Entrevista inédita con Luis Villoro
En 2002, Radio UNAM realizó una serie de cápsulas radiofónicas con miembros distinguidos de la comunidad universitaria, uno de los cuales fue el filósofo Luis Villoro, fallecido en marzo de 2014. En ese ciclo, el autor de Creer, saber, conocer habló de su experiencia como universitario y el papel de la UNAM en la sociedad mexicana con Arfaxad Ortiz, profesor de las FES Aragón y Acatlán.
¿Cómo fue su época de estudiante en nuestra Universidad y la experiencia con sus maestros?
Mis primeros estudios de licenciatura en la Universidad fueron en la Escuela de Medicina, donde estuve tres años, pero sólo presenté exámenes en los dos primeros. Después de esos dos años en que presenté exámenes en Medicina, yo entré ya de una manera convencional, digamos, a la licenciatura de filosofía.
¿Por qué llegué a medicina primero? Porque a mí me interesaba muchísimo la filosofía, que es la disciplina de la cual me ocupo actualmente, pero pensaba que la filosofía era un asunto personal y que no era una profesión, sino un preguntar constantemente sobre ciertas cuestiones de las cuales difícilmente tenemos respuesta, y que debería hacerla por mi cuenta, leyendo cosas.
Entonces desde la preparatoria yo leía muchísimas cosas de filosofía. Me importaba mucho por eso, pero pensaba que era, repito, una reflexión que no aterrizaba en un conocimiento empírico, en un conocimiento de la realidad. Y dentro de los conocimientos empíricos, me interesaban varias ciencias, pero, sobre todo, me interesaba la biología; entonces, por eso, llevé medicina porque en aquella época no había una carrera de biología.
No había ciencias biológicas en la Facultad de Ciencias, sino que había que cursar medicina para luego hacer una especialización en ciencias biológicas. Al cabo de dos años de la carrera de medicina, empecé a darme cuenta de que no era posible hacer las dos cosas al mismo tiempo: la reflexión filosófica por una parte y la carrera de medicina por la otra. Exigían demasiado tiempo las dos. Tenía que tomar una decisión, que me costó mucho trabajo, pero la tomé al cabo, de dejar la medicina y dedicarme a esta disciplina abstracta, fuera de la realidad, como yo pensaba entonces, pero fascinante, que es la filosofía.
Otro distinguido universitario, el doctor Ruy Pérez Tamayo, dijo que la medicina es la profesión perfecta porque es solamente estudiar, estudiar y estudiar. Me imagino que la filosofía es también estudiar, estudiar y estudiar.
Así es, estudiar y estudiar y además reflexionar por cuenta propia. Qué bueno que mencionó usted el nombre de Ruy Pérez Tamayo. Un distinguido fisiólogo, patólogo y médico. Además, es un hombre que se ha preocupado mucho por problemas filosóficos y ha escrito sobre filosofía de la ciencia, concretamente. Ha escrito mucho sobre ideología y su relación con las ciencias de modo que es una persona en la que se puede ver una cierta comunidad entre una preocupación científica estricta, en este caso dirigida a la medicina, y una reflexión filosófica.
Pero cualquier ciencia, pienso yo —la medicina o cualquier otra—, en la medida en que se pregunta por los fundamentos de esa ciencia, por las bases, esa ciencia se convierte en filosofía. Entre la filosofía y las ciencias no hay esta división radical que algunos piensan. Todo pensamiento riguroso en la medida en que pregunta por los principios en que se basa —los fundamentos y los fines últimos de ese pensamiento—, en esos dos extremos, está haciendo ya preguntas filosóficas.
En un artículo suyo dice: “Cada quien vela por el bien del todo, de la misma manera que por su bien personal, cuando todo sujeto ve una conectividad […] de todo lo deseable para el todo entonces no hay distinciones entre el bien común y el bien individual, la asociación se ha convertido en una comunidad”. En este punto, ¿se puede hablar del concepto de comunidad universitaria?
Es un problema muy serio. El sentido de las universidades, desde que nacieron en la Edad Media hasta la actualidad, es el de una comunidad. Una comunidad de personas libres que deciden abrazar un mismo fin para todas ellas, y hacer de ese fin colectivo un fin que dé sentido a su vida personal.
Esto es una comunidad. El fin colectivo de una universidad es fundamentalmente el conocimiento. Obviamente, no tanto en su aspecto de ciencia, como en su aspecto de sabiduría de vida, que son dos cosas ligadas al conocimiento. El conocimiento no es sólo una ciencia estricta como sí lo es en muchos campos, sino también es una sabiduría de saber cómo vivir, tanto en lo personal como en lo colectivo.
Pero volvamos al asunto. El ideal, lo que da sentido a una universidad, es esta constitución comunitaria hacia un fin común, pero la universidad también está en tensión, entre este ideal y la necesidad de un servicio, que da satisfacción a necesidades personales, de crear buenos profesionistas, de ganar dinero, incluso, y esto no tiene nada de malo; es absolutamente normal que así sea. Servir a la sociedad, tener aprecio por sí mismo, tener respeto por los demás, dentro de la sociedad. Todo eso lo da la profesión, la actividad para la cual la universidad prepara.
Entonces, la universidad es una asociación que está en perfecta tensión entre su espíritu comunitario, en el cual se percibe un fin común, que es el fin del conocimiento, y su necesidad de dar servicio a intereses particulares de las personas que reciben la información y la educación.
Esta tensión crea muchos problemas dentro de la universidad, y por eso esta pregunta es muy pertinente. Muchísimos de los problemas que tiene la Universidad constantemente se deben a esta tensión, pero no podemos aquí hablar de todo este tema; tardaríamos mucho. Es evidente que, por ejemplo, en nuestra universidad, la Universidad Nacional Autónoma de México, y en todo el sistema de educación superior en el país, se vive esta tensión. Tensión que puede manifestarse en preguntas como esta: ¿qué debe ser una universidad? Una institución puesta al servicio de los intereses particulares de los alumnos, de tal manera que los prepare para servir a la sociedad y realizarse a sí mismos dentro de unas relaciones de trabajo. En ese sentido, la Universidad está cumpliendo un fin dentro del mercado de trabajo. ¿Ese debe ser únicamente el fin de la Universidad? ¿O, al revés, el fin debe ser colaborar al adelanto, al conocimiento de la verdad, de la ciencia, a la investigación científica; por lo tanto, a la realización de una vida dedicada al conocimiento?
¿Cómo percibe, cómo le toma el pulso a nuestra Universidad? ¿Cómo la ve?
La veo como una institución privilegiada en la sociedad nacional, que cumple valores superiores como ninguna otra. Otras personas y yo hemos dicho que, por su función de búsqueda del conocimiento objetivo, válido con independencia de cualquier interés de poder, la Universidad cumple una función indispensable en la vida de la sociedad, como sede de la racionalidad crítica frente a todo sistema de poder.
Este valor objetivo, y el ejercicio de la crítica racional, tienen una función indispensable en toda sociedad y, desde luego, por otra parte, para cumplir esta función se necesita de unos poderes establecidos y de condiciones para seguir estos objetivos sin la coacción de los intereses particulares, económicos, políticos o sociales.
¿Cómo veo ahora la Universidad? La veo en una situación muy difícil porque para cumplir este objetivo, desgraciadamente, se está enfrentando con una corriente que no sólo es de nuestro país, sino de muchos otros, que pretende someterla a una función muy concreta: cumplir las necesidades de las relaciones de trabajo en la sociedad, es decir, para hablar con términos menos abstractos, la Universidad tendría que ser un factor de desarrollo económico o un factor de poder político, cualquiera de las dos cosas.
En muchos países, las universidades han sido puestas bajo la vigilancia del poder político, que ha pretendido que cumplan exclusivamente una función dentro de una estructura y un sistema. Esto ha sucedido en todos los regímenes autoritarios, en todas las dictaduras, por ejemplo, en Argentina, Chile, en algunos momentos en Brasil, en Uruguay. Las universidades fueron terriblemente perjudicadas por la voluntad de los gobiernos de someterlas.
Y, desde luego, no hablamos de los países totalitarios, como la Unión Soviética o la Alemania de Hitler, por supuesto, pero además aún en otros países, donde la democracia funciona mejor, también hay ahora la tendencia de considerar que las universidades deben ser un instrumento para los intereses del desarrollo y la producción, para los intereses del mercado económico. Por lo tanto, el Estado no tiene que estar sosteniéndolas financieramente, sino que deberían estar financiadas en gran medida por las empresas que tienen los intereses de prevalecer en el mercado. Esto es una tendencia muy viva actualmente y que la UNAM, entre otras universidades públicas, enfrenta constantemente; es un peligro enorme. Si esta tendencia prevaleciera, las universidades habrían muerto. Esto no es el sentido de la universidad y tendríamos que buscar otro tipo de comunidades.
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