martes, 10 de noviembre de 2015

Un profesor universitario de a pie

Ignacio Ávalos
El Nacional, 11/11/2015

I.

La Asamblea Nacional se pronunció recientemente (en realidad lo hizo la bancada oficialista, pues nuestro actual Parlamento no es un parlamento en el estricto, y no tan estricto, sentido democrático de la palabra), con el propósito oponerse a la paralización de actividades en diez universidades autónomas y experimentales. Palabras más, palabras menos, señaló la AN, que a pesar de que el precio petrolero anda por los suelos, tales instituciones han recibido recursos como nunca antes, pero que no los administran bien ni se dejan auditar. Que se encuentran divorciadas de las necesidades del país y que están secuestradas por grupos políticos opositores, enemigos de todo aquello que favorezca a la sociedad venezolana. Que, sin compasión alguna y de manera irresponsable, han dejado fuera de las aulas a 200.000 estudiantes. Y que, visto lo anterior y otras cosas más, acudirá al Ministerio del Poder Popular del Trabajo para que tome las medidas a las que haya lugar y al TSJ que opine con relación a tanto crimen junto.

En síntesis, la AN considera que se trata de casas de estudio que aportan muy poco al país y que deber ser profundamente transformadas (intervención mediante, cabe imaginar), de acuerdo a un guión inspirado en lo que pudiera llamarse el “pensamiento del socialismo del siglo XXI”, del que, por cierto, se cuenta con evidencias que francamente dan susto.


II.

Sin embargo, yo, profesor ucevista da a pie, observo cosas muy distintas de las que dice la AN. Observo que el presupuesto universitario ha sido reconducido desde el año 2007 y que si bien hoy suena generoso con su cantidad de ceros, lo es sólo si nos olvidamos de la inflación más elevada del planeta, pues a duras penas alcanza para pagar salarios y realizarlas labores mínimas de mantenimiento. Que en estas universidades, que históricamente han representado 80% de la actividad científica nacional, los laboratorios funcionan a media máquina (en el mejor de los casos), y un número importante de investigadores y de profesores ha dejado la universidad e inclusive el país. Que los académicos venezolanos son, de lejos, los peor pagados de América Latina y que su sueldo no alcanza para comprar la canasta básica, es decir, los bienes y servicios que, según los estadísticos, les permite ubicarse dentro de los parámetros mínimos de una vida más o menos llevadera. Que se pide que las universidades rindan cuentas, pero se guarda silencio frente al silencio del Banco Central, no se toca ni con pétalo de una rosa la partida para viajes del Presidente Maduro y mejor no hablemos de las cuentas de los Ministerios.

Observo, pues, que el pecado cometido por estas universidades es no querer afiliarse a la franquicia política oficial y mantener a toda costa el derecho de cada quien a opinar conforme le indican su cerebro y su corazón y, por otro lado, no querer parecerse a las que ha creado el Gobierno, esas en las que, por ejemplo, las autoridades se nombran a dedo (participativo y protagónico, desde luego) y las neuronas guardan disciplina partidista.

III.

Observo, pues, que nuestras universidades precisan cambios, pero creo que el comunicado de la AN no sirve para abonar el terreno, porque en vez de promover soluciones convenidas a través del diálogo, publica un escrito que descalifica y amenaza, además de que desborda el juego democrático buscando imponer, “como sea”, su visión del tema universitario.

Observo, en fin, que la AN cree que eso de la sociedad del conocimiento es puro chisme. O, peor aún, que no existe, pues no la capta desde su pequeño radar.

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