lunes, 24 de octubre de 2016

Ser profesor universitario

Eduardo Porcarelli
20/10/2016

Las despedidas ya no son solo en aeropuertos, sino también en las aulas universitarias, en donde de un semestre a otro, no solo se van los alumnos, sino también los profesores. Si bien el acto más importante en la docencia es aquella suerte de “comunión universitaria”, en donde mas allá del indispensable buen estado de la infraestructura, se reúnen alumnos y profesores en una clase, ¿qué pasará cuando también falten ambos?

La Universidad Central de Venezuela me adoptó como alumno hace más de 25 años y como profesor de postgrado hace 11. Por muchos años he tenido la suerte de que la docencia ha sido como un vicio en su acepción de: “Costumbre o práctica habitual de algo que gusta mucho y de lo cual resulta difícil sustraerse”. Me permito disfrutarlo realizando otras actividades, pero de un tiempo para acá, todos los días, me planteó si vale la pena.

Por la módica suma de $4 el semestre, cifra esta no solo simbólica sino ridícula, propia de un país donde se fustiga y castiga el conocimiento (basta ver que no se aprueban desde hace mas de 10 años patentes de invención o que no se otorgan divisas para importar libros o que no se aumentan los presupuestos universitarios en el medio de una economía inflacionaria o que cualquiera puede hacer cualquier cosa), muchos nos aprestamos a inclusive arriesgar nuestras vidas para dar clases.

Las universidades venezolanas fueron por muchos años receptoras de excelentes profesores del cono sur, y de otras latitudes, quienes pudieron hacerse de una vida en el país a través de la docencia. De casi $3000, sus salarios se redujeron varios años después a menos de $20. Me pregunto si en Ecuador saben eso, y si por acá saben que en Ecuador los profesores universitarios ganan como mínimo $2.900.

También parte de nuestra sociedad afianza y se aprovecha de esta situación. Recientemente fui invitado por una universidad privada a preparar e impartir una materia de diplomado en una empresa privada por un total de $6,50, lo que no acepté, porque hasta la “responsabilidad social” tiene sus límites.

Con frecuencia la gente te pregunta: ¿y por qué lo haces? Y siempre respondo: porque hay que hacerlo, pero en el fondo me pregunto, sobre todo por los que viven solo de la docencia, ¿Por qué lo hacen? Pienso que, al final, no es solo una cuestión de gustos y vocaciones, sino también de compromisos y esperanzas.

Compromiso para vencer las sombras, tarea ésta que históricamente no ha sido bien remunerada en casi ningún sitio y época, sobre todo cuando falta la “luz”. Esperanza de que en cada clase, mutuamente, alumnos y profesores nos hacemos más conscientes del país que tenemos y del país que queremos y de cómo llegar a él.

Aun así, he visto a muchos tirar la toalla, y soy incapaz de juzgarlos ya que todos los semestres estoy a punto de hacerlo, cuando de repente, al inicio de cada nuevo periodo ves surgir una inspiración. Este semestre fue AG, quien en silla de ruedas va desde su trabajo hasta la UCV y en la noche en silla de ruedas sale de la UCV para agarrar el metro y dirigirse a su casa. Su ejemplo de tesón es digno de admiración y motivo para dar un poco más.

Cuando se entienda que dedicar todo los recursos posibles a la educación de calidad es el camino para construir futuro, comenzará a gestarse un cambio positivo y permanente.

“Lo más trágico es que un hombre no tenga zapatos que ponerse, sino que no haya sentido nunca la necesidad de tener zapatos”. (Andrés Eloy Blanco)

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