lunes, 29 de diciembre de 2014

El saber ya no cabe en el campus

J.A.Aunión
El País, 29/12/2014


Aprendió a programar buscando información en Internet y con algo de ayuda de su padre, también programador. “Lo hice con tutoriales; ensayo y error y echándole muchas horas”. En clase, se aburría. A los 12 años, Luis Iván Cuende creó un sistema operativo de software libre, a los 15 ganó un premio al mejor hacker europeo menor de edad. Con 19, monta empresas tecnológicas, ha publicado un libro —Tengo 18 años y ni estudio ni trabajo—, da conferencias por todo el mundo y ha sido asesor especial de la vicepresidenta de la Comisión Europea. Y no piensa estudiar una carrera. “Simplemente, creo que no aporta nada a mi método de aprendizaje, porque aunque no esté en la universidad yo aprendo todos los días”, explica.

Siempre ha habido mentes más despiertas, que sobresalen por cualquier razón, y siempre ha habido autodidactas. Pero en el mundo de Internet, el joven Cuende representa algo más. Es la personificación de los augurios de algunos expertos que aseguran que la democratización del conocimiento a través de la Red terminará haciendo de las carreras universitarias algo innecesario.

Otros, la mayoría, no van tan lejos: “El valor de la Universidad no es solo transmitir conocimientos, se trata de formar a personas, su identidad, su capacidad crítica y analítica”, dice Roger Chao, profesor de la Universidad de Hong Kong y asesor de la ONU. Pero casi todos admiten que la educación superior está ante un cambio radical y que los campus han de adaptarse a las necesidades de los alumnos y no al revés, como ocurría hasta ahora.

Hablan de un mundo en el que se multiplicarán las posibilidades: desde los cursos masivos gratuitos por Internet entre los que se podrá ir picoteando (hoy, una asignatura de Harvard, el próximo semestre otra de la Carlos III) hasta titulaciones online, presenciales y, sobre todo, mixtas. Dicen que se romperán los corsés de carreras cerradas y las estructuras clásicas de facultades con saberes separados, y que buena parte del trabajo de la Universidad consistirá en certificar los conocimientos que alguien puede haber adquirido de mil maneras y fuentes.

“El valor del título será incierto. Lo que es seguro es que tener una educación universitaria deberá suponer habilidad para manejar el cambio, la colaboración, la sobrecarga de información y la incertidumbre”, dice la profesora de la Universidad de Duke (EE UU) Cathy Davidson. Y añade: “Eso requiere una fusión de disciplinas: filosofía, física, historia, informática, antropología, ingeniería... En los desafíos del mundo real, está cada vez menos claro donde termina una disciplina y comienza otra”.

Está pasando algo parecido a lo que ocurre en los medios de comunicación, un sector en el que las nuevas tecnologías han multiplicado la oferta, ejemplifica el profesor de la Pompeu Fabra Carlos Scolari. “Oferta gratis y de pago, más corta y más larga, presencial, online... Los estudiantes tendrán una dieta más variada, igual que con los medios, que entramos en Twitter, luego vemos el periódico, escuchamos la radio, vamos a Youtube...”. La Pompeu Fabra encargó a Scolari un estudio para Diseñar la Universidad del futuro (así se titula el trabajo). “La crisis económica, en este contexto, es solo un condimento más a una crisis existencial de la institución tradicionalmente dedicada a la formación superior”, dice el texto.

Según esta idea, la Universidad española tiene que lidiar con este reto a la vez que con los recortes y con problemas pendientes como los que se han tratado en esta serie de reportajes: endogamia, falta de incentivos, de rendición de cuentas... Aún así, se están haciendo avances. Se multiplican las iniciativas (muchas veces desperdigadas) de utilización de videoconferencias, plataformas de docencia virtual, herramientas de trabajo colaborativo, de software libre, asignaturas híbridas con clases virtuales y seminarios presenciales. Hay universidades, como la Jaume I de Castellón, que tienen en sus estatutos promocionar el uso de la tecnología.

Pero no parece suficiente. No solo porque el retraso en la parte pedagógica es muy grande, según Scolari. Ni por casos como el de Luis Iván Cuende. Las costuras del modelo clásico se están saltando y las evidencias más claras están en el auge de la educación online. El número de alumnos de los campus presenciales (sin contar los másteres) descendió un 12% en la última década (en 177.000, hasta quedarse en 1,21 millones); sin embargo, a pesar de la bajada de 2013, en las no presenciales creció el 15% (hasta 198.000).

