Hugo Prieto
28/08/2016
Dice Orlando Albornoz que cuando sale de viaje un miembro de su familia le cuelga un cartel en la espalda que dice “Producto de exportación”.
El año pasado, Albornoz estuvo en México y con frecuencia viaja a Suiza, Alemania y Turquía, países en los que presta asesoría como experto universitario. Allá lo escuchan, pero en Miraflores no tienen noticia de sus libros ni de sus conocimientos. El sistema universitario venezolano es un mecanismo disfuncional que produce muy poco conocimiento y canoniza el título universitario como un símbolo de progreso, cuando en realidad es el momento de la foto y del brindis. “Te desafío a que me traigas un solo texto donde haya una esperanza acerca de qué hacer con las universidades”, dice Albornoz, y enumera una serie de cosas que podrían hacerse para encaminar a la Universidad hacia un mejor destino. ¿Pero quién las hace? ¿Maduro que es el vivo ejemplo del Venezuelan way of life?
Chávez no tenía ni idea de lo que es el problema universitario, porque lo suyo era el problema del poder. Y algo similar puede decirse de Nicolás Maduro. En esa tesis, un científico es una persona que va al barrio a pintar una pared. Salga a la calle a transformar la sociedad. ¿Echando una mano de pintura?
A partir del año 1998, como parte del proceso constituyente, uno de los temas que se debatió fue la Universidad, su vínculo con la sociedad, su aporte al conocimiento y al desarrollo del país. Posteriormente, y para decirlo en términos pasteleros, “la torta se pasmó”. Lo que decidió el gobierno de Chávez, frente a la autonomía, a la libertad de cátedra y otras cosas “peligrosas” para el autoritarismo, fue dejar que las universidades se murieran de mengua. Una buena metáfora de la educación superior es el increíble estado de postración en que se encuentra el Hospital Clínico Universitario. ¿Por qué la sociedad venezolana es tan indolente frente a un problema como éste?
Diría que la indolencia es una actitud fabricada por los gobernantes, en una sociedad y en un Estado habituados a la rutina. ¿Alguien me gobierna? El Estado, el gobierno. Si te pones a ver la línea de conducción de las universidades venezolanas, es siempre el liderazgo político el que formula las políticas públicas sobre las universidades. Aquí siempre se habla de la Universidad creada por Bolívar en 1827 pero, en realidad, la Universidad fue creada por Santander en 1826, un año antes. Lo que ocurre es que Bolívar viene a Venezuela y firma los estatutos de la Universidad y le confiere una serie de propiedades que luego van a desaparecer, hasta Guzmán, que es el último que las liquida. Pero la Universidad moderna venezolana surge, inesperadamente, con Rómulo Betancourt. El modelo hispánico se mantuvo en vigencia desde 1826 hasta 1953 cuando se crean dos universidades privadas, que en realidad son dos fuerzas políticas: el sector empresarial y la Iglesia. Los empresarios, con Eugenio Mendoza, crean la Universidad Metropolitana y los Jesuitas la UCAB, patrocinada además por la Creole Petroleum Corporation. ¿Cuál es el propósito? Alcanzar sus propios objetivos. Incluso la Universidad Santa María, que es laica, se crea para sus propios intereses. Las autónomas quedan flotando.
¿Qué pasó en 1958, año en que se reanuda el modelo democrático en Venezuela?
Se retoma el proyecto de Rómulo de 1955, cuando Betancourt escribe Venezuela Política y Petróleo. Entonces, lo que técnica y académicamente puede decirse es que los venezolanos no hemos tenido un proyecto de Estado para la Universidad, sino que los gobiernos han creado una corriente institucional con la cual Chávez no tiene nada que ver. Ni Chávez ni Maduro comprendieron nunca el problema universitario, entre otras cosas, porque ése no era su problema. Lo de ellos era el del poder inmediato, el control del Estado y el control de la economía.
Se hacen las cosas siguiendo la pauta prêt-à-porte, “las cosas a mí medida”. La Iglesia, el empresariado, todo muy venezolano. ¿Quién conduce esto? Porque esto no puede ser una liga de fútbol, con sus clubes, con sus camisetas y sus siglas. La universidad, presumiblemente, es algo más complejo. ¿Nadie pensó en eso?
