domingo, 25 de agosto de 2013

Creatividad, currículum y tecnología

Albert Sangrà
El País, 26/08/2013

Hablar sobre creatividad siempre levanta pasiones. Todos desearíamos ser grandes inventores, personas capaces de imaginar futuros y, posteriormente, convertirlos en realidad para cambiar el orden de las cosas.
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Fuente: www.3dsign.es

Últimamente existe una cierta profusión de debates en distintos espacios, unos más mediáticos que otros, en los que se ponen en contraposición la creatividad y el currículum. He releído el que se publicó hace unos meses en este mismo periódico, en el que discutían, de forma indirecta, José Antonio Marina y Ken Robinson.
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lunes, 19 de agosto de 2013

Por el diálogo educación-trabajo

Gustavo Roosen
El Nacional, 19/08/2013

Cada día aparecen nuevas señales que advierten sobre el estado de contracción del sector productivo venezolano. La de ahora viene desde el ángulo de la capacitación de los jóvenes para incorporarse al empleo y a la producción. No es solamente que el INCES, ahora con la s socialista, ha desviado su función y abandonado sus propósitos iniciales, sino que incluso los esfuerzos del sector privado en este campo pasan por un momento de declinación. Así se revela en un reciente informe de la Fundación Educación Industria, Fundei, que reconoce la reducción del número de pasantes y la atribuye, con razón, a la contracción económica, la pérdida de empresas privadas y la menor participación de las instituciones del Estado en los programas impulsados por ella, básicamente pasantías, becas, formación para la inserción profesional, formación para emprendedores, perfeccionamiento profesional. 

Desde hace 38 años Fundei viene cumpliendo su propósito de estimular el desarrollo del talento humano, apoyar la formación de los jóvenes y contactarlos con las oportunidades de trabajo. En su función de engranaje entre el mundo académico y el sector empleador, ha sabido expresar la voluntad de más de 1.500 empresas afiliadas y de más de 600 instituciones académicas y organismos de cooperación empeñados en estimular la formación de los jóvenes y su integración al trabajo productivo. La capacitación ha sido vista por todos ellos como la condición para un mejor desempeño en el mundo laboral y, en consecuencia, para la productividad. 

Una de las barreras con las que tropieza el necesario diálogo entre educación y trabajo es la falta de pertinencia entre las necesidades reales de la economía y los contendidos y prácticas de la educación. En el origen de esta brecha está, entre otros factores, el distanciamiento entre los responsables de definir políticas públicas, el sector académico y el sector empresarial. Lo mostró también Fundei en su reciente presentación al aludir a la investigación conducida por Mckinsey & Company sobre más de 100 iniciativas en el campo de la relación educación­trabajo en 25 países. 

La investigación revela que más del 70% de los empleadores no tiene comunicación con las instituciones educativas a pesar de la brecha existente respecto a las carreras, contenidos, dominio de competencias y destrezas que afectan el rendimiento profesional y las oportunidades de inserción laboral. Revela también que la mitad de los jóvenes no están seguros de si la educación que reciben realmente les está aumentando posibilidades de conseguir empleo; que más de un tercio de las instituciones educativas no pueden estimar la tasa de empleo que van a tener sus egresados; que más del 25% de los graduados no consigue empleo en la disciplina estudiada y debe emplearse en otras áreas; que para cerca de 40% de los empleadores la falta de competencias y destrezas es la principal razón que les impide llenar las vacantes disponibles para recién graduados. 

Vincular productivamente el sector empleador con el educativo sigue siendo una labor imprescindible. De allí la conveniencia de apostar por el fortalecimiento y renovación de las instituciones dedicadas a este fin. El país necesita de estas iniciativas y de estos esfuerzos, minimizados desde el poder por una visión excluyente que aspira a la hegemonía en todos los espacios, que ve enemigos en todo lo que no puede controlar. La acción del sector privado en este terreno, impulsada por su sentido de responsabilidad y su voluntad de hacer, no releva al Estado de su obligación. Sigue siendo una de las más necesarias inversiones, más aún en esta Venezuela de hoy con casi ocho millones de jóvenes entre 15 y 29 años escasamente atendidos por las políticas de educación y empleo; en esta economía en la que se ha producido en los últimos años una caída del 36% del parque industrial, con la pérdida consecuente de más de 300 mil puestos de trabajo. 

Estimular los esfuerzos para recuperar la economía y abrir oportunidades al empleo productivo pasa también por ampliar el diálogo escuela-empresa, educación-trabajo. 

