lunes, 7 de mayo de 2018

Éxodo obligado

Eleazar Narváez B
@eleazarnarvaez

Dos importantes eventos académicos universitarios, realizados el pasado mes de abril en la ciudad de Caracas, llamaron la atención y encendieron nuevamente las luces de alarma sobre el movimiento migratorio en el país. Por un lado, el foro "¿Salir de esto o salir de aquí?”, llevado a cabo por iniciativa de la Universidad Simón Bolívar. Por el otro, el foro “Deserción estudiantil. Entre perseverar y rendirse”, organizado por la Secretaría de la Universidad Central de Venezuela. Cifras y consideraciones diversas acerca de los venezolanos que han emigrado en los últimos dieciocho años, fueron expuestas en ambos casos con base en los resultados de investigaciones desarrolladas por docentes de distintas casas de estudios. Un tema que en el presente es recurrente en nuestras vidas, alude a muchas personas y familias, y es también revelador de múltiples desgarros y grandes perjuicios.


No son pocas las personas ni las familias venezolanas involucradas en ese proceso migratorio. Claudia Vargas, profesora de la Universidad Simón Bolívar, en su intervención en el primero de los foros mencionados, habló de 4 millones de connacionales que se han ido del país desde el año 2000. Precisa que, a partir del año 2014, a medida que la crisis fue agudizándose, la emigración se ha hecho más intensa, más recurrente, hasta el punto de haberse convertido en “…una necesidad: no me quiero ir, me tengo que ir". Algo que aparece reflejado en la intención de emigrar por parte del 88% de estudiantes de tres universidades (UCV, UCAB y USB), según una encuesta hecha en 2017. Otros aspectos considerados son, por un lado, los principales motivos que se esgrimen para emigrar (Inseguridad, falta de oportunidades laborales y poco poder adquisitivo), y, por el otro, las secuelas de ese proceso. No solo los diversos quiebres afectivos y de otra naturaleza que se han producido (con el desmembramiento de las familias, por ejemplo), sino lo mucho que ha perdido el país y el Estado, sobre todo en cuanto a capital intelectual, a fuerza de trabajo, a recursos invertidos en la formación.

En el segundo de los foros señalados, cuya atención estuvo centrada en el comportamiento, causas y posibles medidas preventivas de la deserción estudiantil en varias universidades (UCV, USB, UCAB y UNIMET), una de las conclusiones que cabe destacar es que estas instituciones educativas han sufrido considerablemente con la diáspora que tiende a crecer cada vez más en Venezuela, al verse privadas de numerosos estudiantes que optan por truncar sus carreras para irse a otras latitudes. Ese éxodo, ocasionado por la terrible crisis que afecta al país, es señalado precisamente como uno de los factores causales de esa deserción estudiantil. El profesor Amalio Belmonte dio a conocer algunos datos del estudio hecho por un equipo de investigación adscrito a la Secretaría de la UCV. La deserción escolar aumentó de manera significativa en los tres últimos años, hasta alcanzar el 29,1% de la población estudiantil activa en el año 2017. Ya son más los alumnos que desertan que los profesionales que logran egresar. El 60% de las solicitudes de documentos certificados para viajar al exterior corresponde a estudiantes que no han culminado la carrera. Voceros académicos de las otras instituciones educativas destacan asimismo la preocupación por la pérdida de alumnos debida, entre otras causas, a las muy precarias condiciones económicas, sociales y políticas por las cuales atraviesa el país que empujan a muchos a emigrar, con la advertencia de que esa deserción tiende a empeorar.

Afortunadamente, en medio de la dramática situación en la que vivimos en el país y en nuestras universidades en particular, escuchamos voces en el mundo universitario que nos dicen que la única solución no tiene por qué ser la de emigrar. Que es necesario resistir y luchar para lograr el cambio necesario. Entre otras, una de esas voces es la del rector José Francisco Virtuoso, cuando al anunciar la realización de las jornadas “Reto País” el pasado 2 de mayo en la UCAB, señaló, en una entrevista publicada por este diario: “En la medida en que seamos capaces de ver que sí tenemos posibilidad, que la única salida no es Maiquetía, ni Maicao o Cúcuta, si asumimos un itinerario de compromiso y de resistencia, habrá cambio. Respetamos y entendemos que ante el desastre lo único que se le ocurra a alguien es irse del país por la gravedad que vivimos, pero nuestra salida como país es luchar por él. Tenemos que salvarlo y recuperarlo, hay que lucharlo”.

¿Qué podemos hacer? No sucumbir, no dejarnos atrapar por el derrotismo, por el fatalismo; no paralizarnos; denunciar siempre lo que ahora nos ocurre y angustia; comunicar regularmente una palabra o una idea de aliento, de esperanza; unir nuestra voz a la de otros, insistir en la unidad; decir algo que pueda ser útil para organizarnos y movilizarnos; llamar a una mayor reflexión y acción; etc. No es fácil sobreponerse al desaliento, pero hay que intentarlo cada vez con mayor firmeza y obstinación, sin desmayar. Cada quien debe intentarlo a su manera, según sus posibilidades.

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