jueves, 2 de febrero de 2017

Docencia e investigación: reflexiones de fin de curso

Luis Porter
México, 28/01/2017

La universidad actual va resultando cada vez menos compatible con los cambios que ocurren en su contexto inmediato. No hablamos solamente del cambio tecnológico, que desde hace ya bastantes años representa un desafío y una oportunidad que obliga a repensar la universidad. Nos referimos con mayor vehemencia a la evolución cultural de sus actores principales, tanto estudiantes como docentes, y de estos últimos aquellos que sin importar su edad, se han mantenido activos, informados y atentos de lo que ocurre a su alrededor. A esas personas que se ubican en la vanguardia, es decir, participando de lo que ocurre, por encima de las múltiples barreras que oponen los viejos letargos. Porque así como hay fuerzas que van construyendo el futuro, hay otras que tratan de mantenerse estáticas, cómodas en sus ritmos de bajo rendimiento, muchos de cuyos integrantes son lamentablemente los que nos gobiernan. Cada vez resulta mas claro el contraste entre lo que ocurre en los macro-centros desde donde emanan los grandes cambios, (me refiero a un centro hegemónico como es Nueva York, por ejemplo), y los micro-centros radiales dentro de los que se formulan las laberínticas políticas resistentes al cambio, me refiero a una rectoría, por ejemplo. No encuentro conexión entre ambos. Nuestros tomadores de decisiones no son intelectuales, es decir, ni leen, ni estudian, porque están demasiado ocupados en la negociación cotidiana, y por lo tanto sustituyen el uso de su imaginación, por la severidad de la gestión administrativa, ejerciendo un uso del poder sin creatividad, sin mayor aportación ni buenas ideas. La institución sigue el rumbo de la consigna externa, temas obvios por su importancia, puede ser la sustentabilidad, puede ser el problema de la violencia, pero todo es visto como algo abstracto, la repetición de corrientes en boga, sin que la situación y la capacidad local se haga notar con algo tan propio como nuevo. ¿Qué nos queda a los que trabajamos en una institución que no tiene proyecto claro, ni rumbo fijo, donde no hay ideas originales, adecuadas a la situación particular que se vive, proyectos renovadores, actitudes visionarias?… 

En este artículo trataré de delinear una respuesta personal a esta pregunta, que ilustraré con mi una experiencia reciente, aun arriesgando verme demasiado centrado en mi mismo. Pero… ¿qué otra posibilidad me queda?… después de todo, mi público es muy restringido, prácticamente me leen mis amigos, a tal punto que ya ni comentan lo que digo, quizás evitando repetir otras conversaciones imaginarias. 

Comenzaré por una primer conclusión (posiblemente la mejor manera de empezar): si esperamos que la universidad cambie a partir de sus políticas y de sus mandatos, de sus mecanismos burocráticos y sus juntas de consejo, de sus decisiones negociadas y sus consignas enviadas desde organismos externos, seguiremos perdidos. El aparato administrativo de la universidad está en manos de los que llegaron allí por razones diferentes a sus funciones sustantivas: la investigación, el compromiso docente, el servicio a la comunidad. De allí que tantos núcleos académicos, reunidos en sus cofradías de conveniencia, o en sus amistades legítimas, cuando llegan al efímero poder que tanto anhelan, no tengan nada revolucionario que ofrecer. Es verdad, existen excepciones: directores, jefes, hasta rectores, que no han perdido su sentido del humor, la curiosidad que los empuja afuera de sus campos de conocimiento, ampliado su bibliografía, dando pasos hacia la sabiduría. Pero no es suficiente. Confiarnos en ellos sería poner el foco en lo micro-anecdótico, algo coyuntural que no resuelve el problema amplio y de fondo que nos preocupa, que es la falta de proyecto pedagógico, educativo en nuestro medio que es el universitario. Y, sin embargo, paradójicamente, es por vías de lo micro, de la labor individual de grupos aislados, de elementos decididos, por donde puede ocurrir el cambio. Un camino a seguir que recorre en sendero muy diferente que es el mío, o el suyo, lector de este artículo, en su capacidad de universitario, situado en la base y no en una cúspide, desde nuestro íntimo interior, desde nuestra ínfima y mínima capacidad de revolucionar nuestro personal micro-mundo, nuestra conducta cotidiana, nuestras estrategias expuestas o vividas, del sentido que le demos a nuestra docencia, de nuestra capacidad de comunicación con las nuevas generaciones cuya formación pasa por nosotros. Y para ello se requiere además de ser un docente, ser también, y antes que todo, un investigador. 

