José Rafael Herrera
El Nacional, 21/04/2016
Es tiempo de escribir –provocandum est– acerca de la actual situación que padece la UCV, porque es tiempo de re-pensarla. Y como el pensar no es un banal ejercicio de “puentes” o “feriados”, ni, mucho menos, un vano y fútil lanzamiento de “guijarros en el vacío”, la acción de volver a pensar se hace aún más dolorosa, más patética, al contemplar la retrospectiva de lo que, por lo menos durante los últimos quince años, han hecho de la primera Casa de Estudios superiores del país, como “objetivo militar”, es decir, como víctima directa, de un doble asedio, externo e interno. En efecto, desde “afuera”, o más precisamente, desde las altas esferas del actual régimen, la UCV ha venido siendo estrangulada premeditada y alevosamente, dado el hecho de que la indiscutible mayoría de su personal académico, así como de su estudiantado, han asumido con firmeza la crítica de una gestión de gobierno claramente autocrática, militarista y sectaria, que ha condenado sistemáticamente al país a su destrucción material y espiritual, en medio de la peor corrupción de toda su historia.
La brutal reacción del régimen ha sido, pues, la de aplastar la universidad, hasta lograr su objetivo principal: acabar con las ideas y valores de la autonomía y, en consecuencia, con la libertad del pensamiento. Se trata, pues, de hacerla “morder el polvo” y “torcerle el brazo”, hasta verla arrodillada ante el poder omnímodo y heterónomo de un régimen que ha hecho de la barbarie su mejor aliada. Es Howarts en ruinas, asediada por las huestes “mortífagas” de Voldemort. Sus áreas verdes, en un cada vez mayor estado de abandono, cobija adictos, malechores y mendigos. Las fachadas de un recinto que fuera declarado por la Unesco como “patrimonio mundial”, va perdiendo, día a día, su antigua majestuosidad; la inseguridad ha impuesto sus designios y acecha en cada rincón. Los laboratorios sin reactivos ni equipos; los salones con un mobiliario obsoleto, sin aire ni luz ni tiza ni marcador; pasillos a oscuras; oficinas sin insumos mínimos; comedor sin recursos para atender, con algo de decencia, las demandas de sus usuarios; los estudiantes con becas muy por debajo del salario mínimo, para no decir de las providencias estudiantiles. El sueldo del profesorado es menos que ridículo. Tampoco hay recursos para reponer cargos del personal jubilado. Su población profesoral se ha hecho vieja. Se niega a dejarla sola, para no abandonarla del todo, a la espera, casi nostálgica, de que ocurra un cambio que no llega.
Eso ha hecho este régimen con una institución que cuenta con doscientos noventa y cinco (295) años de historia, es decir, con una institución que es más antigua que la propia república. Y cabe hacer notar que no son pocos los “comisarios políticos” de este régimen en “funciones de gobierno” o al frente del “staff” directivo del partido en el poder que han salido de sus aulas de clase. Pero, como dice el adagio popular, “no hay peor cuña que la del mismo palo”: ya desde la época en que cursaban estudios en la UCV mostraban ser portadores de un talante anti-ucevista, destructivo, violento, vandálico: niples en pasillos, salones y baños; graffitis sobre sus obras de arte o bombas de gas en plena función en el Aula Magna; incendios en el Rectorado o en la sala de sesiones del Consejo Universitario; cierre de las entradas de acceso; explosión de vehículos y bienes; asalto y secuestro a transportes; tiroteos, foquismo, terror, destrucción. En fin, jueves de barbarie.
Decía Spinoza que el propósito fundamental del intellectus es la formación de “hombres de bien”. Por el contrario, se podría llegar a pensar que, para formar parte del actual régimen y ocupar un cargo de importancia en él, es requisito indispensable, sine qua non, el haber cumplido cabalmente con las “pasantías” antes descritas. ¿Cómo se puede valorar la paciente y serena creación, propia del conocimiento, teniendo semejantes antecedentes? Los capitostes de este régimen han demostrado sentir un profundo desprecio por lo que significa la Universidad como institución autonómica, libre, investigativa, generadora de respuestas y soluciones para el país. Por eso desprecian a la UCV y al resto de las universidades autónomas. Desprecian el esfuerzo de saber, el mérito y la excelencia, porque son virtudes por y para la verdad, el bien y la estética. La desprecian, en fin, porque no comprenden el hondo significado de la 'actividad sensitiva humana' que la conforma.
Entre tanto, y como si todo este via crucis no fuese ya bastante cruel, los detractores del saber han diseminado estratégicamente sus fichas “adentro”, en el interior de la propia UCV. Como el resto del país, la UCV ha sido colonizada por la malandritud. El pillaje y la barbarie transitan libremente por sus pasarelas y edificaciones, ante la mirada esquiva, por decir lo menos, de sus ya exhaustas y muy desgastadas autoridades y de una seguridad interna o bien impotente o bien comprobadamente cómplice de hechos delictivos. El propósito es claro: se trata de implotarla. En manos de “dirigentes” que carecen de la más mínima noción de la Academia -gente sin Bildung- y, en consecuencia, del más elemental respeto por sus principios y valores, la “razón de ser” de 'la Casa que vence la sombra' ha devenido 'ratio' administrativista, burocrática. La docencia, investigación y extensión, ya no son la causa sino apenas un efecto secundario. Y, así, el 'propósito y razón' que sustenta la condición primordial de la vida universitaria -la reunión de “profesores y estudiantes en la tarea de buscar la verdad y afianzar los valores trascendentes del hombre”- ha pasado, literalmente, a un desgastado y raquítico segundo plano. El honorable escalafón académico de otros tiempos ya no vale y poco cuenta. Bajo tales condiciones, la UCV y, con ella, las demás universidades autónomas, se han hecho inviables como instituciones encargadas de esclarecer los problemas esenciales de la Nación, de orientar las políticas públicas y de hallarse, efectivamente, sobre la base de los resultados del conocimiento, al servicio del país. Por más que se pretenda ocultar, como si nada pasara. La fuerza del “pranato” como novísimo modo del ser y pensar venezolano, ese “lado oscuro” que ha terminado haciendo suya la pobreza espiritual, terminó por atrapar la luz de la Academia con sus feroces fauces y deglutirla. Ahora, la tarea es salir del vientre de la bestia. Transformar el país, superar el actual estado de cosas, implica, necesariamente, reconstruir, reestructurar de cabo a rabo, los 295 años de historia de nuestra gloriosa “síntesis de las artes”, si es que se quiere recuperar su honor y majestad.
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