@eleazarnarvaez
Rememorando un poco. Desfilan por nuestra memoria algunos de los hechos más relevantes ocurridos después de otorgársele rango constitucional a la autonomía universitaria en el año 1999. Con mayor precisión, en el transcurso de los períodos de gestión de Hugo Chávez. Acontecimientos marcados de uno u otro modo por la responsabilidad del régimen. Difíciles de olvidar, muchos de los cuales han dejado sus huellas nocivas y siguen trastornando hoy con severidad nuestra educación universitaria. Sin duda, fueron años de fuerte obstrucción al ejercicio cabal de la autonomía.
Así los recordamos. Reiteradas agresiones a instituciones universitarias autónomas y a miembros de sus comunidades. Fuerte polarización entre las nuevas universidades y programas de una institucionalidad paralela gubernamental y las principales universidades públicas, en perjuicio de estas últimas. Progresivo estrangulamiento financiero que llevó al desmantelamiento de actividades de postgrado e investigación, entre otras. Recurrentes intromisiones desestabilizadoras del TSJ en la vida institucional. Distorsiones en la política matricular de algunos centros de estudio. Desconocimiento del significado de comunidad universitaria establecido en la Constitución. Permanentes violaciones a derechos de organizaciones gremiales y sindicales, con expresiones importantes en materia electoral, salarial y seguridad social. Presupuestos crónicamente deficitarios...
Hasta llegar hasta nuestros días, cuando se ha profundizado la crisis y hablamos de una educación universitaria en emergencia humanitaria compleja. Una crisis de extrema gravedad, sobre la cual se ha hablado y escrito bastante. Aun cuando siempre será necesario insistir una y otra vez en algunos de sus rasgos más destacados. Asociados a una universidad pública desmantelada, en estado de agonía. Con su autonomía herida de muerte. Desprovista de las condiciones mínimas necesarias para cumplir su misión. Después de haber sufrido la pérdida de una parte importante de su talento humano. Con un profesorado y el resto de su personal condenados a una vida precaria e indefensos ante la pandemia, sin recursos suficientes para alimentarse y atender eventuales problemas de salud. Con la gran mayoría de su estudiantado abandonado a su suerte, apabullado por muchas incertidumbres, privado del derecho a la educación...
Hoy nos toca enfrentar esa situación en unas circunstancias en las que la actitud en general de distintos sectores de la vida universitaria no resulta nada alentadora. Algo que se percibe como expresión de la tragedia nacional que ahora vivimos. Como reflejo de la misma, pero con los ingredientes propios de un ámbito particular como el universitario. ¿Un estado colectivo de resignación, de desencanto, de indiferencia, de cansancio, de hartazgo…? ¿Cómo llamarlo? Ciertamente hay demasiada quietud, silencio, desmovilización, señales de mucha pasividad en la comunidad, impotencia e incertidumbres en gremios y sindicatos, desgaste pronunciado de las autoridades, con variadas y angustiantes presiones internas y externas.
También habría que tomar en cuenta lo que sucede con los dolientes de nuestras universidades más allá de sus fronteras, en toda la sociedad. Actores sociales diversos muy importantes, seguramente conscientes del papel fundamental que han tenido y siguen teniendo nuestras instituciones educativas en la vida del país. Aunque sea débil el eco actual de sus reacciones a la crisis en cuestión.