Ignacio Ávalos
El Nacional, 19/06/2013
Debo, sin embargo, hablar de la actual crisis universitaria, repitiendo lo que otros han dicho, lo que yo mismo he escrito, lo que seguramente usted ya sabe. Es que en este caso, la redundancia es una obligación política. Debo decir, por tanto, que desde hace al menos siete años –y a pesar de los precios del petróleo– las universidades públicas funcionan a media máquina debido a un déficit financiero que sólo les permite subsistir, sin poder ver un poquito más allá del día a día a fin de planificar las actividades de docencia, investigación y extensión. Decir que los profesores se encuentran absurdamente mal pagados, que la planta docente (y ni hablar de la de investigación) se está envejeciendo, sin que aparezcan los jóvenes que quieran reemplazar a los que se van. Decir, en suma, que los recursos económicos no dan para tener la universidad que los estudiantes requieren y merecen.
Me veo, pues, en la necesidad de señalar que desde el Gobierno se encara mal el problema universitario. Mal al mirarlo desde el prejuicio ideológico, en desuso, por cierto, en todo el planeta, incluso en países que nuestros gobernantes ven con simpatía política. Mal por no aceptar que la libertad y la pluralidad de pensamiento constituyen su médula y no admitir que las universidades “oficiales” representan un despropósito conceptual. Mal por no entender la época y la importancia actual del conocimiento. Mal por creer que la autonomía administrativa e intelectual es crimen de lesa patria. Mal por diluir la discusión en amenazas y descréditos, sin alegar un solo motivo que no huela a consigna. Mal, así pues, por pretender hurgar en la cuenta bancaria de las autoridades académicas, por querer llevar a juicio a los dirigentes gremiales o sugerir conspiraciones políticas manejadas desde la “derecha”, en vez de encarar la situación con conciencia plena de su gravedad
En fin, me veo, en la necesidad de sumar mi voz de profesor de la UCV y, aún más, la de ciudadano de a pie, para protestar el desdén por nuestras universidades y dejar sentir mi susto observando cómo se oscurece su horizonte, es decir, el del país. Susto, digo, porque, con relación a ellas, sospecho que para el Gobierno el futuro se ha vuelto un concepto caduco.
*Véase: La vinotinto, la universidad y los "paparazzi"Me veo, pues, en la necesidad de señalar que desde el Gobierno se encara mal el problema universitario. Mal al mirarlo desde el prejuicio ideológico, en desuso, por cierto, en todo el planeta, incluso en países que nuestros gobernantes ven con simpatía política. Mal por no aceptar que la libertad y la pluralidad de pensamiento constituyen su médula y no admitir que las universidades “oficiales” representan un despropósito conceptual. Mal por no entender la época y la importancia actual del conocimiento. Mal por creer que la autonomía administrativa e intelectual es crimen de lesa patria. Mal por diluir la discusión en amenazas y descréditos, sin alegar un solo motivo que no huela a consigna. Mal, así pues, por pretender hurgar en la cuenta bancaria de las autoridades académicas, por querer llevar a juicio a los dirigentes gremiales o sugerir conspiraciones políticas manejadas desde la “derecha”, en vez de encarar la situación con conciencia plena de su gravedad
En fin, me veo, en la necesidad de sumar mi voz de profesor de la UCV y, aún más, la de ciudadano de a pie, para protestar el desdén por nuestras universidades y dejar sentir mi susto observando cómo se oscurece su horizonte, es decir, el del país. Susto, digo, porque, con relación a ellas, sospecho que para el Gobierno el futuro se ha vuelto un concepto caduco.
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