jueves, 6 de febrero de 2020

¿Existen dos UCV?

José Rafael Herrera
06/02/2020

Hace pocos días, quien ocupa desde tiempos inmemoriales la presidencia del gremio de los empleados administrativos y de servicio en la Universidad Central de Venezuela, exigió ante los medios, con su acostumbrado tono pendenciero, procaz y de gavilla, la participación del gremio laboral en las elecciones de autoridades universitarias. “Si no participamos no van a haber elecciones”.

Este fue el mensaje de fondo, aunque nada oculto. Un “mensaje a García”, en sentido literal y enfático, al que ya la comunidad universitaria de la primera casa de estudios del país está acostumbrada, sobre todo después de aquellos tristes y vergonzosos eventos de “la toma” del Consejo Universitario, en tiempos del rector Gianetto, en los cuales se exigía una “constituyente universitaria”, cuyo basamento consistía en la imposición del llamado “uno por uno por uno”, esto es, que el voto de un profesor posea el mismo valor del voto de un estudiante y el de un empleado u obrero. Si, según la Constitución, todos los venezolanos tienen igual derecho para elegir al presidente de la república, con más razón -argumentan- todos los sectores universitarios tienen que ser igualados, todos tienen derecho de votar para elegir a sus autoridades, sin ningún tipo de discriminación. Ese es -y sigue siendo- el argumento central que mantuvo -y sigue manteniendo- en crisis orgánica no solo a la UCV, sino a todas las universidades autónomas. Pero, a partir de entonces, la UCV se duplicó sobre su propio reflejo.

Toda duplicación es una fictio, una ficción que, al extrañarse recíprocamente, se cristaliza, es fijada y se escinde, generando el desgarramiento. La duplicación no es tan solo la forma numérica, matemática, de la conversión de lo uno en dos. No es cosa exclusiva de cálculo o medida. Ella es, ontológicamente, un traspaso, una dolorosa fractura, la confirmación en sí misma de la idea general de partido: “Existe efectivamente un partido -apunta Hegel en sus Wastebook- cuando este se escinde en sí mismo”. Que algo sea ficticio no significa que no exista. Por el contrario, existe porque el entendimiento lo ha fijado.

La característica esencial del morbo social y político conocido como “socialismo del siglo XXI” es, justamente, la de la duplicación. El cáncer es eso: una acelerada duplicación celular que no se detiene, y que se va diseminando por los tejidos del organismo viviente hasta hacerlo colapsar y conducirlo, finalmente, a la muerte. Las células malignas son una ficción -un duplicado, un “error de replicación”- de las células sanas, por lo que pueden reproducirse sin ser detectadas por las defensas del cuerpo, hasta crear una “lesión de ocupación de espacios” (LOE) que se va apoderando por completo de todo mientras lo van destruyendo. Venezuela padece de cáncer. Y como la UCV es, junto con el resto de las universidades autónomas, el sistema nervioso central de Venezuela, tarde o temprano la tumoración tenía que alojarse en sus entrañas. Y fue así como se produjo el fenómeno de su carcinogénesis. Aquella “toma” por la “constituyente” fue, más que un síntoma, la primera manifestación palpable de la patología, la consecuencia directa del largo proceso de estimulación de múltiples duplicaciones -de repliques- celulares que son el supuesto de toda la representación populista. Paradójicamente, la “casa que vence las sombras” ha terminado por cosecharlas en sus entrañas. Y de aquellas sombras provienen estas tinieblas.

El chavismo no es bizarro -valiente-, sino bizarre -ficticio-, la duplicación, la proyección invertida de la imagen. No es verdad que porque el presidente de un determinado país sea escogido por todos en igualdad de condiciones las autoridades de una universidad tengan que ser elegidas por todos, porque los requisitos para ser presidente son equivalentes a los de sus electores. Las elecciones se consignan en condiciones de paridad. Si un candidato a la presidencia es un ciudadano nacional sus electores tienen que ser ciudadanos nacionales. Ese es el requisito. Bastará un simple ejemplo para mostrar la diferencia.

Un grupo de abogados decide organizar una asociación gremial. Se reúnen en asamblea estatutaria y nombran una junta directiva, conformada por distinguidos profesionales del derecho. La asociación va creciendo y necesitan personal profesional, administrativo y obrero para el mejor desempeño de sus funciones. Emplean secretarias, administradores, computistas, personal de mantenimiento, motorizados. Un par de años después, son convocadas las elecciones para la nueva junta directiva. Y serán los abogados, pertenecientes al gremio, quienes la elijan. En ellas no participarán ni las secretarias ni los administradores ni los motorizados, simplemente porque ellos no son abogados. A menos que estudien Derecho, se gradúen y formen parte del gremio.

Lo mismo pasa con la universidad: se trata de una elección entre quienes conforman el hecho académico, es decir, los profesores y estudiantes, en igualdad de condiciones. De ahí la diferencia de los porcentajes electorales, porque siempre habrán más estudiantes que profesores. Este es el espíritu que se expresa en la Constitución de Venezuela y en la Ley de Universidades vigente, y ningún tribunal está facultado para modificarlo. En síntesis, al ciudadano presidente lo eligen sus pares, los ciudadanos; a las autoridades académicas las eligen sus pares, los académicos. El resto es el chantaje del malandro, del ignorante, que confunde razón con resentimiento y argumentación con amenaza y agresión.

Por supuesto, la realidad es mucho más que la simple percepción sensible, y las ideas y valores más que el temor y la pusilanimidad. Es verdad que si las autoridades de la UCV, en busca de la supervivencia de la institución, ceden ante la exigencia y el chantaje de un proceso electoral “abierto”, extra académico, la apuesta del régimen por una universidad servil, sumisa y sometida perderá inevitablemente.

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