23/10/2016
Carmen Victoria Inojosa / Diana Sanjinés
La permanencia de los estudiantes en las universidades está amenazada ante las dificultades de manutención, alimentación, transporte, residencias e inseguridad. A diario los estudiantes se despiden de sus casas de estudios sin culminar la carrera, aproximadamente 10 por escuela en la UCV. Mientras que desde 2012 en la ULA cerca de 35.000 estudiantes se han ido. Tener que trabajar para ayudar a sus familias e irse del país son las principales razones por las cuales los jóvenes desertan de la universidad
Juan Antonio González, de 24 años de edad, no se ha retirado oficialmente de la Escuela de Psicología de la UCV, pero dejó de asistir a clases desde junio. “La situación país y la decadencia de la universidad me tienen frustrado. Estoy haciendo lo posible por emigrar y terminar mis estudios en el exterior”, dice. Juan se dedicó a trabajar de forma independiente y da clases de inglés en un instituto. También avanza en sus trámites migratorios: “Ya tengo legalizadas y apostilladas notas de bachillerato y de la universidad, los programas y la partida de nacimiento. Por fortuna soy ciudadano español”.
En la Universidad Simón Bolívar, Andrés Hernández –nombre modificado a petición de la fuente– está diagnosticado con depresión ansiosa. “Desde hace tres años mi mamá se enfermó y no pudo seguir con el trabajo. Ahora está jubilada del Ministerio de Educación y perdió el beneficio de los cestatickets. Yo he tenido que trabajar. Nos hemos empobrecido muchísimo. Contamos la comida. Se me hace difícil llevar los estudios. En tres años, prácticamente he avanzado uno. Tengo ganas de retirar el trimestre y dedicarme a trabajar o irme del país”, comenta visiblemente afectado. Andrés perdió 10 kilos. “Dependo del comedor de la universidad. Cuando no hay almuerzo, me aguanto sin comida hasta la tarde”, asegura.
Los universitarios comenzaron a engrosar las filas de los desertores. A diario aproximadamente 10 estudiantes por cada escuela de la Universidad Central de Venezuela acuden a la oficina de la Organización de Bienestar Estudiantil para formalizar su retiro de la universidad. En la USB, la Dirección de Admisión y Control de Estudios detectó que cada trimestre el número de inscritos diminuye. Para la primera semana de septiembre entre las sedes de Sartenejas y Litoral, había inscritos 6.571 estudiantes, cuando lo habitual es registrar esa cantidad solo en la principal. Desde 2012 la Universidad de Los Andes ha perdido a 35.000 estudiantes que se han ido sin graduarse, según cifras de la Dirección de Asuntos Estudiantiles de esa institución. Es una desbandada.
La deserción también se deja ver en las aulas. Este semestre, la socióloga y coordinadora de Secretaría de la UCV, María Angelina Rodríguez, tiene 55 estudiantes inscritos en la cátedra que imparte en la Escuela de Trabajo Social, pero solo ha evaluado a 28. En Archivología y Bibliotecología, un profesor de estadística general, asignatura obligatoria, en una sección de 25 alumnos y le quedan 18, cuando el semestre apenas está comenzando.
La situación en la Universidad Pedagógica Experimental Libertador, una de las que tiene la matrícula más grande y forma a la mayoría de los educadores del país, es preocupante. María Teresa Centeno, vicerrectora de Extensión de la institución señala que la deserción es de 30% en las menciones de Matemática, Física y Química. “Sabemos que los estudiantes reducen su carga académica al mínimo por razones de trabajo. Se incorporal al mercado labora del comercio. Esperábamos para este año tener una matrícula de 20.000 cupos. A la fecha tenemos inscritos 14.000. Lo que nos preocupa más es la sede de Maturín. Allí había 8.000 cupos disponibles y apenas 800 estudiantes solicitaron inscripción”.
Marginalización universitaria. La precariedad envuelve a la academia. La cobija de la universidad cada vez se hace más pequeña. Los estudiantes sobreviven con becas de 8.000 bolívares que no reciben de forma regular. El costo de una residencia sobrepasa los 15.000 bolívares cuando es compartida. El gobierno destina un poco más de 700 bolívares por cada almuerzo estudiantil, pero es un servicio que no está garantizado. Este año el de la UCV el comedor estuvo paralizado desde marzo hasta las primeras semanas de septiembre. En la USB dependen de si llega o no la carne. En esta casa de estudio actualmente las rutas interurbanas de transporte permanecen inactivas desde mediados de agosto dado la deuda que mantienen con los concesionarios, lo que aleja a los estudiantes aún más de las aulas. Pero además, desde el 1° de octubre la institución –de las que mejor conectividad a Internet tiene– ofrece un tercio de su capacidad habitual porque la empresa proveedora ajustó sus tarifas a la tasa Dicom. La facturación pasó de 3 millones a 20 millones de bolívares al mes.
