Mariano Nava Contreras
El Universal, 09/10/2015
Casi todos los estudiosos de los asuntos de la sociedad y el poder coinciden en la importancia de las comunicaciones en estos tiempos. Se trata, podríamos decir, de una característica fundamental de este atribulado comienzo de siglo. Cuidado, hemos dicho comunicaciones, no información ni mucho menos conocimiento. Sabemos que las comunicaciones son fundamentales para el éxito de cualquier empresa política, de cualquier intento colectivo que tenga que ver con el poder. Hoy en día, el éxito de una empresa política depende en gran medida de su éxito comunicacional. Se trata de un asunto extremadamente peligroso cuando falta, como vemos que falta y ha faltado, la ética, pues una empresa comunicacional puede ser perfectamente exitosa sin que necesariamente lo que comunique sea verdad. El éxito de las estrategias comunicacionales no necesariamente implica el que los contenidos comunicados sean ciertos, lo que importa es que sean convincentes. Retórica pura, en el peor de los sentidos. Esto es algo que no necesita demasiadas explicaciones para los que vivimos en la Venezuela de estos oscuros días.
Veo con preocupación que la situación actual de nuestras Universidades constituye un claro ejemplo de esto. Apelando a viejas falacias y lugares comunes, se ha querido presentar el conflicto universitario como un problema meramente salarial. Nada más lejano de la realidad, pero también nada más útil a la hora de revolver viejos rencores y resentimientos, arma de probada eficacia política. Siempre es fácil simplificar, y siempre es rentable manipular apelando a las peores pasiones. Presentar el problema de nuestras Universidades como un conflicto impulsado por la sola sed de lucro de los universitarios reporta una doble ganancia: por un lado estigmatiza a los profesores, y por el otro niega la verdadera dimensión de la crisis.
Pero vayamos por partes. La verdad sea dicha, los universitarios venezolanos devengamos unos salarios de vergüenza, que no pueden compararse siquiera con el que tienen los académicos de los países más atrasados y pobres. Esto trae como consecuencia que muchos decidan emigrar y otros busquen aquí empleos mejor remunerados. Por otra parte, cada vez menos profesionales se sienten inclinados a la carrera académica, pues económicamente no les resulta atractiva, y otros muchos deciden jubilarse en cuanto pueden. El resultado es que cada vez tenemos menos profesores en las aulas. No creo que existan estadísticas al respecto, pero puedo decir que a diario nos enteramos de colegas que deciden marcharse y de concursos para reponer cargos a los que nadie se presenta. No sé si a estas alturas ya nos vamos haciendo una idea de lo que esta situación significa para el futuro de la educación y las esperanzas de desarrollo de nuestro país.
No hablemos ya de la investigación y de la producción de conocimiento. En las universidades venezolanas, la investigación había sido tradicionalmente relegada a un segundo plano. Erróneamente se pensaba -y aún algunos piensan- que el papel de las Universidades venezolanas era repetir los conocimientos generados en otros centros de estudio en el extranjero, como si se tratara de liceos grandes. Afortunadamente a partir de los años ochenta, y gracias a una acertada política de incentivos, la investigación comenzó a rendir frutos en nuestro país. Hoy, lo logrado en décadas de aportes científicos y humanísticos está a punto de perderse, no solo por la deserción de los investigadores y la ausencia de una generación de relevo, sino porque es prácticamente imposible dotar a nuestras bibliotecas de bibliografía actualizada y a los laboratorios de los insumos necesarios, menos aún asistir a congresos en el exterior, y últimamente y para colmo, por las restricciones al uso de la Internet. Todo esto está llevando a nuestro país a ser territorio inhóspito para el conocimiento, y nos convertirá en breve en un desierto científico y cultural. Pronto volveremos a tener liceos grandes y no Universidades.
Sin embargo, la crisis de las Universidades venezolanas va mucho más allá de comprometer las condiciones de sus trabajadores. Yo diría que el grave problema de nuestras Universidades es un problema estructural que toca la viabilidad misma del modelo socioeconómico que tenemos. A los que presentan la crisis como un problema salarial yo les preguntaría ¿cómo vamos a alimentar a decenas de miles de estudiantes con el actual desabastecimiento?, ¿cómo vamos a transportarlos con los autobuses parados por falta de repuestos?, ¿cómo puede funcionar una universidad sin libros, ni laboratorios, ni papel, ni tinta, ni Internet, ni repuestos para las computadoras? No se trata solamente de que los profesores puedan vivir aquí dignamente y no se vayan, que ya es mucho. Yo creo que la actual crisis universitaria es una buena razón para preguntarnos por la viabilidad de un modelo que niega la educación a sus muchachos.
@MarianoNava
No hay comentarios:
Publicar un comentario