No es posible aportar y cambiar nuestra relación con el estudiante, sin ser al mismo tiempo un entregado investigador activo. No importa cuál sea su tema, pues son múltiples los caminos, lo importante es que se encuentre observando, indagando, dedicado a responder preguntas que surgen constantemente en nuestra sociedad, en la que jugamos un papel altamente relevante. Porque el docente que no investiga, está condenado a repetir lo que otros aportaron, a ser un mero transmisor, y como tal, no podrá pertenecer a la escondida legión de los profesores creativos que desde su compromiso, ponen su grano de amor a su trabajo, y al hacerlo, están compensando los vicios y gastadas inercias que cobijan sus jefes, las complicidades que cuidan los cancerberos de mafias y de cofradías, o la fantasía espectacular que viven los que se llenan la boca de su particular "ismo", vestidos de referencias a autores incomprensibles, obligados a torcer la boca para lograr una pronunciación mas o menos correcta de sus apellidos. La investigación le da sentido a la docencia, y contenido. Es el camino para dejar de ser una universidad que se divide entre los que hablan y los que escuchan. Una universidad cuyo eje es la investigación, construye una comunidad en diálogo, donde todos tienen algo que decir, donde el estudiante no se limita a aprender de su maestro, sino de todos, los unos y los otros. El entusiasmo que provoca la investigación y sus hallazgos, promueve las conversaciones, nos sitúa en la red, nos hace formar parte de la comunidad, y esto genera algo fundamental que son los afectos entre seres humanos, unidos en el conocer. 

He tratado de aplicar esto que digo en mi docencia. He tratado de integrar lo que investigo (el consumo cultural de la juventud actual, el uso del cuerpo de la juventud actual, los usos literarios de lenguaje en el estudiante actual, como ejemplos) con lo que hacemos dentro y principalmente fuera del salón de reunión o aula universitaria. No digo que lo haga con el éxito que quisiera, solo digo que he tratado, y hablaré de algo de lo que está ocurriendo en estas dinámicas experimentales que el sistema modular y sus amplios márgenes, permite. 

En un curso reciente (septiembre 2016), a estudiantes de primer ingreso ("tronco divisional" que puede leerse como introducción al arte y al diseño) pude trabajar, si así se le puede llamar al ejercicio de la docencia, experimentando nuevas formas de relacionarme con los estudiantes. En lugar de escoger un tema de estudio, de los que señala o sugiere el diseño del módulo, le pedí a los estudiantes que ellos propusieran cada cual su propio tema basado en sus propios conocimientos, experiencias vividas e inclinaciones, es decir, en lo que traían consigo. La idea era que trabajásemos con su propio material, y no con los de un libro de texto o un programa de estudios. La pregunta a responder era: ¿qué me relaciona con el diseño? ¿por qué escogí este camino? ¿qué me trajo a la universidad? ¿qué significa para mi estar aquí? ¿qué espero?…