Estamos hablando de dos cosas: de las políticas públicas para las universidades y de quienes pensaron la Universidad. En Venezuela hay gente que ha pensado la Universidad, desde Andrés Bello, que es una luminaria intelectual impresionante, y luego tiene toda la gente que llega hasta Mayz Vallenilla, quienes pensaron la Universidad. Y algunos de ellos, como el propio Ernesto Mayz y Francisco De Venanzi, tuvieron la oportunidad no sólo de pensarla, sino de ejecutarla. Y ambos proyectos fueron exitosos, pero vamos a la pregunta: ¿quién dirige esto? ¿Quién es la cabeza? En toda sociedad hay quienes piensan y quienes ejecutan. Quienes piensan lo hacen desde una lógica, desde el deber ser, desde la racionalidad política, y la institución debe atender a esa racionalidad. Pero quienes ejecutan están presionados por tendencias internacionales. ¿Cuál es esa clave venezolana que explica todo el proceso de la Universidad? El concepto de expansión, un concepto que inventan los políticos del año 1945. Un país desolado, el país que entra en el siglo XX con la muerte de Juan Vicente Gómez, todas estas cosas de la modernización que se debaten y se incorporan en la Constituyente de 1947, donde hay unos debates entre las cabezas más lúcidas del país, como Luis Beltrán Prieto Figueroa y Mercedes Fermín, entre otros. Se introdujo en el ADN venezolano el concepto de expansión. Todo gobierno, a partir de 1958, expande.
La expansión se convierte en un objetivo político. La gestión gubernamental se traduce en un agregado de cosas: más planta física, más alumnos, más docentes. Pero en la base material no encuentras una sola idea. Para decirlo en términos claros: ahí no hay educación. ¿Cómo hacemos?
Ése es el problema. ¿Qué hacer? Es muy sencillo. ¿Cómo ejecutarlo? ¡Ah, es muy complicado! Y ahí volvemos al problema que se le planteó a Chávez en dos opciones: la primera, la racionalización del Estado venezolano en materia de conocimiento; la segunda, la expansión institucional de las universidades. Porque tenemos que hablar de dos cosas muy distintas. Una cosa son las universidades y otra cosa es el pensamiento que se hace en las universidades. Chávez optó por la única que le era rentable políticamente: expandir. Esa expansión llega hasta Arreaza, incluso hasta el propio Maduro: gradúan gente, le ponen una toga y un birrete, acatando la rutina medieval, que debería haberse suprimido hace muchísimos años. ¿Pero qué ocurre? ¿Cómo parar la expansión? No se puede, porque es una fuerza natural. ¿Qué tendríamos que hacer los venezolanos? Contraer. Nosotros tenemos más de dos millones y medio de estudiantes universitarios. No podemos tener más de quinientos mil. ¿Cómo lo haríamos? A través de criterios como, por ejemplo, la selección de estudiantes. La expansión crea el mito de que todos pueden ingresar a la universidad. Estamos en momentos olímpicos. Sabemos que los atletas se entrenan cuatro años para participar en una competencia donde la competencia es feroz, para ver quién es el hombre más veloz, quien salta más alto o más largo. Pero aquí pretendemos que todos se pueden graduar de abogados, de sociólogos, de médicos, de comunicadores sociales, etcétera, etcétera. Tenemos repugnancia al concepto de selección en las universidades, pero no en las Fuerzas Armadas.
¿Qué es lo que tenemos en Venezuela?
Estudiantes sin selección, profesores sin entrenamiento y un criterio técnico, completamente irrelevante, que es el de la era del entrenamiento. Nuestra universidad gradúa gente, no forma personas.
¿No es contradictorio? Para ir por la medalla, justamente, tienes que entrenarte.
