viernes, 16 de diciembre de 2016

El miedo a pensar y la escuela

Alirio Pérez Lo Presti
12/05/2015

Mi estimado amigo y profesor Ramón Jáuregui, que ha hecho de lo filosófico una pasión, escribió un texto notable intitulado “El miedo a pensar” y en sus clases enfatiza sobre en la necesidad de vencer este temor tan arraigado en muchos. 

La necesidad de apegarse al pensamiento de otro es una manera de evitar la potencial vulnerabilidad de expresar nuestras propias ideas, así como la tendencia de clasificar al otro es un mecanismo de defensa psicológico, que forma parte de lo más básico de los seres.
Cuando comenzaba a realizar estudios formales de filosofía, un profesor encargado de hacer la selección de los aspirantes me preguntó si conocía la obra de F. Nietzsche y le respondí que había leído la totalidad de sus textos.
Luego me preguntó que a través de cuál intérprete y le respondí que había realizado la lectura directa del autor y se sorprendió alegando que era imposible que yo hubiese entendido el pensamiento del filósofo alemán por mi propia cuenta, que era imprescindible “leerlo a través de otros”.

Esa postura de tratar de entender lo que quiso decir alguien a través de otros “intérpretes”, no sólo es propia de gente perezosa sino de personas temerosas. El temor al equívoco induce a que se intente cobijar cualquier interpretación a través de lo que alguien con méritos llegó a señalar.

Lo mismo me ocurrió con la obra de S. Freud, que habiéndola leído toda, los profesores trataban de que leyera a los intérpretes de Freud y no al padre de la psicología moderna directamente.
En fin que nada sustituye el leer directamente a un autor, así como nada suplanta que elaboremos nuestra propia recreación en relación a lo que entendamos.
Si bien es cierto que lo tutorial y lo académico son instancias imprescindibles, no menos cierto es entender que el verdadero poder del buen docente se encuentra en inducir a que su alumno opine y critique con voz propia. De esa manera derrota el miedo a pensar, independientemente de que se pueda equivocar. El docente induce al alumno a argumentar y defender sus propios razonamientos, entendiendo que el error es consustancial con lo humano.

En ocasiones he desechado textos porque me parece que la cantidad de citas presentes en los mismos son tantas que le queda poco espacio al autor para exponer sus propias ideas o interpretaciones. Prefiero leer autores que cometan el atrevimiento de exponer sus ideas, independientemente de las potenciales críticas a las cuales va a ser sometido.

Por otro lado existe en el mundo ilustrado la premisa de que se debe apegar a una especie de escuela o sistema de pensamiento en aras de que lo que digamos esté sustentado por alguien o por algo. De esta manera los baconianos, cartesianos, rousseaunianos, kantianos, hegelianos, junguianos, heideggerianos, foucaultianos y tantos otros seguidores de distintas formas de pensamiento, terminan por esclerosar sus ideas para acabar siendo malas copias de quienes plantearon proposiciones. En estos casos, lo que comienza siendo el cultivo de una forma de pensamiento termina convirtiéndose en la antítesis de esta fórmula pues se cae en el dogmatismo, la rigidez y la impermeabilidad de aceptación de las ideas de los demás.

Pocas cosas me parecen tan pobres como “etiquetarse” bajo la premisa de que se sigue determinada forma de pensar, porque esto es consustancial a ponerle fronteras a nuestras potenciales capacidades de aprender aquello que desconocemos. La “escuela de pensamiento” puede terminar convirtiéndose en una chaqueta de fuerza que impide el pensar por sí mismo, que es en realidad lo que se debería pretender cuando se profesa el arte de dictar clases o crear interés por el conocimiento en los demás.

Existe multiplicidad de intereses que atañen al conocimiento. Desde lo filosófico hasta lo artesanal. Todas son posibilidades de ampliar nuestras fronteras mentales si nos separamos de la rigidez que se impone cuando nos ceñimos a una sola forma de ver las cosas. El permitirnos percibir multiplicidad de matices y separarnos un tanto de la inflexibilidad que imponen ciertos modelos, nos amplía el campo para poder dar sentido a las cosas y esgrimir nuestro propio criterio.

El pensamiento marxista, por ejemplo, aun en sus más laxos y permeables cultivadores, termina siendo un conjunto de premisas que se asemeja a lo religioso, lo cual a su vez forma parte de nuestra propensión natural de darle sentido a las cosas. Independientemente de la veracidad de lo que digamos, lo rígido es un elemento que da seguridad y confort intelectual. Las formas más arcaicas de argumentar siguen resucitando, puesto que el miedo a pensar por nosotros mismos potencialmente puede invadirnos.

El hombre de pensamiento tiende al cuestionamiento de las cosas y le cuesta ceñirse a una manera rígida de interpretar. Quien es ajeno a la dimensión filosófica, termina por convertir sus ideas en recetarios... a lo sumo en escuetos dogmas de fe.
Twitter: @perezlopresti
Publicado en el diario El Universal de Venezuela el lunes 11 de mayo de 2015

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