Partí de la idea de que la escuela (porque así me gusta llamarle a la universidad), respetando su etimología, como espacio de ocio, no se encuentra en sus salones. La concepción de la escuela como crujía, es el inicio de un error. Hay que evitarlo. De modo que ubiqué al salón, siguiendo el criterio de los campesinos en el uso de la habitación que les otorgan las instituciones de vivienda, donde terminan guardando a sus animales. En este caso el salón solo sirve como un buen punto de reunión, desde donde salir hacia el aire libre, entendido éste como el espacio abierto en la forma que tome. La razón es que la escuela reclama movimiento, no es un sitio para estar sentado, porque solo en movimiento el estudiante logra utilizar más lenguajes para comunicarse. Esto incluye la quietud de la reflexión, es decir, la posición de lectura y meditación, como otra forma de estar en movimiento. El movimiento crea dinámicas de grupo que ayudan a entender qué significa hacer conexiones. Como todos sabemos la educación es acerca de vínculos y conexiones, de relaciones, de asociaciones. El aire libre es escuela en tanto que cada estudiante junto al docente, con todo el cuerpo activo, también lo es. Podemos afirmar que hacemos escuela en tanto nos relacionamos, en tanto dialogamos. La característica de un curso entendido como una introducción al arte, puede resultar contraproducente, en la medida en que sigamos considerando al artista como un ente con dones o talentos sobrenaturales. Surge entonces la pregunta: ¿cómo encontrar la manera de que el estudiante se sepa creador? La respuesta debe nacerle al estudiante mismo desde su interior, por eso partimos de su propio tema, entendido como aquello que les produce una emoción profunda al ejercerlo, en su vida cotidiana. Pueden ser múltiples cosas, desde el cuidado de una mascota, hasta el ejercicio de la danza, la condición es que encuentren, (lo cual implica una búsqueda en mas de un caso) lo que, quizás sin mayor conciencia, hacen con gusto fuera de la escuela. ¡Qué enorme riqueza despliegan los estudiantes cuando se atreven a compartir sus pensamientos, sus destrezas personales, sus hábitos o destrezas, su pequeña obra personal!…

A partir de estas primeras sesiones hablando de la vida extra-escolar de los muchachos, vamos aplicando una metodología simple, que me gusta llamar la metodología de la creatividad: a) el primer paso que damos es convertir en palabras lo que sabían sin saber que lo sabían. Se ponen a escribir sobre si mismos, buscando definir su tema a partir de sus habilidades, de identificar aquello que les nace, toca o llega a su sensibilidad; b) la siguiente etapa es indagar sobre cómo otros han escrito, o analizado dicha actividad, (ahora convertida en su tema), de manera que se ubiquen en lo que entendemos como "estado del conocimiento". El objetivo es que el estudiante logre "problematizar" su interés, su inclinación; c) una vez que ubicaron su tema en un contexto más amplio, le pedimos que documenten su experiencia personal, es decir, lo conviertan en documentos visuales, (fotografías, videos, dibujos, relatos ilustrados), hasta ser capaces de sensibilizar a ese otro que observa en ese tema una parte de su identidad; estos tres primeros pasos son una clara manera de que el estudiante entienda que significa investigar; d) entramos a la etapa final, en la que el estudiante, con apoyo y "permiso" del docente, (que representa a la escuela) desarrolla su tema, ya no como un hobby o actividad complementaria, sino como algo dentro de ella, que cuenta con el apoyo de la infraestructura escolar, de su programa de estudios. Ahora, aquello que le provocaba un placer anónimo, forma parte de su calificación final, que en nuestro caso es una evaluación cualitativa. Lo que hacían simplemente por gusto, ahora les sirve también para lograr un grado. No existe un trabajo final, pero si un punto en que el borrador final se presenta como la propuesta de una "obra de arte", sobre su tema, entendida como una imagen, un objeto visual, una expresión de lo que sienten suyo, y que el ejercicio hizo nuestro, de todos. De esta manera van tomando forma propuestas cuyo contenido pudo incluir destrezas corporales, habilidades técnicas, humor, auto-biografía, reflexión filosófica, existencial, en forma comprensible para el docente y el visitante que pudiera asomarse a verla, comenzando por los propios compañeros. 

La exhibición final ocurre en el aula convertida en museo, en galería. El aula como punto de encuentro, que permite desplegar en sus muros obras cerca de estar terminadas, que muestran que se encuentran en constante proceso. Al hacerlo nos convertimos todos en escuela. Sion ejercicios que nunca pueden estar mal, cuya evaluación es puramente cualitativa y se relaciona con ciertas cualidades que se discuten en seminario: la autenticidad, la honestidad al transitar por la metodología y sus intentos, las raíces que el tema tiene con su propio subconsciente y su mundo interior. Es mucho lo que se revela en el proceso, desde falsas identidades o valores, hasta aquella escondida fibra que nos lleva al centro del corazón. Un proceso que es búsqueda interior, porque de allí partió el tema. Cuando el estudiante se mete en si mismo, comienza a descubrirse. Al darse cuenta que no lo esperan sombras o fantasmas, sino capacidades, se congracia y congratula consigo mismo, se reconcilia con sus enemigos internos, se ve reflejado en el espejo de su obra y cada obra es un espejo para los demás. De esta forma se da una sumatoria, una no-buscada labor de equipo que se va dando en el proceso hasta la muestra final.

