Fernando Rodríguez
El Nacional, 19/07/2015
Si el culto a la ignorancia, espontáneo o calculado, es uno de los signos mayores de todo populismo, cuya materia prima es justamente los niveles más primitivos, manipulables, inmediatistas y pervertidos del “pueblo”, la Venezuela chavista debe ser un modelo digno de ilustrar cualquier manual sobre el tema.
El desastre abismal que vivimos cotidianamente en todos los ámbitos, esa descomposición que nos invade sin cese, es la mayor prueba. En la cual hay ciertamente diversos elementos: delirios patológicos, fósiles ideológicos, corrupción nunca igualada… Y ríos, mares de ignorancia. Desde la cúspide hasta las bases del Estado. Si se quiere alguna prueba simple de ello recuerde la rotación de ministros sin currículo, que van de aquí para allá como si en cada lugar no hubiese un saber y una destreza necesarios para una mínima acción coherente.
Por supuesto, en aquellos sitios en que la sapiencia es el componente primordial se ha producido una devastación incalculable. La educación, la cultura, la ciencia. El régimen solo ha sido capaz de vender cantidades, absurdas al compararlas con la calidad de lo producido. Quizás la más ridícula de todas es decir que tenemos más estudiantes universitarios que los países más desarrollados, cuando no tenemos profesores para dictar materias fundamentales del bachillerato, que simplemente no se cursan en muchos casos, o el éxodo de los profesores universitarios que se cuenta por millares. No hablemos ahora de la ciencia y la cultura.
Pero nada ha sido tan hostilizado, martirizado se diría, como las universidades autónomas que son las únicas públicas que merecen ese nombre. Allí a la inconsciencia de su importancia se suma el odio político producto del desprecio permanente de profesores y alumnos por la causa “revolucionaria”. Mucho se ha dicho sobre su demolición económica, a comenzar por los sueldos profesorales absolutamente miserables o por el deterioro que va desde servicios estudiantiles a laboratorios y bibliotecas; pero no menos criminal son medidas que afectan su esencia misma como, por ejemplo, el pretender ampliar contra cualquier criterio académico el claustro universitario y que ha impedido durante años renovar autoridades, al negarse la universidad a acatar ese atentado contra su autonomía y dignidad. Produciéndose así una esclerosis fatal para su institucionalidad.
Ahora se le ha arrebatado el derecho autonómico y legal de seleccionar el ingreso de nuevos estudiantes para otorgárselo al Ejecutivo. Un patrón de admisión absolutamente ilegal e irracional, atentatorio contra la calidad universitaria que aún subsiste, para darle prioridad a ingredientes sociales demagógicos y clientelares. Elimina de hecho un verdadero criterio de selección que existe en el orbe entero. Pero en este caso, el de una educación pública general inservible, se cae en el absurdo de ampliar el último piso del edificio y no los precedentes incapaces de sustentarlo. Es un fraude para aquellos mismos que se pretende promover, condenados mayoritariamente al fracaso. Operativo solo explicable por razones electoreras, pensando en diciembre próximo y en tratar de revertir quién sabe cuándo aquellas proporciones que le son brutalmente adversas al interior de las universidades. Por lo pronto, se aproxima un conflicto entre los alumnos inscritos de acuerdo con las normas académicas y los inscritos por las politiqueras del gobierno. La universidad no puede hacer otra cosa que luchar por imponer la inteligencia y su independencia contra el despotismo y la estupidez. Sin medir el costo
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