Eleazar Narváez Bello
@eleazarnarvaez
Han sido brutales los estragos causados por el régimen chavista a la educación venezolana. Una destrucción que ha ocurrido fundamentalmente de las dos maneras siguientes. En primer lugar, mediante un modelaje perverso asociado a un aberrante ejercicio del poder político por parte de quienes han tenido la responsabilidad de gobernar en los últimos veinte años, con comportamientos que han contribuido de modo significativo con la deseducación y la erosión del tejido de las relaciones sociales en el país. Y, en segundo término, por medio de políticas públicas que han sumido la vida escolar en un estado de profundo deterioro, con seria afectación tanto de las condiciones en las cuales alumnos y docentes realizan sus actividades, como de la calidad de sus desempeños y de las expectativas de su permanencia en la institución.
Lo primero no resulta difícil entenderlo si aceptamos lo que dice Miguel Ángel Santos Guerra en “La escuela que aprende” (2001:32): “...la cultura establecida, los comportamientos que se convierten en modelos de actuación, las normas de funcionamiento constituyen una escuela a la que todos asistimos y en la que todos aprendemos”. Unos modelos de actuación que, en nuestro caso, provienen de unos gobernantes que utilizaron una mezcla destructiva de resentimiento, odio y violencia para promover divisiones y enfrentamientos en la población, y también como recurso para intimidar, agredir e incluso para cometer y amparar asesinatos contra disidentes políticos. Esa labor destructora en el plano educativo fue potenciada considerablemente con el secuestro del Estado y con la construcción de una hegemonía comunicacional por parte del régimen para desarrollar un perverso proceso de ideologización de gran alcance en toda la sociedad, dirigido a promover el pensamiento único, el sectarismo político-partidista y el control social. Tales gobernantes en ningún momento asumieron seriamente que “gobernar es educar”, así hayan hablado recurrentemente de cosas muy bonitas de la educación, y en particular de la educación del soberano y de los condenados de la Tierra; así sus discursos sobre la educación hayan estado cargados de supuestas buenas intenciones y adornados con unas u otras frases célebres.
Lo primero no resulta difícil entenderlo si aceptamos lo que dice Miguel Ángel Santos Guerra en “La escuela que aprende” (2001:32): “...la cultura establecida, los comportamientos que se convierten en modelos de actuación, las normas de funcionamiento constituyen una escuela a la que todos asistimos y en la que todos aprendemos”. Unos modelos de actuación que, en nuestro caso, provienen de unos gobernantes que utilizaron una mezcla destructiva de resentimiento, odio y violencia para promover divisiones y enfrentamientos en la población, y también como recurso para intimidar, agredir e incluso para cometer y amparar asesinatos contra disidentes políticos. Esa labor destructora en el plano educativo fue potenciada considerablemente con el secuestro del Estado y con la construcción de una hegemonía comunicacional por parte del régimen para desarrollar un perverso proceso de ideologización de gran alcance en toda la sociedad, dirigido a promover el pensamiento único, el sectarismo político-partidista y el control social. Tales gobernantes en ningún momento asumieron seriamente que “gobernar es educar”, así hayan hablado recurrentemente de cosas muy bonitas de la educación, y en particular de la educación del soberano y de los condenados de la Tierra; así sus discursos sobre la educación hayan estado cargados de supuestas buenas intenciones y adornados con unas u otras frases célebres.
La crisis educativa que hoy vive Venezuela también se manifiesta con gran dramatismo en su sistema escolar. Con las peculiaridades de cada nivel, se hace sentir desde la educación inicial y primaria hasta la educación universitaria. Tanto en el sector público como en el privado. Tanto en el aula de clase como en otros ámbitos de la vida escolar. La padecen de una u otra manera alumnos y docentes con sus familias, así como los diversos trabajadores que contribuyen con el desarrollo de las múltiples actividades en los centros educativos. Altos niveles de deserción y exclusión, sueldos miserables, descarada violación de convenciones colectivas de trabajo, estado de supervivencia del profesorado y alumnado, éxodo y carencia de docentes en diversas disciplinas, políticas de ingreso de personal que privilegian el interinato en lugar de los concursos, gran deterioro en la calidad de los aprendizajes, instalaciones destartaladas, aguda escasez y elevados costos de libros, textos y útiles escolares, son algunos de los signos de ese drama.
Sin duda, es una grave crisis educativa que nos angustia y desestabiliza en el presente y compromete seriamente el futuro del país.
Sin duda, es una grave crisis educativa que nos angustia y desestabiliza en el presente y compromete seriamente el futuro del país.
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