Rafael Cadenas
27/10/2015
Teresa Berbín: Hoy quizá más que nunca, se habla del “fracaso” de la educación. Se observa que las escuelas, los liceos… tienden a reducir su labor formativa de varios años a la acumulación superficial de muchos conocimientos generales con el resultado de que un joven bachiller escasamente aprende a leer, escribir y expresarse. ¿Qué ve usted allí?
Rafael Cadenas: Si se fracasa en este aspecto de la educación, se fracasa en todos. Al ser deficiente la enseñanza del idioma y en general de las materias humanísticas, toda la armazón educativa se torna endeble. No puede haber educación si no existe la base que es el idioma, del cual depende todo. Las cabezas se forman por la lengua, según Rousseau y Bello.
Por eso planteo en términos radicales, dramáticos, urgentes, el asunto. ¿Qué se puede hacer?Habría que ver lo que en realidad ocurre en escuelas y liceos, aunque son los maestros y profesores los que deben verse a sí mismos con toda sinceridad.
De la calidad de los maestros y profesores depende todo y es lo que más se ha descuidado. Venezuela se ha vuelto muy cuantitativa casi en todo. En educación aquí no se habla de calidad sino de número. Tenemos o necesitamos –se dice– tantos maestros, tantas escuelas, tantos pupitres, tantas aulas, tantos lápices, y esta preocupación encubre lo más importante, la calidad.
Nadie se pregunta si contamos con maestros y profesores estudiosos, honestos, abiertos, dispuestos a oír, a aprender, a revisar sus fallas, y es esto lo que yo llamo calidad.
Tanto en la escuela como en el liceo hay exceso de materias. Algunas como castellano, inglés, literatura, se enseñan tan mal que convierten la educación en una farsa. Además la mayoría de los maestros y profesores no la conectan con la vida de los estudiantes.
Las materias humanísticas son las que han sufrido un mayor deterioro, pues la tendencia general de esta sociedad es científico-tecnológica, y esas materias van convirtiéndose en una especie de deber que desvirtúa el carácter esencialmente formativo, vital, afectivo que poseen. De manera que las materias que más tienen que ver con el alma se vuelven aburridas. Imagínate los estragos.
A saber, ¿uno de los estragos sería el progresivo deterioro del idioma?
Si, su “enseñanza” parece dirigida a hacer que los estudiantes no la aprendan. No sé si los que la enseñan la aman, pero veo que los estudiantes muestran poco interés por ella, poca conciencia al respecto.
Nos estamos volviendo un pueblo sin expresión. Creo que si se va a pique el idioma, se va a pique todo lo demás.
La raíz del mal en escuelas y liceos está en muchos maestros y profesores que por carecer de gusto, amor y respeto por el idioma, intentan enseñarlo mediante la gramática, y éste es un error que urge corregir.
Si dedicaran su tiempo a leer, con los estudiantes, buenos libros, a conversar sobre ellos como lectores, a disfrutarlos más que “estudiarlos”, nuestro idioma no estaría tan mal.
Dice que se ha obviado la calidad en la educación. ¿No ocurre algo similar en otras áreas de nuestra sociedad?
En general hay poca claridad en la sociedad venezolana sobre lo que se quiere. Se habla mucho de desarrollo. Esta es una de tantas palabras mágicas que nos alucinan y nos hacen perder de vista al ser humano. Para los que hacen de esta palabra una bandera parece que la sociedad hubiera sido creada para el desarrollo, para postrarse ante este dios. Se olvida su carácter instrumental y se convierte en fin. Pero no puede haber otro fin que la vida misma. Yo la considero sagrada, y profanación cualquier atropello contra ella.
Me inclino pues por un tipo de movimiento –no quiero usar la palabra desarrollo– que tenga como finalidad la custodia de la vida.
La vida y en ella lo humano, son insubordinables a cualquier instancia humana.
Sin embargo, se cree que el desarrollo es garantía de un futuro mejor.
Nuestra sociedad está enferma de futurismo. Se corre no se sabe bien hacia dónde, como si el correr mismo tuviera significación. Hay que replantear las cosas. Devolverle sus fueros al presente, el lugar de la vida. Si quitamos los ojos del espejismo del futuro, excepto en cuanto a preservación de lo existente, tal vez la energía refluya hacia el ahora y haya un florecer desconocido.
De modo que las ideas de desarrollo, progreso, futuro… erigidas como único fin, dan lugar a una valoración ficticia de lo que hemos de vivir; nos alejan de lo más cotidiano y familiar?
Si hubiera una valoración de lo que significa vivir y de lo que es un ser humano, lo demás vendría por sí solo.
Haríamos ciudades a la medida de nuestro corazón y no a la medida del desarrollo, ciudades entre bosques y no garajes, ciudades en que no tener carro y caminar no sean anormalidades.
