Eleazar Narváez
1. La reivindicación de la autonomía como principio de vida, en tanto componente fundamental de la condición humana. Me refiero a ella como posibilidad que tiene cada cual – con fundamento en la independencia de pensamiento y acción – de elegir y responsabilizarse por la vida que se desea desarrollar, sin convertirse en fuente de agresión o de calamidades para otras personas e instituciones.
En esta reivindicación queremos superar la simple defensa de la autonomía como un legado histórico o bien como un principio que debemos mantener en las leyes y en la Constitución. Más bien, llamamos la atención sobre las dimensiones de su ejercicio, específicamente en lo que respecta a las condiciones necesarias y suficientes para el ejercicio de la libertad en la traducción en la práctica de ese principio. También es de nuestro interés desligar el significado de dicho principio de aquellas interpretaciones que se empeñan en verla como un principio para recluirse en sí mismo, para aislarse y escudarse en la actuación sin control o irresponsable.
2. El principio de autonomía es esencial para preservar la dignidad humana, para que cada cual – bien sea la persona o la institución - disfrute efectivamente del derecho de exigir que se le juzgue por sus méritos y deméritos, por su valor, por lo que realmente es y hace.
Por cierto, asociado a este planteamiento, hemos dicho que la universidad verdadera es la universidad digna. Es la universidad que asume con firmeza el ejercicio de su autonomía, en libertad y democracia, sin claudicar ante quienes pretenden subordinarla a las orientaciones de un determinado proyecto político ajeno a los elevados objetivos que dicha institución está llamada a cumplir. Es la universidad que, comprometida con la defensa y el fortalecimiento de pensar críticamente, no acepta por ningún motivo imposiciones que distorsionen su misión primordial, que persigan reducirla o someterla a cualquiera determinación o mitificación para minusvalorarla. En fin, es la universidad como ámbito donde, a contracorriente de la idea de un mundo uniformado, conviven múltiples expresiones del saber; y en el cual se dan las condiciones necesarias y suficientes para el ejercicio de la capacidad de conjugar conocimiento, imaginación y decisión en el campo de lo posible: en su vida académica; en la elección de sus autoridades; en la escogencia de su personal; en el cuestionamiento a sí misma y a todo lo que le concierna; en sus normas de gobierno, funcionamiento y administración de su patrimonio; y en la proposición y contribución en la construcción de soluciones y alternativas de cambio que el país requiera.
3. El respeto a la autonomía y a la dignidad – como afirma Freire en "Pedagogía de la autonomía" – constituye un imperativo ético y no un favor que podemos o no darnos los unos a los otros, el cual se apoya en la “inconclusión del ser que se sabe inconcluso” y tiene la vocación de ser más propia de los seres humanos. Una vocación que – tal como lo expresa ese gran maestro en "Política y Educación" – “...no se realiza en la inexistencia de tener, en la indigencia, exige libertad, posibilidad de decisión, de elección, de autonomía” (Freire, 1996:13).
4. La conciencia de ese respeto a la autonomía del ser y a la dignidad no puede separarse de la práctica educativa. Ciertamente la mejor manera de defender y potenciar dicho respeto es vivirlo en los hechos de cada día, testimoniarlo a nosotros mismos y a los demás de modo incesante en nuestro ejercicio educativo cotidiano, con la firme e indoblegable convicción de saber que es primordial hacerlo más allá del simple plano discursivo.
4. La conciencia de ese respeto a la autonomía del ser y a la dignidad no puede separarse de la práctica educativa. Ciertamente la mejor manera de defender y potenciar dicho respeto es vivirlo en los hechos de cada día, testimoniarlo a nosotros mismos y a los demás de modo incesante en nuestro ejercicio educativo cotidiano, con la firme e indoblegable convicción de saber que es primordial hacerlo más allá del simple plano discursivo.
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