Educación superior y su relación con la comunidad

Elena Quiroz
LAISUM, México, 18/08/2013

La función social de la Educación Superior (ES) está determinada por el contexto histórico social. Con la globalización este aspecto se ha analizado con énfasis en la última década del siglo XX y la primera del siglo XXI. Villaseñor apuntaba en 2003 que la función asignada a la ES es amplia, ya que se espera que contribuya al incremento de la producción, colabore en la creación de mejores condiciones de vida, cree conciencia y participación democrática, contribuya a la competitividad del país, atienda las necesidades sociales, introduzca elementos de racionalidad, entre otras cosas. Se pueden identificar dos grandes ejes: 1) El cultivo del conocimiento; 2) El servicio a la sociedad. Este último fue muy cuestionado a finales del siglo XX por los empleadores; quienes desde su perspectiva señalaban una desvinculación de la academia con la sociedad. Lo anterior, debido a que los egresados de las instituciones de educación superior (IES) no estaban formados en múltiples competencias para ofrecer servicios profesionales completos. Se pedía que a los estudiantes y egresados se les formara con un dominio de idiomas extranjeros, liderazgo y capacidad de integración en grupos. 

Sin embargo, las necesidades de la sociedad en su conjunto no se consideraban como prioritarias para orientar la formación de los estudiantes universitarios. En 2013, la mirada se vuelve nuevamente a las IES, esta vez para resolver diversas necesidades sociales, algunas de ellas son: la atención de adultos que no saben leer y escribir, los grupos que desconocen sus derechos humanos, localidades que carecen de atención médica oportuna o las comunidades que desconocen estrategias para protejer el medio ambiente. 

Se espera que las IES ayuden a resolver éstas y otras necesidades sociales, mediante el servicio social (SS) que prestan sus estudiantes y egresados. La ANUIES impulsa el servicio social comunitario e interdisciplinario para ofrecer soluciones, mediante una relación directa con las localidades cercanas a las IES. Sus implicaciones son variadas, ya que requiere que las IES se adapten y se conviertan en organizaciones proactivas para que lleven a cabo intervenciones educativas, que ayuden al desarrollo humano, social y económico de las comunidades. 

El antiguo requerimiento para que las instituciones educativas relacionaran los contenidos teóricos con una aplicación práctica de los mismos, se retoma y se amplía. Se espera que el servicio social contribuya a superar situaciones de inequidad y pobreza en las diferentes regiones del país. Como se observa, el rol de las IES incluye responsabilidades amplias, ya que se concibe a las IES como espacios en los que se generan proyectos de intervención para resolver necesidades sociales urgentes, con miras a desarrollar tendencias autogestivas de desarrollo en el nivel local y nacional.

miércoles, 7 de agosto de 2013

Intelectuales contra intelligentsia

Enrique Krauze
El Nacional, 07/08/2013

Gabriel Zaid es un intelectual mexicano nacido en 1934, católico, liberal y anarquista. Es poeta, ensayista e ingeniero. Es economista originalísimo y filósofo de la religión. No da entrevistas, nadie ha visto una foto suya, no tiene vida social. Se define con una sola palabra: crítico. Obras suyas se han traducido a docenas de idiomas. Su sociología de la clase universitaria latinoamericana es un aporte que merecería ser tema de varias tesis universitarias en Estados Unidos (si esa apertura a intelectuales no académicos fuera imaginable). Según su teoría, "los universitarios" no buscan el saber, sino credenciales de saber... para acceder al poder. 

La historia de la literatura y el pensamiento en Latinoamérica había sido obra de escritores y de revistas (no de profesores ni investigadores) pero desde hace algunas décadas los intelectuales académicos alojados en las universidades comenzaron a reclamar el monopolio de aquella legitimidad intelectual que nunca había sido suya. Al margen del mercado editorial (que desdeñan y del que no dependen), viviendo en el "socialismo" de sus instituciones seguras, desarrollaron una natural inclinación por la ideología destinada utópicamente a perpetuar su condición, volviendo a todos los ciudadanos... universitarios. 

En los años ochenta, la vertiente radical de esa nueva clase no operaba en las aulas sino en las montañas de El Salvador y en el poder en Nicaragua. Un momento culminante de la crítica a esos movimientos fue la publicación en la revista Vuelta (dirigida por Octavio Paz) de dos ensayos de Zaid que dieron la vuelta al mundo ("Colegas enemigos: Una lectura de la tragedia salvadoreña", 1981, y "Nicaragua: El enigma de las elecciones", 1984). 

En ellos acuñó por primera vez el concepto de "Guerrilla universitaria" y negó que el derramamiento de sangre tuviera que ver con las luchas históricas del campesinado en armas o la acción revolucionaria de las masas. 