Han un elemento extra. Para lograr esas conexiones internas, paralelamente, cada semana, nos dedicamos a trabajar con el cuerpo. Pedimos que compartieran aquellas actividades que pudieran considerarse corporales, creativas, aunque fueran transitorias o efímeras, desde jugar con el hula hula, hasta hacer Yoga, desde mostrar capacidades en la danza o en la patineta, en un performance, en el graffiti, o en los malabares. Aquella habilidad corporal mas cerca de una esquina urbana, que del escenario. Resultado: una comunicación que rebasa en mucho la palabra hablada, tan difícil de extraer en el estudiante joven. Lo que no se decía levantando la mano, se decía con todo el cuerpo fuera del aula. Eso relacionaba de otra manera al grupo entre si, en forma mas juvenil, humana y sensible. La belleza de los cuerpos, pues todos los cuerpos lo son, ejercía un papel integrador, y regresábamos al proceso de creatividad verbal, intelectual, mas unidos, mas dispuestos a abrirnos, mas listos a ejercer nuestra sensibilidad y nuestra imaginación.

El docente se asume artista, y el artista accesible lo es por comunicarse en los muchos lenguajes que le permite manifestarse. Lo es en sentido figurado, y lo es en el tiempo real. Lo es porque se ha salido de la universidad, con sus imposiciones innecesarias, y la ha convertido en escuela, en tiempo de relajamiento, ocio y auto-reflexión. Las conversaciones que provocan las obras expuestas en proceso, resultan en una liga maestro-docente que fortalece al joven y libera al maestro. Hay un acercamiento desde esa igualdad que no se entiende cuando se proclama como meta, objetivo, porque entonces corre el peligro de quedarse en la teoría. En la práctica tanto estudiantes como docentes, somos adultos, y desde esa condición, nos comunicamos en forma igualitaria. El estudiante se da cuenta que no es el título el que lo convertirá en lo que quiere ser, un profesional y un artista. De hecho la universidad poco o nada tiene que ver con las profesiones donde la creatividad y el lenguaje sensible, va por delante, que pueden ser todas. La universidad se ha apropiado de una serie de actividades y las ha tratado de reducir a un currículum. Pero, el ser humano rebasa en mucho esas reglas de juego. No son cosas que se aprenden en un salón. Y no son cosas que se aprenden para ser enseñadas. Sino para ser ejercidas y vividas en lo cotidiano.

Los estudiantes que viven esta experiencia se transforman. Se dan cuenta que residen en ellos núcleos seminales, puntos de florecimiento, que son los que en última instancia, harán de su vida algo exitoso y excitante de vivir. Se descubren a si mismos, porque no se les ha impuesto nada, al contrario se les ha extraído de su intimidad, de sus deseos, de sus gustos, lo que los hace vibrar. Algunos lo tienen a flor de piel, otros mas adentro, mas escondido, mas tímido, o en gestación. Esa es la labor del docente, como la del entrenador, sacarle fuerza a ese músculo, hacer que afloren sus cualidades. Hacer arte es especular con el máximo de imaginación, sin estar limitado por condicionamientos curriculares, fronteras disciplinarias, o determinadas racionalizaciones. Cuando trabajemos así en cualquier campo de estudio, veremos lo absurdo de fragmentarnos. Entonces desaparecería del currículum, de la oferta educativa, el estudio del arte como algo aparte, separado. Ejercer una profesión, dedicarnos a lo que es nuestra vocación, no busca simplemente una realización personal, sino nuestra contribución a mejorar la sociedad. Cuando ampliamos nuestra mirada desde el fondo de lo que somos, el resultado es siempre una obra de arte, aunque estemos hablando de una operación al corazón, una fórmula para una medicina, las matemáticas, una estructura para unir dos orillas, que le llamamos puente. La creación de nuevo conocimiento, trabajando con nuestros estudiantes, hace de cada curso, un proyecto de búsqueda, y de cada docente, un investigador aplicando en la acción lo que urdió en la especulación. 

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