Yo no quiero un desarrollo que vaya contra el vivir. Digo no, gracias, llévense este desarrollo, pues es inhumano. Pensemos en otra posibilidad.
De esa manera ficticia de valorar el vivir, ¿qué le causa mayor alarma?
Lo que más me alarma es el poco valor que tiene en Venezuela la vida humana. Parece cosa de pesadilla cómo se mata en este país. Matan los delincuentes, mata la policía, matan los conductores-delincuentes. Se mata en la ciudad, en las carreteras, en los campos. Es una espantosa danza de la muerte, pero menos espantosa que nuestra indiferencia. Creo que ya no sentimos. En todo caso no reaccionamos. Nos hemos acostumbrado al horror.
¿Y qué diría de la obstinada ambición por el dinero?
El dinero se ha enseñoreado de tanta gente. Creo que este afán de enriquecerse está entre nuestras mayores pobrezas. Pero tenía que surgir. Cuando se pierde lo esencial que para mí está en el vivir, en la elementalidad, el contento, la sacralidad, el misterio y la gustación de ese vivir, entonces se buscan sustituciones que serán insatisfactorias, pues, ¿cómo van esas sustituciones a compararse con el principal don, el que está en nosotros, sin desplegarse o desplegándose?
La riqueza de un pueblo está en la aptitud que tenga para poner en su puesto a la riqueza, y su puesto es el que tiene cualquier instrumento. Erigirla en fin constituye un extravío. El de quienes no han descubierto su propia riqueza.
Vivimos, sin embargo, en una ciudad moderna como Caracas gracias al desarrollo y cuyo principal vehículo es el dinero. ¿Cuáles son los beneficios?
¡Cuánto ha sido arrasado por el desarrollo que se nos ha impuesto! Realmente no sé qué es lo que le queda a este pueblo. Se le ha ido arrebatando lo más suyo. Antes lo destruía el atraso, ahora es el desarrollo. Se trata de otro tipo de destrucción. Se puede hablar del subdesarrollo del desarrollo; me refiero al subdesarrollo de lo más importante que es lo humano –lo humano en dependencia sólo de lo mayor–.
La irrupción del mundo moderno ha sido un golpe demasiado fuerte para este pueblo, para su alma rural, artesana, terrosa, y yo la siento desquiciada. Le cayó en las manos un caudal con el que se ha dado a adquirir bienes que no creó ni le han costado mucho esfuerzo, y esto lo ha desequilibrado. Hoy lo vemos amontonado en ciudades donde va perdiendo el contacto con sus raíces, su tradición, su cultura, para recibir lo que le ofrece una televisión mala, una radio peor, una calle sin belleza, un barrio para vegetar.
Hay que hacer algo porque este vivir no beneficia a nadie. Hasta los propios ricos sufren las consecuencias a veces terribles de esta sociedad, de esta forma de vida que ha surgido aquí y en la cual tienen tanta parte.
¿Cómo calificaría el vivir en estas ciudades, obras de la modernidad?
Salir a las seis o siete de la mañana para regresar a las nueve de la noche a casa y caer rendidas, todos los días, como hacen millares de personas, en una ciudad que no está hecha pensando en el hombre (es poco lo que en Venezuela está hecho pensando en el hombre) es algo que me niego a llamar vida. Esto tiene otro nombre.
Es un sistema que hemos aceptado como si estuviera decretado por un dios y que aquí se agrava por la incapacidad que han tenido los gobiernos para ver los problemas a fondo. Te daré un ejemplo. El tráfico de Caracas es terrible. La única manera de resolverlo sería limitando la compra de vehículos, pues diariamente aumenta su número en una ciudad ya asfixiada –y esto no en sentido figurado– lo que hará más difícil, con el tiempo, vivir en ella aun a los vendedores de carros. Ellos también respiran y tienen hijos que respiran el aire que sus padres envenenan. Hay estudios alarmantes sobre la contaminación. Nos dicen sencillamente: ustedes se están haciendo daño. Pero nos merecemos la vida que creamos.
¿Y dónde se ha quedado la inteligencia del hombre?
Sometida a intereses. De modo que no existe, pues la inteligencia es insobornable. Una inteligencia supeditada a cualquier instancia –económica, social, política– ya está muerta.
En cuanto a la inteligencia humanística, me parece muy timorata.
Se requiere hoy otra inteligencia, una inteligencia instintiva, amorosa, cordial (recuerda, cordial viene del corazón), la única capaz de poner las cosas en su punto. Aunque no me gusta hablar de inteligencia ni decimos mucho con esta palabra. Con su inteligencia el hombre ha creado esta civilización que no halla la puerta de la vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario