Elena Cué
El Nacional
Papel Literario
18/05/2019
El filósofo Fernando Savater (San Sebastián, 1947) es epítome del valor cívico mostrado durante décadas frente a los terroristas y es más necesaria que nunca su visión de la ética pública.
“La verdad que estoy agobiado con esto de Cataluña, siempre nos llaman a los mismos. Parece que no haya nadie en España que quiera hablar de estas cosas, del extranjero también. Estoy un poco harto de repetir lo mismo y agobiado de llamadas pero empecemos...”, dice el filósofo.
Hizo su tesis doctoral sobre Cioran, ¿qué le resultó tan atrayente en su juventud de este pensador tan pesimista y tan alejado de su pensamiento posterior, abiertamente vitalista y positivo?
Yo he sido vitalista, precisamente porque mi fondo ha sido pesimista. Pero un pesimista activo, porque los optimistas son aquellos que creen que las cosas se van a resolver solas, o que se van a resolver con el tiempo, o que alguien vendrá por ahí y ya las resolverán por ellos… Yo no abogo por nada de eso, sino que creo que todo, si se deja solo, va a empeorar. Por eso me considero, más bien, un pesimista de la acción.
En este sentido, Cioran me gustó por su estilo, por su tipo de pensamiento. A mí siempre me han gustado los pensadores que están un poco fronterizos entre la literatura y el pensamiento, como un Nietzsche, como un Borges. Cioran encaja en esta línea, la de los moralistas franceses, etc. Un humor más bien negro, sí, pero con un gran sentido del humor. Piensa que hay una gran diferencia entre las primeras obras del Cioran joven, más místicas y escritas todavía en rumano, y aquellas últimas de su periodo de madurez en París, que están llenas de humor.
En relación con ese pesimismo activo escribió Nihilismo y acción, que trata de la pérdida de valores que produce el vacío, ¿cree que la sociedad es activa a este respecto?
La sociedad no es activa. Existen personas que son activas, que piensan, que hacen cosas, y otras que no. Lo que existen son seres humanos. Los colectivos son invenciones abstractas y los seres humanos también. Lo que hay en el mundo son personas, y unas piensan y otras menos, y actúan, o se dejan actuar. Pero la sociedad no hace nada.
¿Qué le parece entonces la manifestación del pasado domingo?
A mí me animó mucho, la verdad. Ha sido uno de los pocos acontecimientos que lo ha hecho. Desgraciadamente en España tenemos pocas cosas de las que alegrarnos desde el plano colectivo. Esto y el discurso del rey fueron dos hitos muy positivos, memorables, que nos recuerdan que aquí no todo está perdido, no todo está muerto o abandonado. Ojalá tengamos otras muestras más de este espíritu de unidad y a la vez de demostración de patriotismo. Porque lo vamos a necesitar.
Su novela El jardín de las dudas trata del polémico e irónico Voltaire al que admira tanto. ¿Ha aprendido de él su talante irónico?
Estas cosas vienen de fábrica. Irónico, quizá, por lo menos bromista. Yo siempre he comprendido la tarea intelectual como una tarea humorística. Hace ya muchos años leí una frase de Bernard Shaw que decía eso: “Toda tarea intelectual es una tarea humorística”. A mí eso me pareció que eso hablaba de mí. Claro, no es que Voltaire quisiera ser gracioso, porque precisamente lo que él buscaba era el humor como instrumento pedagógico. A la gente se la convence más y escucha mejor cuando la diviertes. Si tú aburres a la gente, la gente no te escucha. Entonces, si tú eres un pedagogo, lo que tienes que intentar es que la gente te escuche, y para eso necesitas ser divertido, tener humor, aunque tú no tengas ningunas ganas de reírte.
Alguien dijo que “se mata mejor con la risa que con la cólera”. ¿Al igual que Voltaire, ha utilizado la risa en alguna ocasión de manera despiadada?
No. Mi risa no suele ser cruel. A veces es sarcástica, a veces puede ser agresiva en ocasiones, porque la he utilizado como instrumento contra los adversarios en sentido político, como hacía también Voltaire. Eso sí. Pero despiadada, en el sentido de burlarse o reírse de algún tipo de desgracia, no recuerdo haberlo hecho.
¿Qué cree que estamos perdiendo al prestar tan poca antención en la educación a la formación humanística?
A mí me parece que una sociedad, una comunidad o un grupo humano que abandona la educación está de alguna manera suicidándose. La educación es la forma de perpetuar aquello que nosotros queremos, aquello que nosotros preferimos respecto de nuestros valores, de nuestras ideas, de nuestros conocimientos. Dejar eso al azar, dejarlo simplemente a una pequeña minoría y a la mayoría privarla del acceso a la educación, es algo que a la larga se paga. Lo estamos viendo, ¿no? La ignorancia de lo que es la ciudadanía, de lo que es un país etc... en España llama la atención. Países tan atrasados en ciudadanía como en España no abundan en Europa.
¿Y qué medidas cree que habría que tomar en la mejora de la educación?
