viernes, 19 de julio de 2013

La realidad de un profesor universitario

Ricardo Gil Otaiza
El Universal, 19/07/2013

A raíz del conflicto dado en el seno de las universidades autónomas del país, en la lucha por un mayor presupuesto y por mejoras salariales al personal (que ha visto decrecer su nivel de vida en los últimos años hasta caer en la marginalidad), y que ha derivado en la defensa de la autonomía y de la dignidad institucional frente a los desvaríos y amenazas del poder político, de alguna manera se han establecido dos bloques contrapuestos, que buscan hacer valer sus voces en medio de una grave crisis nacional (sobre todo de orden ético) sin referentes en nuestra historia contemporánea.

Sin entrar a analizar los intríngulis de las dos visiones (ya que el espacio no lo permite), me gustaría esbozar a la comunidad nacional e internacional lo que significa en Venezuela ser profesor universitario de una institución nacional, para que se comprenda un poco lo que aquí se vive. De entrada estas casas de estudios presentan elevadas exigencias para el ingreso como profesor, lo que implica someterse a la tortura de concursos de credenciales y de oposición, y una vez ingresado el profesor deberá ascender en las diversas categorías (Instructor, Asistente, Agregado, Asociado y Titular) sobre la base de la elaboración de trabajos de investigación que deberá defender frente a jurados, o bajo la modalidad de la presentación de artículos de relevancia publicados en revistas arbitradas e indexadas nacionales o de afuera. Las universidades nacionales (y dentro de ellas, las autónomas) son las de mayor tradición en el país, y las que de alguna manera mantienen a Venezuela muy bien posicionada en las distintas clasificaciones internacionales en cuanto a productividad, vanguardia y perspectivas de desarrollo.

Por Ley de Universidades, el profesor está obligado a realizar labores de docencia, investigación y extensión y en el ínterin deberá también formarse en las áreas del conocimiento, lo que supone la adquisición de otros grados y títulos académicos (especialidad, maestría y doctorado) que le permitan una mayor pertinencia e insertarse con criterio científico en el denominado mundo global. Un mundo (dicho sea de paso) signado por múltiples variables que conllevan necesariamente el cotejo con los iguales (asistencia y presentación de trabajos en eventos de carácter científico), publicaciones en su área (artículos en revistas, capítulos de libros y libros), generación de productos (patentes, entre otros), y toda una serie de actividades que propendan a mantenerlo en posiciones de vanguardia (diplomados, cursos postdoctorales, aprendizaje de nuevas técnicas y entrenamientos especializados, entre otros).

De más está decirles que ser profesor universitario en nuestro país no es cosa fácil, porque como queda dicho son muy elevadas las exigencias para entrar y para luego mantenerse, pero sobre todo por la poca estima que se tiene de él y la ignorancia que en general la comunidad mantiene con respecto a su estatus, sus tareas e impacto social. Todavía hay quienes piensan que un profesor universitario acá está forrado en billetes, que lleva una vida de "burgués" (esto también lo cree el gobierno), que es un ser privilegiado porque gana mucho sin hacer prácticamente nada (dar las "clasesitas", dicen algunos con displicencia). Pues sépanlo, que a la mayoría de los profesores universitarios de las nuevas generaciones (e incluso de las intermedias y de las viejas) no les alcanza el sueldo ni para alquilar un apartamento tipo estudio (los profesores casados se ven obligados a vivir con sus padres o con sus suegros), no pueden comer bien y mucho menos disfrutar de unas vacaciones. Sepan que la gran mayoría de los profesores universitarios (con todo y su formación y el prestigio que puedan merecer) no pueden vestirse bien, comprar libros o aspirar al ascenso social. El dinero está tan devaluado en Venezuela que un profesor universitario no puede hoy (como en el pasado) optar por ir a Colombia u otro país cercano a paliar un poco su desvergüenza social, porque un hotelito de mala muerte nos cuesta dos o tres veces el equivalente a un hotel cinco estrellas de acá. Para cerrar con broche de oro, a los profesores universitarios venezolanos pocas empresas nos dan crédito (porque no pagamos, ¿y cómo?), no nos reciben en las clínicas privadas, y para rematar nos miran con cara de huérfanos. Tan es así lo que aquí expreso, y con esto concluyo, que algunos colegas han tenido que optar por un buhonerismo solapado (vender baratijas, sábanas y ropa entre amigos) para medio amortiguar sus carencias y no tener así que estirar la mano. ¡Que me desmientan...!

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