Antonio Pérez Esclarín
El Universal, 06/10/2015
Por considerar que el educador es la pieza clave para la calidad educativa, he dedicado toda mi vida profesional y sigo dedicando mis mejores esfuerzos a la formación de educadores. Un buen maestro o profesor es la principal lotería que le puede tocar en la vida a un niño, una niña o un joven. Así como un mal educador puede ser una verdadera desgracia. El educador puede suponer la diferencia entre un pupitre vacío o un pupitre lleno, entre un delincuente o un joven trabajador y responsable, entre una vida vacía y hueca o una vida con sentido.
En formación
Entiendo que, en estos tiempos de cambio permanente, ser educador es vivir en formación. El docente que ha dejado de aprender, se convierte en un obstáculo para el aprendizaje de sus alumnos. Hay docentes que, con su práctica educativa, no sólo no provocan las ganas de aprender, sino que las matan. De ahí que todos mis esfuerzos se han dirigido a privilegiar la formación permanente de los educadores, que transforme profundamente su manera de ser, de pensar y de actuar, pues está claro que si bien "uno explica lo que sabe o cree saber, todos enseñamos lo que somos". Cada profesor, junto a su materia, enseña un montón de otras lecciones: honestidad o deshonestidad; respeto o irrespeto; responsabilidad o irresponsabilidad; desprecio o afecto; igualdad o diferencias; entusiasmo o desmotivación; alegría o fastidio; creatividad o rutina...
Frente a la degradación del hecho formativo que se suele reducir a la adquisición de conocimientos y al desarrollo de competencias, la auténtica formación es un proceso de liberación individual, grupal y social. Formarse es fundamentalmente construirse, planificarse, soñarse, llegar a desarrollar todas las potencialidades de la persona. Estoy hablando entonces de un proceso de construcción permanente de la personalidad y de un pensamiento cada vez más autónomo, capaz de aprender continuamente, para así poder enseñar en el sentido integral de la palabra. Esto sólo será posible si convertimos al docente en un "profesional de la reflexión", una persona que analiza y cuestiona permanentemente sus valores y su práctica pedagógica.
"Formatear"
Por ello, quiero alertar que no es lo mismo estar en formación, que estar estudiando. La mayoría de los estudios informan, pero descuidan la formación de la persona. De algunas universidades y centros de formación salen profesionales, pero no auténticos hombres y mujeres. También hay educadores, que más que formar, tratan de "formatear" las mentes de los alumnos, para que sólo acepten lo que ellos les inculcan y rechacen todo otro tipo de pensamiento. Es la consecuencia de utilizar la educación para ideologizar, para hacer personas obedientes y sumisas. Hay también estudios que, más que formar, deforman a los estudiantes. Todos conocemos educadores a los que las licenciaturas, maestrías o doctorados los echaron a perder. Personas que utilizan sus nuevos títulos como una especie de pedestal y desde la altura de sus nuevos diplomas se van alejando de los alumnos, de los compañeros, de los padres y representantes, de las personas más sencillas y necesitadas. Yo hablo de la necesidad de títulos que, en vez de subir, nos ayuden a bajar al nivel de los alumnos más necesitados y de las personas más sencillas para brindarles la ayuda que necesitan, pues "a mí sólo me interesan conocimientos que lleven a co-nacimientos", a nacer a una nueva vida con el otro y para el otro.
www.antonioperezesclarin.com
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