lunes, 17 de febrero de 2014

Entre la academia y la vida

Luis Porter
LAISUM, México, 16/02/2014

El investigador educativo le dió la última leída a su artículo, y lo encontró muy adecuado. Fluía bien. Se articulaba dentro de una lógica nítida. Los ejemplos demostrando las incongruencias de los instrumentos aplicados para medir el desempeño de maestros, alumnos y escuelas, eran contundentes e incuestionables. Una vez mas y sin traspasar la norma de las 650 palabras, había logrado una síntesis elocuente de la perversidad del sistema, su condición equívoca e incompleta, los usos políticos  a que se prestaba, en suma, su incapacidad para lograr un efecto positivo en la calidad educativa. Lo decía con seriedad, pero sin ocultar una sonrisa mostrando el brillo de sus incisivos. No se trataba de corrientes divergentes o sutilezas.  Era una manifestación más del diálogo imposible entre dos mundos incompatibles, el de la toma de decisiones, y el de la reflexión teórica. - “Cada día sé más - se decía a si mismo - pero entiendo menos” -  

El manejo de métodos y técnicas y su habilidad para el análisis había sido su campo de siembra y cosecha durante décadas. Había estudiado en las mejores universidades locales, las mismas en las que ahora era profesor eximio. Se le reconocía por su corrección y por ser un eminente observador. Cada mañana llegaba a su oficina manejando su propio coche. Se metía por la lateral, pasando con buen tino entre los huecos que alguien había despejado de las hileras de topes de metal. Una vez en la caseta de entrada mostraba su credencial, sabiendo que no tenía necesidad de hacerlo. Prefería conservar ese sentido de la democracia. Le alegró ver un lugar disponible en el estacionamiento, y se apresuró a dejar allí su coche. Mientras caminaba por los pasillos hacia su oficina, recibía saludos y sonrisas de sus colegas. ‘- No tendré poder, pero tengo prestigio -’, pensaba.

El vehículo negro del alto funcionario cruzó veloz por el primer cuadro. El chofer no se detuvo hasta estar frente al portón custodiado que, en contraste, se abrió lentamente. Descendió por la rampa tragado por esa garganta oscura. Se detuvo frente al elevador privado. Los celulares no dejaban de vibrar. Los asistentes los manejaban con suma destreza, sorteando discretamente los múltiples y diversos asuntos que atender. Ingresó a su escritorio. La mañana estaba avanzada y puso atención en los papeles estratégicamente ordenados sobre su escritorio de roble. Fue hacia lo urgente, la gira que iniciaría ese mismo día por los foros populares. Una mínima parte de su atención la dedicó al dossier donde se resumía lo destacado de los medios. Se detuvo un instante en la de ese docente incisivo e insidioso. La desechó de inmediato. Las revistas especializadas no llegaban a su escritorio, era material de archivo que manejaba una secretaria. No tenían peso alguno sobre la opinión pública. ‘- Me interesan resultados científicos, no anécdotas o experiencias personales. Medicina, no curandería. Datos duros, no charlatanerías hermenéuticas -’, pensó. Le molestaba la arrogancia tan propia de los académicos. Abrió la carpeta de piel con ribetes dorados y se concentró en el discurso que le habían preparado para la apertura del primer foro. - “Que no se espere infalibilidad de la SEP” - leyó. Sus asesores habían entendido bien que ya era hora de ceder un poco y reconocer las limitaciones normales del gobierno... eso si, sin dejar de insistir en su esfuerzo y voluntad honestas (subrayaba) por cambiar el rumbo de la educación. Recorrió el discurso y le pareció que habían captado ese tono de auto-crítica que pidió que le dieran, partiendo de aceptar que “la gente se equivoca”. Habían recibido demasiadas protestas como para no reconocer algunos errores. Ya lo había manifestado, ‘-no es válido ser necio y mantenerse en el error. Hay que actuar como en el matrimonio, para mantener el equilibrio, a veces hay que hablar de nuestras debilidades, y si es necesario, hasta confesar algun pecadillo-’, sonrió. Sabía que era un funcionario que creía en el diálogo. También sabía que su importancia no dependía de su prestigio, sino de su poder.

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