Por el contrario, leyó ambos procesos como una guerra de y entre universitarios a costa del pueblo: antiguos estudiantes de colegios católicos, herederos inconscientes pero activos de los religiosos medievales que quisieron imponer su "maqueta monástica" a la sociedad, "intoxicados con el poder" y con una "heroica" y narcisista impaciencia, los guerrilleros salvadoreños y nicaragüenses -universitarios en su gran mayoría, miembros de la elites, no obreros ni campesinos- se habían entrampado en querellas internas que documentó. 

La solución que proponía era la democracia: en El Salvador, aislar a los "escuadrones de la muerte" y los guerrilleros de la muerte, propiciando elecciones limpias; en Nicaragua, someter al voto popular el mandato sandinista. 

La querella entre la revista Vuelta (1976-1998) y el Esta- blishment universitario no era asunto de personas o temperamentos sino de concepciones distintas sobre lo que constituye a un intelectual. En un artículo de 1990 titulado precisamente "Intelectuales", el propio Zaid hizo una distinción capital para entender el debate intelectual latinoamericano: "Los intelectuales son un conjunto de personalidades, la Intelligentsia son un estamento social. 

Los intelectuales son la crítica, la intelligentsia es la revolución. 

Los intelectuales son afines al trabajo periodístico y literario, a ejercer sin títulos, al trabajo free lance. La intelligentsia es más afín al mundo académico y burocrático, a las graduaciones, a los nombramientos, a cobrar en función del calendario transcurrido. Los intelectuales pasan de los libros al renombre, la intelligentsia pasa de los libros al poder". 

En México y en varios países de América Latina, la distinción entre los intelectuales y la "Intelligentsia" se mantiene. 

La caída del Muro de Berlín y el adveni miento de gobiernos electos en la mayoría de los países latinoamericanos, no cambiaron la ecuación por un motivo evidente: la Revolución sigue siendo un artículo de fe en el Establishment académico universitario de muchos países, y en su clase dirigente, la Intelligentsia. 

Esta anacrónica vigencia del mito de la Revolución en sus diversas variantes (desde la radical castrista y chavista, hasta la populista, en apariencia más moderada) supone un desacuerdo básico sobre la constitución misma de la vida política. El consenso existe en varios países de tradición democrática y republicana: Chile, Costa Rica, Colombia, Uruguay. También, aunque más reciente, parece consolidarse en el Perú. 

Pero definitivamente no existe en Venezuela y sus países satélites, tampoco en Ecuador y Argentina. Y, por sorprendente que parezca, a pesar de nuestra transición, tampoco existe en México. 

Vivimos en un perpetuo suspenso de legitimidad política. 

La razón de esta condición paralizante no está en los inmensos problemas sociales sino en el dogmatismo de la Intelligentsia. Mientras persista, habrá lugar para esa minoría crítica y liberal: los intelectuales.

lunes, 5 de agosto de 2013

Autonomía y humanidades



El lingüista y filólogo José G. Moreno de Alba—Premio Nacional de Ciencias y Artes en Lingüística y Literatura 2008— reflexiona en este texto acerca de la importancia cardinal de la autonomía universitaria para la investigación en todas las áreas del conocimiento.

Es para mí un alto honor hablar en nombre de Jorge López Páez y Álvaro Matute compañeros profesores de esta Facultad y en el mío propio, para agradecer este cariñoso reconocimiento por haber obtenido recientemente el Premio Nacional. Me pareció que un asunto que por igual interesa a los tres premiados y, obviamente, a los profesores y estudiantes de la Facultad es el de la importancia del estudio de las humanidades en la Universidad. Con su venia deseo relacionar este tema con otro concepto, igualmente destacable: el de la autonomía universitaria.

No ignoro que hay personas para quienes no parece hoy justificado el calificativo nacional aplicado a nuestra Universidad. Por mi parte opino que ha sido y seguirá siendo nacional no sólo porque, con sus innumerables dependencias y recintos, se extiende geográficamente por todo el país, sino de manera destacada porque el prestigio de muchos de sus profesores e investigadores, así como la calidad y cantidad de sus posgrados la hacen sin duda la Universidad de todos los mexicanos, la Universidad Nacional de México. Estos razonamientos podrían parecer demagógicos o retóricos. Nada más lejos de la verdad. Bastaría señalar que en recientes listas mundiales de universidades de calidad, la nuestra, en México, es siempre la primera. 

