El País
22/08/2016
Figurar en el ranking de Shanghái, que recoge las 500 mejores universidades del mundo, no es tan buena noticia si ninguna de las españolas está entre las 150 iniciales. La Universidad de Barcelona es la primera en la lista y lo hace en la franja entre la 150ª y la 200ª. La Autónoma de Madrid y la de Granada lo hacen en el siguiente tramo (200 a 300), y varias más en los siguientes. Malas noticias, año tras año desde hace tres lustros, para un país que ha sido competente para enfrentarse a la construcción de sus infraestructuras o al diseño de un envidiable sistema sanitario público y que fracasa sin embargo una y otra vez en la educación y el sistema universitario.
Las universidades, además, han mantenido a duras penas el tipo en el ranking a costa de las familias, que han subido su aportación más de un 60% para los grados en comunidades como Madrid y Cataluña. Los Gobiernos autónomos y el nacional no han sido capaces de dar respuesta a los desafíos de la Universidad tras la crisis económica, liberándola de los recortes más nocivos y promoviéndola como motor de una economía que revela, así, sus debilidades para cambiar de modelo. Los ajustes a los que ha sido sometida la educación universitaria, como los relacionados con el I+D, seguirán pesando en los próximos años si no se arbitra un gran acuerdo político que afronte los cambios necesarios.
Mientras España ha conseguido destacar en otros ámbitos, como el deportivo, sigue sin convertir en una de sus prioridades urgentes cuanto tenga que ver con la formación, volcándose en esas reformas que deberían conducir a sus universidades a subir en los rankings internacionales, y no a bajar, como en los últimos años.
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