“La universidad que estamos viendo en 2016 no se parece en nada a la que teníamos hace 20 años. Ha desmejorado notablemente. Veo una institución fallida. En los años 80 con la mitad de una beca se pagaba la residencia, ahora los muchachos terminan marginalizándose porque cada vez se van a lugares peores para vivir”, asevera el director de Desarrollo Estudiantil de la USB, Omar Pérez. Su homóloga de la UCV, Aurimer Meza, expresa que ante esta situación el estudiante termina desertando. “Si para los que son caraqueños es difícil, ¡cómo hace una persona que viene del interior! Hemos llegado a tener jóvenes durmiendo en espacios de la universidad porque los botan de la residencia. ¡Son chicos que tienes en situación de calle!”.
La mayor cantidad de solicitudes de ayudas económicas en la UCV son para manutención, alimentación y transporte. De febrero a julio se otorgaron 200, con una inversión total de 4.500.000 bolívares. En la ULA 90% de las asignaciones, está destinada para el pago de residencias: “El principal motivo de deserción es el económico. Los estudiantes manifiestan el problema habitacional, que los padres no tienen cómo mantenerlos debido a los sueldos bajos y las dificultades para tener empleo. Otros han manifestado irse del país. Dos y tres estudiantes acuden a diario a mi oficina casi a despedirse de la universidad porque ya no pueden continuar. Incluso jóvenes que viven en zonas cercanas a Mérida como Ejido, Tovar”, manifiesta Marcos Pino, director de la Dirección de Asuntos Estudiantiles de la ULA.
Desde septiembre en los pasillos de la ULA, unos afiches hablan de la preocupación por la diáspora. “Estudiante no te vayas” es el nombre de una campaña que lanzaron en septiembre para intentar detener la fuga. Iniciaron un censo para ofrecer ayudas y evitar la deserción. “Gracias a la campaña tuvimos una bonita experiencia de dos familias que ofrecieron gratis habitaciones a estudiantes que se iban a retirar por no tener donde vivir”, cuenta Pino.
El gobierno asegura que la matrícula universitaria del país tiene 2,6 millones de estudiantes y que es de las más grandes de la región. Sin embargo, las condiciones no están dadas para hacer vida universitaria ante factores que no permiten que cinco años de carrera sean posibles. Luis Fuenmayor, ex director de la Opsu y ex rector de la UCV, manifiesta que es necesario que los jóvenes asignados a las universidades “sean compensados con atención social y económica. Si no es así, el fracaso académico está garantizado”. “El aumento de la pobreza impide que las personas estudien porque tienen que trabajar”, agrega.
Es el caso de Luna Henríquez de 22 años de edad que se retiró de la Universidad Experimental de las Artes en mayo. “Con el aumento salarial de mayo me cambiaron el horario de medio tiempo a tiempo completo. No pude culminar el quinto semestre en artes plásticas porque tengo que trabajar. En mi casa todos necesitamos producir dinero para tener cubiertas por lo menos las necesidades básicas”. Aunque le gustaría retomar la carrera, su situación se agravó cuando en junio la despidieron. Desde entonces no ha conseguido empleo.
“Me las he ingeniado creando artículos y cosméticos de manera artesanal. Acompaño a mi mamá a hacer colas para comprar más barato los productos. También vendo blusas con una vecina”, narra. “Creo que actualmente resulta complicado estudiar. Sobre todo por los gastos diarios en materiales, además el tema alimenticio ocupa casi que 90% de los pensamientos y angustias de uno. ¡Cómo se puede estudiar con hambre! Es muy difícil. Todos los días se basan en conseguir la comida, a uno no le da tiempo ni le alcanza el dinero para los estudios”, lamenta.
Emergencia de personal docente. “Por el déficit de profesores, el semestre que viene no puedo cursar ninguna materia obligatoria porque se abren en paralelo las del octavo y décimo, así que tendría que esperar el que sigue para ver las del séptimo”, asevera Juan Antonio González. Esta es la situación si él quisiera continuar sus estudios en la escuela de psicología de la UCV. Andrés Hernández en cambio dice que los profesores en la USB se comprometieron con los estudiantes avanzados a darles clases hasta el final para que no se atrasen. “En Computación la mitad de los docentes se ha ido del país. Los que quedan seguirán pero con los alumnos avanzados. Si se convoca un paro, no darán clases a los nuevos”.
Entre 2015 y 2016 aproximadamente 400 profesores han renunciado en la USB. La semana pasada se fueron 12. En julio, 57. El vicerrector académico, Rafael Escalona, señala que hay departamentos críticos –Electrónica y Circuitos, Química y Termodinámica, Planificación y Tecnología Industrial– por lo que la carga académica es elevada para los que quedan. En las cátedras de Idiomas el promedio es de 80 estudiantes por profesor. Ante esta situación, la USB hizo un llamado a los egresados para paliar el déficit que se viene acentuando en los últimos cinco años. La institución también pidió a los profesores jubilados que suban el número de horas de clases. El propio secretario de la USB, Cristián Puig, en labores administrativas, se incorporó a las aulas e imparte la asignatura ad honorem.
