Antonio José Monagas
11/10/2017
La crisis de la Universidad no es sólo producto de agudas deficiencias que conlleva su funcionalidad y que evidencia la precariedad de sus recursos. Su causa trasciende tales realidades, pues involucra consideraciones que ponen de manifiesto razones que trastocan sus valores y principios. Pero igualmente, afecta sus esquemas de organización y coordinación del desarrollo académico, sus políticas institucionales y sus relaciones extramuros.
Justamente, en medio de dichas desavenencias, la Universidad si bien no descansa en su propósito de superar tan crudas situaciones que desvirtúan no sólo su posición en el ámbito político-institucional nacional, sino también en el dominio sociocultural, está viéndose diezmada frente a sus procesos académicos. De esta manera, se resienten sus labores docentes, de investigación y de extensión. Más aún, toda vez que la autonomía universitaria ha sido vapuleada como resultado de intenciones políticas dirigidas desde las cúpulas de gobierno.
Todo ello ha configurado un efecto de resonancia que ha debilitado el cimiento institucional universitario generándose así una aguda confusión en sus modos de accionamiento tanto hacia adentro como hacia afuera. Como producto del susodicho efecto de resonancia, la Universidad ha venido actuando a la deriva de ciertas orientaciones cuya especificidad determina el cauce de sus decisiones. Sin embargo, la institución ha entrado en una zona de ambigüedad articulada a dilemas de difícil comprensión que, muchas veces, no favorecen la definición precisa de los caminos a tomar en el curso de los problemas que confronta.
Aunque muy a pesar de ello, existen fundamentadas opiniones que reconocen la crisis universitaria y, por tanto, manejan con suma claridad importantes soluciones capaces de contrarrestar los desmanes incitados. Pero disposiciones en este sentido, no siempre resultan coincidir con posiciones asumidas desde la estructura de poder universitario originándose serios enfrentamientos que terminan por complicar el funcionamiento institucional. De este modo, se incitan oportunidades que, en su momento, son aprovechadas por instancias gubernamentales para ensañarse abiertamente contra la autonomía universitaria y endurecer sus ataques contra la institucionalidad académica.
Lejos de acordar mecanismos de análisis que apunten al manejo de la crisis universitaria desde una perspectiva constructiva, estos desencuentros enardecen actitudes que sólo enmarañan relaciones entre factores políticos universitarios o disocian elementos causales del problema con el consabido y contradictorio resultado de confabularse con la desconfianza bajo la cual se refugia la génesis de la crisis universitaria. Justamente, en esta dirección siguen hallándose razones para explicar algunas razones de la crisis (universitaria).
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