sábado, 14 de enero de 2012

Más y mejor educación

Eleazar Narváez
El Nacional, 17/02/99
 
En estos tiempos, en nuestro país y más allá de sus fronteras, insistentemente escuchamos voces que nos hablan del papel relevante de la educación. Se repite, una y otra vez, que en la llamada sociedad del conocimiento, que según ciertas opiniones la tenemos encima, la educación tendrá un valor de primera importancia por representar algo parecido a una especie de llave maestra que nos permitirá el acceso a las claves del éxito de un mundo impactado de manera impresionante por un voluminoso, permanente y vertiginoso flujo de información y conocimiento científico y tecnológico y por incesantes reacomodos culturales, políticos, económicos y sociales que han estado y seguirán planteando nuevas y complejas exigencias de formación para todos.

Frente a tales desafíos, la respuesta debe ser dar más y mejor educación a la población mundial. Sin embargo, el camino que nos lleva al cumplimiento de dicho propósito no está exento de importantes dificultades, sobre todo en países como el nuestro donde, más allá de las limitaciones de recursos que algunos puedan esgrimir, lo más preocupante son las erradas y perversas interpretaciones que son hechas en muchos casos en relación al significado de la expresión "más y mejor educación", cuando se opina sobre asuntos ligados a interrogantes como estas: ¿Es sólo la institución escolar la que tiene la responsabilidad de expandir los beneficios de la educación en nuestra sociedad? ¿La consigna de más educación es válida únicamente para aquellos que están excluidos o a los incorporados al sistema educativo? ¿Se trata solamente de más educación para el pobre pueblo? ¿De qué calidad se está hablando cuando se reclama una mejor educación?

La legítima aspiración a brindarle más educación a los venezolanos no puede apoyarse en la sobrevaloración o magnificación de los alcances reales o potenciales de la institución escolar que tenemos. Desconocer la gran responsabilidad que poseen otras instituciones de nuestra sociedad respecto a tal cometido, además de injusta es repudiable, sobre todo cuando esa ignorancia es acompañada de un ataque despiadado contra la escuela pública, bajo la inspiración de intereses que no tienen nada que ver con el bienestar colectivo. Si en realidad hay la voluntad de poner en marcha una política para propiciar una mayor educación, la misma necesariamente debe involucrar el papel activo de importantes agentes de socialización como la familia, los medios de comunicación, los partidos políticos y las empresas, entre otros, ya que como muy bien lo dice Juan Carlos Tedesco, en el interesante trabajo La Educación y los Nuevos Desafíos de la Formación del Ciudadano, el reto es para la sociedad en su conjunto y no únicamente para la escuela.

Por otro lado, es preciso salirle al paso a las graves equivocaciones que se cometen a la hora de pensar en quiénes serían los que necesitarían más educación. Es inaceptable que se siga diciendo que es sólo el desdichado pueblo el que requiere educarse más, o que esta necesidad solamente tiene sentido para los que han sido excluidos del sistema educativo o para aquellos recién egresados de una u otra carrera a nivel superior. Si vamos a hablar de más educación para el país es fundamental que no dejemos a ningún sector o grupo de nuestra población al margen, pues, ¿acaso no tenemos todos que educarnos para llegar a ser personas, como se dice en esa extraordinaria novela de Jostein Gaarder que lleva por nombre El Mundo de Sofía? Sobre esto seguramente Fernando Savater nos reiteraría también que "el bien educado sabe que nunca lo está del todo pero que lo está suficiente como para querer estarlo más".

Y si se trata además, de llevar la mejor educación posible a la población nacional, es imprescindible que estemos conscientes del "reduccionismo" al cual estamos expuestos al concebir esa empresa. Podría interpretarse erróneamente, por ejemplo, que en la preocupación por lograr una mejor educación se ha de poner el acento en la calidad del contenido de enseñanza, sin que importe mucho la manera cómo es transmitido o comunicado este último. También pudiera pensarse que una mejor educación sólo ha de centrarse en el desarrollo del intelecto de las personas, situando en un plano secundario las otras dimensiones de su formación como seres humanos. Asimismo, podría cometerse la equivocación de creer que la mejor educación para países como el nuestro, reside en una educación que responda exclusivamente a los desafíos de la racionalidad científico técnica que se le atribuye a la sociedad del tercer milenio, sin interés alguno por resolver los serios problemas de escolaridad básica propios del siglo XIX que aún confrontamos.

Estamos urgidos de una educación de calidad, pero entendida, por una parte, como una educación de "alta inteligencia", tal como aparece descrita en el informe de la Comisión Internacional para la Educación en América Latina y el Caribe del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, que lleva por nombre Educación. La Agenda del Siglo XXI, una educación que posibilite una "...combinación del intelecto, la emoción y el espíritu...", pero también concebida como una educación que satisfaga las dos exigencias referidas en el documento antes citado: la primera, "...acabar de cumplir la vieja promesa de la modernidad: una escuela efectivamente universal y efectivamente educadora..."; y la segunda, preparar a nuestra sociedad para "...el desafío pluralista de la postmodernidad y para su integración exitosa a la `aldea global', caracterizada por industrias y procesos productivos cuyos insumos críticos son la información y el talento creador".

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