Si algunos quisieran escatimarle injustamente a nuestra Casa el adjetivo nacional, creo, por lo contrario, que nadie se atrevería a decir que sólo en el nombre es autónoma. Desde que algunos destacados universitarios obtuvieron para la Universidad Nacional de México su autonomía, ahora hace ochenta años, esta Casa la viene ejerciendo cotidianamente. Ha sido tan decidido, tan inteligente y tan constante este ejercicio por parte de la UNAM, que hubo necesidad de reformar la Constitución para elevar a ese rango la autonomía. Nos hemos ganado a pulso ese derecho, que redunda no sólo en beneficio de la propia Universidad sino, destacadamente, de todo el país. Ha sido tan claro o, mejor, tan preclaro el ejemplo de la UNAM, que después de ella ya son muchas las universidades mexicanas que ostentan hoy con justicia y dignidad el carácter de autónomas. También el liderazgo de nuestra Universidad en el ejercicio de su autonomía puede verse como otra formidable razón para que siga siendo nacional, para que siga siendo la primera Universidad de todos los mexicanos.

Permítanme referirme, brevemente, a la manera en que yo siento que la autonomía influye en la actividad intelectual de los humanistas en general y de los filólogos en particular. Comienzo por hacer algunas precisiones sobre conceptos que suelen repetirse a veces de manera mecánica, sin suficiente reflexión. Suele decirse, por ejemplo, que la Universidad tiene entre sus principales obligaciones —además, claro está, de formar profesionistas responsables—la de contribuir a la solución de los grandes problemas nacionales. Entre estos, no sin razón, se mencionan la pobreza, la falta de salud, la flaca economía, la inseguridad, el desempleo, el subempleo, etcétera. No niego que éstos son problemas y no sólo eso sino que son grandes problemas. Sin embargo, no es muy común poner, en la lista de estas abrumadoras dolencias y carencias, la falta de educación de calidad. Un breve paréntesis. Hace algunos años fui invitado a Corea del Sur, para dar conferencias en los departamentos de español de algunas universidades de aquel país. Conversando en español con algunos viejos profesores, les pregunté cómo se había logrado, en tan poco tiempo, en el caso de Corea, el paso del subdesarrollo a un casi primer mundo. Me explicaron algo que no se me olvidará: cuando, después de la guerra de Corea, se percataron de que era un país pobre, sin petróleo, sin tecnología, sin minería, casi sin nada, y de que lo único que tenía era, sin embargo, lo más valioso: la gente. Decidieron entonces a postar todo a la educación. Y, en veinte años, dejaron atrás la pobreza y la insalubridad. Un pueblo educado, un pueblo culto está destinado más pronto que tarde al desarrollo. 

Qué lejos está México de esa convicción. La educación no llega aquí a todos y a los que llega, les toca, por lo general, una educación de muy poca calidad. No cabe duda de que la educación o, mejor, la falta de una buena educación es uno de los más graves problemas nacionales, si no es el más grave de todos. Ahora bien, regresemos a la Universidad. La UNAM siempre ha considerado, entre los grandes problemas nacionales, que debe contribuir a resolver el de la educación. Esta generosa y, sobre todo, inteligente decisión la pudo y la puede hacer suya gracias a su bien ejercida autonomía. Trataré de explicarme. Considérese, por ejemplo, que sin una devota atención y permanente cultivo de las humanidades, resulta casi imposible, por una parte, resolver a fondo, en serio, la educación del país y, por otra, lograr que una universidad cualquiera lo sea en verdad. Una verdadera universidad se distingue de aquellas que así se llaman pero apenas lo parecen, entre otras cosas, en que en aquella se respeta y se estimula el cultivo de las humanidades. La institución, así se llame universidad, que no atiende las humanidades no merece, en mi opinión, esa nobilísima designacion. 

Gracias a la autonomía universitaria, bien ejercida, existe en la UNAM una institución tan noble como lo es la Facultad de Filosofía y Letras. En esta Universidad tiene el mismo formidable apoyo tanto el profesor de medicina, de derecho o de contaduría que tienen la grave responsabilidad de formar buenos medicos, abogados y contadores, que tanto necesita nuestro país- como el investigador que trabaja sobre metafísica o sobre fonología diacrónica. Esta generosa manera de concebir la función universitaria se debe, qué duda cabe, a la autonomía. Cuando los estudios universitarios se ven como un negocio o como una manera fácil de justificar, ante el gobierno, por ejemplo, el ejercicio de un presupuesto proveniente de los impuestos, se explica- aunque no se justifica- que se desatiendan las humanidades y se limite la oferta a unas pocas carreras de las llamadas tradicionales. Ello no sucede en la UNAM, pues - aunque ciertamente la mayor parte de sus recursos proviene de los impuestos de los ciudadanos y, por tanto, debe explicar a la sociedad y a sus representantes, puntualmente, la manera en que los emplea, y así lo viene haciendo nuestra Universidad - tiene asi mismo libertad absoluta para organizar tanto su gobierno interno cuanto, sobre todo, sus planes y proyectos académicos.

*Artículo en Revista de la UNAM