La gran mayoría de estos estudiantes están en la pública, la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), pero las privadas están explotando el filón, con cinco campus virtuales, cuatro de ellos creados en los últimos ocho años. Además, las 47 universidades públicas presenciales ofrecen 30 grados online o semipresenciales; y las 24 privadas, 45.

No se trata solo de cuántos, sino de quiénes son. “Hay cada vez alumnos más jóvenes, de 18 o 19 años”, cuenta Mili Jiménez, profesora de Historia del centro de la UNED en Cádiz. “Muchos lo hacen porque el precio es más barato y porque así pueden estudiar lo que quieren sin desplazarse. Pero cada vez más es que están hastiados de los horarios, de tener que ir a remolque de lo que el profesor mande”. La docente explica, por ejemplo, que su clase presencial semanal se puede seguir en directo o ver más tarde a través de Internet. La cifra es pequeña, pero muestra la tendencia: en la UNED, los estudiantes de primer ciclo menores de 21 años han pasado en los últimos cinco cursos de ser el 2,7% al 4,6% (son 7.090); en la Universidad Oberta de Catalunya (UOC), del 1,7% al 3,2%.

En la UOC (una universidad atípica, híbrido público-privado creado por la Generalitat de Cataluña en 1994) es donde estudia Psicología Sonia Juárez, de 25 años, desde los 19. La libertad de horarios le ha permitido en este tiempo compatibilizarlo con el trabajo, mudarse varias veces (de Barcelona a Baleares y vuelta y, ahora, a Las Palmas) o dejar algún semestre en blanco si surgía otra prioridad. “Es mucho esfuerzo, pero la enseñanza es buena, al menos aquí. Tienes que hacer debates, muchos trabajos...”. Después de la carrera, quiere un máster presencial, “para probar las dos experiencias”, dice. En realidad, el camino suele ser a la inversa, pues el posgrado es el gran mercado para la enseñanza a distancia. La demanda de másteres online ha crecido un 300% en los últimos dos años, y el 17% de todos los matriculados de estas titulaciones son alumnos virtuales.

A la oferta de títulos oficiales hay que sumarle la fiebre de los MOOC (cursos masivos en línea). Cualquier persona en cualquier parte del mundo se puede inscribir y seguir el curso (normalmente equivalente a una asignatura) a través de clases grabadas, bibliografía o podcasts, haciendo trabajos e interactuando con compañeros. En general, solo hay que pagar algo si el alumno quiere un certificado de asistencia.

España es uno de los países europeos más activos en la oferta de MOOC. La Carlos III y la Autónoma de Madrid, por ejemplo, forman parte de la plataforma EdX, creada por Harvard y el Instituto Tecnológico de Massachusetts en 2012 para este tipo de formatos. Entonces, muchos se apresuraron a declarar el final de la Universidad. Pero, pasado el tiempo, la opinión más extendida es la de la convivencia. “Lo más interesante es la comunidad de aprendizaje que se crea, algunos momentos de inteligencia colectiva”, dice Scolari.

La Universidad online ha sido señalada por muchos especialistas como imprescindible para sostener los costes del imparable aumento de universitarios en todo el mundo: son unos 152 millones y podrían ser más del doble en 2030, según la Comisión Europea. Pero expertos como Albert Sangrá, director del eLearn Center de la UOC, no se cansan de advertir que una buena enseñanza virtual, aunque pueda ahorrar algunos costes, no es gratis, requiere muchos profesores y tutores a los que hay que pagar. “La educación en línea debe sostener los costes vinculados a su exigencia de calidad como son la elaboración de los recursos de aprendizaje, el acompañamiento y guía de un profesor especialista, el proceso de evaluación continua, y la infraestructura tecnológica”, escribía Sangrá en 2013.

Los que sí ganan todavía más fuerza en ese contexto de ruptura tecnológica son los argumentos a favor de la especialización de los campus que se han presentado a lo largo de esta serie de reportajes para hacer rendir más el dinero invertido y ganar en calidad. “Hay demasiadas universidades intentando hacer lo mismo. Se trata de diferenciar la oferta de acuerdo con las diferentes fortalezas de cada uno”, dice la rectora de la Universidad de Manchester Nancy Rothwell. Investigación o formación; online o presencial; de ámbito local o concentrados en captar alumnos extranjeros (con muchas titulaciones en inglés); humanidades o ciencias... Las posibilidades son enormes.

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