jueves, 19 de mayo de 2016

La universidad

Ricardo Gil Otaiza
19/05/2016


Tengo ya una larga experiencia como profesor universitario, y a estas alturas del camino siento que el subsistema de educación universitario adolece de grandes fallas. La universidad venezolana es heredera de la escuela francesa, que da preeminencia a la profesionalización como misión fundamental, dejando de lado cuestiones que, a mi manera de ver y de entender el proceso, debemos revisar y solventar. En primer término, se hace necesario hacer mayor énfasis en la investigación científica, pero no como solemos entenderla: un coto cerrado; una cuasi religión que conlleva un cientificismo rayano en cuadratura mental y en cursilería. La investigación deberá dejar atrás su afán totalizador, para internarse con holgura en una transdisciplinariedad, que dé mayor apertura y atención a los constituyentes de la biosfera. Una investigación que respete el medio ambiente, que lo sienta parte sustancial del equilibrio necesario para el sostenimiento de las diversas formas de vida en el planeta. Una investigación pertinente, que ofrezca respuesta a las grandes necesidades de las personas, que busque y ahonde en un desarrollo humano sustentado en la elevación de la calidad de vida de todos, sin que ello implique la ansiada noción crematística o de generación de riqueza y la expoliación de los recursos naturales.

La docencia universitaria deberá aspirar a la generación de espacios para la interrelación y la dialógica. La noción de clase magistral tendrá, por la fuerza de las circunstancias globales, que dar paso a un proceso recursivo que tienda a la realimentación, que se patentice en la emersión de un conocimiento compartido, significativo, que impacte profundamente la vida de sus actores. Una docencia horizontal, participativa, sin discriminaciones de ninguna especie, que sopese y estimule en su dinámica diaria las capacidades, la inventiva y la curiosidad de los participantes. Una docencia honesta, sincera, que azuce en los jóvenes sus sueños y sus esperanzas; que en lugar de cortarles las alas los ayude a crecer, a empinarse en sus propias utopías.

Considero que la extensión es la cenicienta de las misiones universitarias, que se ha quedado rezagada, disminuida, marginada, arrinconada y sujeta a los vaivenes de un presupuesto siempre (eternamente) deficitario. La extensión tendrá que fortalecerse, consolidarse, hacerse pertinente, que impacte positivamente los entornos sociales y haga de la universidad una institución amalgamada con la sociedad, consustanciada y conjuntada con sus grandes ideales y tareas, copartícipe de sus procesos y de su marcha acompasada a través de la historia.

Pero por encima de todo esto, opino que la universidad presenta un gran déficit histórico que ya es hora de subsanar: entregar al país a ciudadanos, hombres y mujeres que sientan y amen su terruño, que sean multiplicadores de valores sujetos a grandes principios rectores de la vida en sociedad. Personas ganadas al trabajo creativo, tolerantes, amantes de la paz, respetuosas de las diferencias raciales, políticas, intelectuales, religiosas, de género e ideológicas. Profesionales de mucho nivel académico, pero sobre todo de gran corazón, que sean compasivas con el prójimo, que busquen y propendan a la espiritualidad, a la solidaridad, al apoyo de los débiles, y al trabajo en equipo. Ciudadanos dignos de su civilidad, capaces de entregar y de generar en los otros confianza, rectitud y amistad. Personas auténticamente éticas, transparentes, probas, que hagan de cada espacio y de cada actividad, excusas perfectas para el intercambio y la sinergia, para el ganar-ganar, para sentir y propalar en sus vidas y en las de otros la noción de felicidad.
@GilOtaiza

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