Detrás de los alumnos, se van los profesores. La semana pasada renunciaron 12 en la USB. En la UCV, solamente en la Facultad de Humanidades y Educación, entre febrero y junio, se fueron 90. Además de estas renuncias, la coordinadora de Secretaría, María Angelina Rodríguez, indica que desde 2004 la salida de docentes sobrepasa los 1.000 educadores.
Como consecuencia, menciona que de los 9.000 cupos para estudiantes nuevo ingreso que ofertaron el año pasado, para 2016 se redujo a 7.040.
Con este panorama, Fuenmayor avecina un colapso educativo universitario a mediano plazo. “Los profesores se van a donde aprecien su labor de investigador y docencia. Donde además sean remunerados adecuadamente. El personal jubilado está soportando las cátedras para que no sean cerradas. Es la situación más dramática de los últimos 60 años que ha vivido el sistema educativo”, sentencia.
Señala que el gobierno no ha prestado la debida atención al desarrollo científico y tecnológico. “Es un elemento fundamental. Si eso no existe, estamos condenados al subdesarrollo. Y si no se forman a estudiantes, si no se hacen investigaciones, nos estamos alejando de la posibilidad de salir en donde nos encontramos”.
Aunque pareciera que el valor de ser universitario en el país se ha perdido, Rodríguez considera que las personas aún apuestan al estudio como opción de movilidad social y ascenso. “Las condiciones del país no son favorables para ello. Pero cuando uno habla con un estudiante, tiene una expectativa importante de lo que significa el estudio y sobre sus posibilidades de desarrollo personal y profesional. Ellos perciben que eso en Venezuela se ha ido cerrando”, explica.
Las instituciones aún no han evaluado a profundidad la deserción estudiantil, lo que sí es evidente es que los bachilleres que fueron asignados por la Oficina de Planificación del Sector Universitario en 2015, en muchos casos sobrepasando la matrícula de las universidades, no están formalizando inscripciones. En la ULA, solo 50% se inscribió. En la USB fue 72% y en la UCV, 80%. En que años anteriores se lograba un ingreso de 95%.
La UCV hará una evaluación de la situación con las facultades según informó Rodríguez. En la USB aguardan por el informe de la Comisión de Planificación y Desarrollo. El próximo 2 y 3 de noviembre los directores de desarrollo estudiantil de las diferentes universidades se unirán en la UCV para discutir esta situación. La academia espera culminar su período de actividades aun en duras condiciones y avanzar en el número profesionales egresados. Y aunque aún la cantidad de graduandos al año se mantiene, Pérez asegura que de continuar la deserción, podrían disminuir considerablemente.
Traslados a privadas
Mientras los salones de clases quedan vacíos en las universidades públicas, sucede lo contrario en algunas instituciones privadas. Aprender en condiciones óptimas ha obligado a los estudiantes a buscar alternativas que, aunque golpeen sus bolsillos, les garantizan calidad y continuidad. “Este año hemos tenido un incremento importante en la matrícula de estudiantes de nuevo ingreso y se cuadruplicó el número de traslados, sobre todo de la USB y de la UCV. La crisis universitaria ha alimentado nuestras aulas de estudiantes. Qué bueno que tenemos más alumnos, pero que mal que principalmente sea por esta razón”, señala Mary Carmen Lombao, vicerrectora académica de la Universidad Metropolitana.
En esta institución, el número de inscritos, que en promedio era de 4.300 desde 2011 hasta 2015, este año aumentó a 5161 estudiantes con un total de 1.139 ingresos nuevos. Lombao asegura que la deserción en pregrado apenas supera el 10% y las razones suelen ser por emigración o por no mantener un rendimiento académico dentro de los estándares de calidad que establece la universidad.
Si no tienen el dinero suficiente para costearse sus estudios, los alumnos optan por becas o ayudas financieras para pagar la matrícula, que puede rondar los 200.000 bolívares por trimestre. Aún así la preferencia se inclina hacia las universidades privadas que logran funcionar sin contratiempos y se mantienen en óptimas condiciones.
En posgrado la situación es diferente y esto preocupa a las autoridades educativas. “Tuvimos una baja muy importante, de 50% aproximadamente, tanto en programas formales o maestrías como en diplomados a nivel de extensión que no son cortos. Hicimos un estudio de las razones y aquellos que su fuente de pago estaba asociado a su empresa respondieron tres cosas: primero que como la empresa cerró operaciones está desempleado y ya no puede costearse los estudios; segundo, que la empresa redujo la formación de su personal; y tercero, que la empresa se va del país y esa persona también. Otros indicaron que congelaron sus estudios porque este trimestre coincide con las inscripciones de colegio de sus hijos. Hay que recordar que generalmente los estudiantes de posgrado son jóvenes responsables de casa con niños pequeños”, afirma Lombao.
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