Desde luego lo primero que habría que hacer en Cataluña es tomar cartas en la educación. Lo que no puede ser es que en un país haya diecisiete formas de educar diferentes, diecisiete historias diferentes del país, diecisiete ideologías distintas, etc. El Estado debería recuperar las competencias educativas, que se han repartido con demasiada alegría por el resto de las Comunidades, y luego además, en sitio como Cataluña o País Vasco, hay que recuperar también el control sobre los medios de comunicación públicos. En Cataluña, TV3 o Catalunya Radio son perjudiciales y manipuladores de la opinión, sobre todo de las mentes de los más jóvenes. Eso naturalmente también hay que cuidarlo, porque educar no solo educan los maestros, sino que lo hacen muchos más medios.
A su modo de ver, ¿qué es lo más preocupante en la deriva del independentismo catalán?
El hecho de que haya un grupo de facinerosos que se apoderan de una parte de lo que es de todos, o que intentan apoderarse. Que inventan un discurso totalmente falsario de lo que es la democracia en la comunidad; que pretenden romper y proclamar una República independiente… Son cosas que, digamos, no van a conseguir, pero que tienen un eco y que va a causar unos trastornos, sobre todo porque hay mucha gente joven que se ve engañada, frustrada por ese tipo de cosas.
¿Qué opina de la comparecencia del president Puigdemont este martes pasado en el Parlamento catalán?
Pues ya lo ves. El president es un señor que no tiene ningún tipo de autoridad ni para proclamar una república catalana, ni para afirmar que la Tierra es plana. El problema es que, como no se interviene, Puigdemont debería estar en la cárcel ya desde hace bastante tiempo. Pero como sigue suelto, sigue haciendo de las suyas. Lo que no sé es hasta cuándo se le va a dejar hacer cosas delictivas, cuándo se va a intervenir por fin y cortar toda esta broma.
¿Y cómo ve el futuro de Cataluña?
Mal. Lo veo mal. No tengo una bola de cristal. Yo además nunca me he preguntado qué va a pasar, sino qué vamos a hacer. Pasarán todas las cosas malas, si no sabemos atajarlas. Para eso estamos los pesimistas activos, porque creemos que hay que hacer cosas para que no pase lo peor.
¿Para ser un individuo ético hace falta ser valiente?
Es inevitable. Ya todos los maestros morales de los clásicos antiguos indican que cualquier virtud sin coraje no sirve para nada. Esas personas que dicen “Fulanito es muy bueno”, lo dicen si uno es muy pusilánime. Eso no sirve para nada, ni para uno ni para los demás. El coraje es la primera virtud. Fíjate que la palabra “virtud” viene de vir, de la fuerza del guerrero, de la fuerza viril. Las virtudes son armas, y ningún arma sirve para algo si está en manos de un cobarde.
Yo creo que el coraje es imprescindible. No hace falta que sea un coraje bélico, pero desde luego sí un coraje para defender lo que uno cree, lo que uno piensa y lo que uno quiere ser. Sin eso, no hay virtud ninguna.
A lo largo de su vida su pensamiento ha experimentado cambios, ¿podría hablarme del más significativo?
Cambios he tenido mucho. Pensar es cambiar de forma de pensar, porque uno vive, tiene experiencias, lee libros, conoce países y personas, sufre desgracias y alegrías, etc. Todo eso le va modificando a uno. Alguien que frente a todas esas circunstancias siguiera pensando siempre lo mismo sería incoherente, como esa gente que dice: “¡Yo pienso lo mismo que a los diecisiete años!”. Pues sería indudable que ahora ni a lo diecisiete años pensaba nunca nada. Se le mete en la cabeza y cree que eso es una idea, pero no.
Las personas que piensan cambian de forma de pensar. Además, si uno se dedica profesionalmente –por decirlo de algún modo– al tema de las ideas, etc., pues va evolucionando, claro, y va pasando de algunos ardores juveniles a una visión, no menos apasionada, pero sí más sosegada en las formas. Pero es que, además, yo siempre he pensado el mundo en el que vivía en ese momento. Yo nací en una dictadura, viví en una dictadura casi hasta los treinta años y, en fin, luego una democracia, el tema del terrorismo, y finalmente todas estas circunstancias, aparte de que cambio yo la forma de pensar, cambian el mundo a mi alrededor.
¿Y alguno en particular?
Quizá el cambio mayor, si se puede decir alguno, ha sido un cambio de tonalidad. Yo siempre he pensado hasta hace poco –hasta que perdí a mi mujer– desde la alegría, y ahora para mí lo nuevo es pensar desde la tristeza, que es algo que cambia el color del pensamiento.
Su especialización y su docencia se han referido fundamentalmente a la ética. ¿Cuáles son los principios morales que rigen su vida?
Yo, como casi todo el mundo, tengo unos principios, y luego me las arreglo como puedo… Y a veces hago cosas que van en contra de mis principios, como todos los seres humanos. Pero creo, en fin, que hay cosas que sí son fundamentales. Por decirlo de una manera sucinta: hay que tener coraje para vivir, generosidad para convivir y prudencia para sobrevivir. Esas son las tres virtudes fundamentales.
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La entrevista a Fernando Savater fue publicada el 21 de octubre de 2017, en el diario ABC. Además de colaborar en ese diario, su autora es creadora del blog www.alejandradeargos.com, dedicado a temas de arte y filosofía
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