domingo, 23 de septiembre de 2018

Fecundidad y utilidad de las humanidades


Adela Cortina
24/09/2018

El escaso aprecio por las Humanidades que suelen mostrar quienes diseñan planes de estudios y financian proyectos de investigación tiene su origen sobre todo en la convicción de que no ayudan a incrementar el PIB de los países, no resultan rentables, a diferencia de las ciencias y las tecnologías, que son fuente de innovación y riqueza. Fomentar la investigación y la docencia en estos campos sería, pues, prometedor, y relegar las Humanidades, dada su inutilidad, una buena medida.

Pero lo curioso es que en dar por bueno que las Humanidades son saberes inútiles coinciden sus detractores y buena parte de sus defensores, con la diferencia de que estos últimos atribuyen su grandeza a su presunta inutilidad: a la utilidad de lo inútil, por decirlo con el título del libro de Nuccio Ordine. Un buen número de clásicos de la filosofía y la literatura coinciden en subrayar que la sublimidad de lo inútil consiste en no estar al servicio de otras metas, sino en valer por sí mismo, como ya avanzara Aristóteles al referirse a la Filosofía Primera: “Así como llamamos hombre libre al que es para sí mismo y no para otro, así consideramos a ésta como la única ciencia libre, pues ésta sola es para sí misma”.

Sin embargo, y a pesar de la belleza del texto, las cosas no son tan simples. Por muy atractivo que sea el discurso sobre la superioridad de los saberes inútiles, resulta ser que las Humanidades son también útiles, pero tienen la peculiaridad de conjugar la utilidad con lo que cabría llamar “fecundidad”. A mi juicio, conviene reservar el término “utilidad” para las actividades que valen porque sirven para otras cosas, y recurrir al término “fecundidad” para los saberes que valen por sí mismos y, precisamente por eso, promueven la formación de las personas, el cultivo de la humanidad.

En este sentido, es aconsejable acudir a textos como el de Rens Bod A New History of the Humanities, en el que defiende que las Humanidades también han contribuido al progreso económico y han resuelto problemas concretos. Según Bod, lo que sucede es que se han escrito muchas historias de la Ciencia destacando sus logros para el bienestar de la humanidad, pero no se han escrito historias de las Humanidades en su conjunto. Si conociéramos esa historia, nos percataríamos de que sus visiones han cambiado el curso del mundo, lo cual —a mi juicio— es sin duda un síntoma claro de fecundidad, pero además muchas de esas concepciones han tenido aplicaciones muy concretas que han permitido resolver problemas. Es el caso de descubrimientos como el de Panini, hacia el 500 antes de Cristo, de que el sánscrito está basado en una “gramática”, lo cual contribuye al desarrollo de los primeros lenguajes programados muchos siglos después; por no hablar del crucial descubrimiento de la piedra de Rosetta. Pero como la Historia de las Humanidades no se conoce, se adjudican al haber de las ciencias un conjunto de descubrimientos que proceden del campo humanístico. Por eso el afán por distinguir y separar ámbitos, que se refleja en los planes de estudios y en los campus universitarios, más se debe a un interés burocrático y administrativo que a un interés por ajustarse a la realidad del saber.

En efecto, en nuestro momento se transfiere conocimiento humanístico en productos cinematográficos, discográficos, audiovisuales, editoriales, en museos, fundaciones, en centros responsables de educación, en asuntos referidos al patrimonio histórico-artístico, al turismo o a los medios de comunicación. Grupos de arqueología trabajan con empresas de la construcción, gentes de filosofía elaboran índices que permiten medir la calidad de las organizaciones.

Todavía en este ámbito de la utilidad conviene recordar que cada vez más los jóvenes prefieren tiempo de ocio para disfrutar de relaciones familiares, amistosas y diversiones, a trabajar sin descanso para lograr una mejor posición económica; prefieren tener derecho al uso que poseer. Algo está cambiando en este sentido, y sucede que la cultura del ocio, en la que tan implicadas están las Humanidades, es también una fuente de riqueza económica cada vez mayor.

Las Humanidades son, pues, también productivas como saberes que contribuyen directamente al aumento del PIB de los países; una contribución que crecerá día a día.  

Con todo, no es ésta su principal aportación al progreso en humanitas, sino la que vienen proporcionando desde sus orígenes en el campo de la formación. Porque ayudan a conocer reflexivamente la historia para poder encontrar el propio lugar en el mundo, la historia de cada país y la del género humano, que es ya sin duda intercultural. Permiten detectar en ella qué tendencias queremos cultivar desde los valores morales que preferimos, desde los principios éticos por los que debemos y queremos optar. Despiertan el espíritu crítico para arrumbar fundamentalismos y dogmatismos desde un uso público de la razón, propio de sociedades abiertas. Ayudan a forjar la propia conciencia, en diálogo, pero sabiendo que al fin es preciso asumir las propias decisiones y responsabilizarse de ellas. Orientan las investigaciones científicas y las aplicaciones técnicas desde principios éticos. Promueven la formación de profesionales, conscientes de las metas de su profesión. Propician el cultivo de la humanidad, del que hablaba Herder, la formación y no la mera instrucción, desarrollando la capacidad del juicio y del buen gusto, que abre la base de la comunicabilidad universal. Fomentan la imaginación creadora que nos permite trasladarnos a mundos nunca vistos y potenciar el sentimiento de simpatía por el que nos ponemos en el lugar de cualquier otro. Hacen posible superar la trampa del individualismo, que es falso, y fomentar el reconocimiento recíproco de los seres humanos como personas, haciendo patente que somos en relación. Colaboran en la tarea de sentar las bases de democracias auténticas, desde una ciudadanía madura, a la vez local y cosmopolita.

Carece, pues, de sentido afirmar que las Humanidades no influyen en el progreso humano. Por el contrario, son útiles, proporcionan beneficio económico, han sido y son fuente de innovación, porque ofrecen soluciones para problemas concretos, que se traducen en “transferencia del conocimiento” al tejido productivo; y sobre todo son fecundas, porque diseñan marcos de sentido que permiten a las sociedades comprenderse a sí mismas y orientar cambios hacia un auténtico progreso, propiciando el cultivo de cualidades sin las que es imposible alcanzar la altura humana a la que las sociedades democráticas se han comprometido.

Fomentarlas y articularlas estrechamente con las ciencias y las tecnologías, es una de las claves del buen desarrollo humano.

Adela Cortina es Catedrática Emérita de Ética y Filosofía Política de la Universidad de Valencia, Miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas y Directora de la Fundación ÉTNOR.

No hay comentarios:

Publicar un comentario