pero no debe ser considerada como la panacea para resolver todos los problemas de la universidad. Su efectividad depende menos de la habilidad técnica mostrada por los funcionarios y expertos que la formulan, y más, mucho más, de la existencia de comunidades consolidadas con liderazgos fuertes, que hagan del trabajo académico un proceso colegiado reflexionado y explícito. En esta perspectiva, la planeación no es otra cosa que un conjunto de prácticas colectivas para asumir la responsabilidad por el trabajo cotidiano en un ambiente institucional determinado; ello implica la definición clara de los proyectos, su realización puntual y la entrega de los resultados comprometidos. Sin dejar de reconocer los saldos positivos, pues estamos ya muy lejos de la universidad de los 1980s, debemos hacernos cargo también de sus fracasos y simulaciones: para mí está claro que no hemos logrado salir plenamente de esa etapa de la planeación ritual, en la que se sobreponen procedimientos e indicadores a proyectos sustantivos y consideraciones de fondo, esa eterna batalla entre la razón numérica y la reflexividad.
Es necesario reconocer también que prevalecen prácticas añejas que siguen obstaculizando la construcción de una vida institucional que favorezca la gobernabilidad. Debemos abonar a esa institucionalidad en ciernes para que las universidades puedan potenciar sus indudables fortalezas académicas acumuladas, por encima de grupos de interés a los que la mirada sólo les alcanza para el corto plazo y su ambición para meter la mano en el bolsillo ajeno. Al revisar las notas periodísticas de 2010 compiladas en el LAISUM, las preguntas surgen de inmediato, mostrando esa tensión entre las viejas prácticas y la presencia de comunidades cada vez más amplias y maduras que las rechazan, apostando por el cambio: ¿acaso es permisible todavía hoy la injerencia de gobiernos y congresos locales en los procesos internos de las universidades públicas mexicanas?; ¿acaso podemos seguir tolerando el manejo discrecional y patrimonialista con el que algunos funcionarios universitarios sin escrúpulos conducen las unidades y programas bajo su responsabilidad?; ¿acaso podemos seguir guardando silencio como si nada pasara? La consideración de los conflictos recientes en las universidades de Durango, Guadalajara, Ciudad de México, Morelos, Tlaxcala, Guerrero, Zacatecas, Querétaro, Sinaloa y Yucatán pueden ayudarnos a responder estas y otras preguntas y a determinar hasta dónde hemos logrado consolidar la institucionalidad universitaria en el país.
Hay otros temas relevantes que ocuparán las páginas de los diarios y los espacios cibernéticos en los próximos días. Como cada año, se inicia la cuesta de enero universitaria con la revisión salarial en un gran número de universidades públicas. Será importante observar el comportamiento de las dirigencias sindicales y la altura de miras de las autoridades universitarias, para llevar a buen término una negociación compleja debido a los estrechos márgenes de libertad que el gobierno deja en esta materia, a la tendencia a negociar por encima o más allá del marco institucional y normativo vigente, y por las ya comentadas prácticas viciadas de los grupos de interés y sus ejercicios retóricos. Es necesario recordar que la negociación y el acuerdo son signos de indudable fortaleza institucional, algo que sigue haciéndonos mucha falta para consolidar un sistema universitario fundado en la norma que sirva verdaderamente a la sociedad que lo sostiene. En las siguientes semanas podremos establecer el saldo de estos procesos.
Hay otros muchos asuntos que merecen nuestra atención. Por ejemplo, pocas veces apreciamos el enorme potencial que ha acumulado el país en sus universidades públicas. Se trata de un verdadero patrimonio nacional. Basta hacer un recorrido somero por el portal del LAISUM para comprender que las universidades públicas, además de hacerse cargo de la formación de los profesionales que sostienen el desarrollo del país, contribuyen también de manera indiscutible en la producción de conocimientos, la innovación, el fomento de la cultura y las artes, y la permanente vinculación con la sociedad. La oferta cultural es vasta y se disemina rápidamente por todo el territorio nacional; los aportes al conocimiento científico y tecnológico son una muestra indudable de la riqueza y variedad del trabajo universitario y de la calidad de muchos de sus académicos. Aunque en número los académicos mexicanos siguen siendo pocos en comparación con lo que sucede en países de similar desarrollo al nuestro, sus aportes se encuentra a la par de los mejores del mundo, hecho doblemente destacable si consideramos las limitaciones institucionales y la carencia endémica de recursos.
Se encuentran también los procesos de transformación que experimentan sistemas universitarios en otros países, los cuales no han estado libres de conflictos, mostrando las disputas que se libran por el control del conocimiento, bien intangible del que dependen crecientemente la generación de riqueza y el éxito económico. Será necesario ponderar, por ejemplo, la experiencia Bolonia, las reformas que han derivado en el incremento de cuotas en Inglaterra y los Estados Unidos, el conflicto no resuelto en la Universidad de Puerto Rico o la polémica ley Chávez en Venezuela y sus posibles implicaciones para la autonomía. También valdría la pena vernos en el espejo de los otros, es decir, comparar nuestras universidades con otras que han cultivado su institucionalidad por siglos, mostrando la importancia de la sedimentación de sus reglas y procesos. Mi reciente estancia en la Universidad de Harvard es aleccionadora en este sentido, por lo que me daré tiempo para compartirla en este espacio.
Este breve recuento de temas y problemas muestra la relevancia de la Universidad para resolver las encrucijadas por las que transita México en su camino siempre accidentado hacia su desarrollo y democratización. Es momento de romper el silencio y de reflexionar en torno a los problemas que enfrentan las universidades públicas mexicanas, que siguen en esa tensa lucha entre un pasado que no hemos logrado abandonar y un futuro que no acabamos de imaginar. Debemos cultivar el diálogo y ampliar nuestras conversaciones para hacer de México una sociedad que se forje verdaderamente al calor de la educación, la ciencia y la cultura, cemento indispensable para hacer de la convivencia democrática una verdadera práctica cotidiana, un verdadero modo de existencia. Me refiero a esa convivencia en el diario quehacer universitario y social que posibilite el diálogo para construir acuerdos que nos permitan caminar hacia adelante, devolviéndonos viabilidad como sociedad y como nación. Por ello es necesario y urgente poner los puntos sobre las ies.
* Columna publicada en http://laisumedu.org/showNota.php?idNota=15536&cates=Sistema+Universitario+Mexicano&subcates=1.-+Universidades+p%FAblicas&ssc=10, el 10 de enro de 2011
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