Eleazar Narváez Bello
@eleazarnarvaez
“…Creo que vivir es tomar partido. Quien verdaderamente vive no puede dejar de ser ciudadano ni de tomar posición” Antonio Gramsci
Confieso que este artículo lo escribí y publiqué hace varios años, en unas circunstancias no tan graves como las que ahora vivimos, aun cuando ya en ese entonces se anunciaba la horrible pesadilla que nos trastornaría día a día en el presente. Y la decisión de publicarlo de nuevo, con algunos ajustes menores y la incorporación adicional de un párrafo al final del texto, obedece a la mayor angustia que siento hoy como ciudadano y educador ante la gravísima crisis que padecemos los venezolanos. A continuación, lo rememoro con las modificaciones indicadas.
Sin importar el lugar donde nos encontremos – en el espacio universitario o más allá de las fronteras del mismo – no permitamos que el miedo, el chantaje o el conformismo nos paralice. No callemos hoy lo que en el día de mañana pueda avergonzarnos, y privar nuestra voz del orgullo y la fuerza para denunciar y combatir aquello que estamos llamados a rechazar y transformar.
Ese compromiso de no callar – vale decir, de denunciar y anunciar – debemos asumirlo con coraje, tanto individual como colectivamente. Es vital, absolutamente fundamental, para hacerle frente a los desafueros del actual régimen autocrático en Venezuela, y también para contribuir a abrirle cauces a una verdadera gobernabilidad democrática en nuestro país.
En una sociedad donde se concibe y practica la democracia como forma de vida, la aceptación del citado compromiso tiene un inapreciable valor. Sin duda, se le reconoce y reclama como un poderoso vehículo de participación ciudadana, como una fuente de opiniones de apoyo a la toma de decisiones de los gobernantes, y asimismo como un elemento valioso para dinamizar y enriquecer la vida social en democracia. En cambio, en países como el nuestro ese compromiso es estigmatizado por un régimen que, en su afán de implantar por todos los medios el pensamiento único, no tolera el disentimiento y persigue y criminaliza a quienes se atrevan a criticar u oponerse a una u otra idea o iniciativa oficial. Precisamente, es aquí donde el compromiso de no callar, si bien sometido a enormes presiones que lo dificultan severamente, es tan o más importante en comparación con aquellos países donde la democracia se ha consolidado como sistema político. Tiene en tal caso, en lo esencial, un valor incalculable en tanto factor de aliento, iluminador y orientador de las luchas para restituir y profundizar la democracia y la libertad.
¿Y qué decir de la asunción de ese compromiso por los miembros de la comunidad de una institución como la universidad autónoma del país, en medio de las muy difíciles circunstancias que hoy en día vivimos los venezolanos?
La interrogante pudiera sugerir en el momento actual, la idea de una cierta duda en lo que respecta a la admisión de ese compromiso por parte de la universidad, dado el estado bastante deplorable en que ésta se encuentra después de haber sido tratada de modo implacable como enemiga por el régimen durante varios años. Una institución, que no ha escapado a la influencia del poder depredador presente en todos los ámbitos del país, está llamada, sin embargo, por su historia, sus valores y principios, a no claudicar ante lo que la amenaza con aniquilarla, a rebelarse para reivindicar su papel de conciencia crítica y faro orientador de la sociedad. En fin, para decirlo con las palabras de Jacques Derrida: “…se le exige y se le debería reconocer en principio, además de lo que se denomina la libertad académica, una libertad incondicional de cuestionamiento y de proposición, e incluso, más aún si cabe, el derecho de decir públicamente todo lo que exigen una investigación, un saber y un pensamiento de la verdad”
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