El problema es que una sociedad requiere gente entrenada, pero también gente que pueda crear nuevas ideas. El entrenamiento, en la universidad venezolana, es de segunda categoría, porque es repetitivo. Si uno examina el eslabón más débil de la cadena universitaria en Venezuela, son los doctorados. Si examinas, como yo lo he hecho, treinta tesis de una universidad equis, adviertes que esas treinta personas repiten la misma bibliografía: todas repiten conocimientos de importación. El problema es que una universidad tiene que usar el conocimiento endógeno, que es entrenar, pero también el conocimiento exógeno. ¿Sabes cuál es la medición absoluta de nuestro sistema educativo? El conocimiento de importación. El día en que nosotros exportemos creatividad e innovación, ese día seremos buenos. ¿Pero qué ocurre? Que ya estamos exportando. Sí: unos seis mil profesionales con maestrías y doctorados de primera que se han fugado. La expresión latinoamericana para denominar este fenómeno es fuga de cerebros, pero yo estoy utilizando otra: huida de cerebros. Aquí la gente está huyendo de una condición política opresiva que liquida el problema del pensamiento.
En uno de sus trabajos afirma que el costo promedio de un paper en Venezuela es de 200.000 dólares. ¿No es una cifra asombrosa? Sobre todo cuando se compara con el promedio de otros países, que es de unos 150 dólares. ¿Por qué nos damos ese lujo? ¿Quién permite que eso pase?
Un paper cuesta mucha plata, pero vayamos a los números para evitar disquisiciones verbales. Un país como Venezuela, que se halla en el lugar sesenta en el medallero olímpico, que se halla en el lugar cuarenta en el ranking de la FIFA, también se halla en los últimos lugares entre las instituciones universitarias en cuanto a calidad y producción de conocimiento. Si hacemos un corte trasversal, del cien por ciento del conocimiento que se produce en el mundo, América Latina y el Caribe producen el cuatro por ciento. Si tomamos ese cuatro por ciento como el cien por ciento de la región, Venezuela, a su vez, produce el cuatro por ciento. Estoy citando el informe de la UNESCO del año 2000, donde Venezuela aparece perdiendo (una inflación inversa) el 28% de la producción científica. Repito la cifra para que se te grabe, porque es horroroso: Venezuela produce el 0,007 del producto del conocimiento mundial. Es decir, no participamos, no ganamos medalla. Hemos perdido el 28% de nuestro talento en una década.
Pero esas cifras no responden a la interrogante. ¿Por qué en Venezuela un paper cuesta 200.000 dólares?
Porque aquí nadie controla la calidad. En esa cuenta tienes que montar el costo de los profesores, el costo de las instalaciones y tienes que imputar la inversión más la pérdida: ese 28%. Si ves las cifras, que las tienen Iván de la Vega, Jaime Requena, gente estudiosa del tema, adviertes que en Venezuela cada profesor está produciendo menos cada día. Nosotros tenemos, en el programa de estímulos del gobierno, 16.000 participantes, pero publicamos menos de mil papers al año. ¿Qué pasa con los 15.000 participantes que no producen? Nos estamos engañando, anotándolos en una carrera en la cual no compiten. ¿Por qué? Porque nuestra universidad es opaca completamente. Cuando Chávez optó por la expansión y creó las universidades bolivarianas, ¿eso fue al Consejo Nacional de Universidades como lo establecía la ley? No. Las creó, nombró como rector a un satélite político e ideológico y nadie se responsabilizó por cuánto cuestan las cosas.
Si la participación de Venezuela en la producción de conocimiento es infinitesimal, es logarítmica, ¿esas seis mil personas, con postgrados de primera, no representaban el núcleo de una masa crítica para revertir esa tendencia? ¿Qué explica esa actitud displicente en el gobierno, y en la sociedad en general, que podríamos resumir con la frase ‘Señores, que les vaya bien’?
Hay un empobrecimiento intelectual y una indiferencia, el tema con el cual iniciamos esta conversación. Esa indiferencia está reflejada en el propio Chávez, un fanático que trató de ejecutar ideas imposibles de aplicar y sin ningún rendimiento. ¿Qué pasó con Chávez? Ya dijimos: expandió las universidades, pero además castigó a las otras, a las autónomas, tontamente. ¿Por qué? Porque él ha podido buscar aliados en los grupos de inteligencia del país, pero lo que hizo lo podríamos resumir en aquella frase hueca que les dirigió a los científicos del IVIC: Salgan a transformar a la sociedad en el campo. A mí eso me revela que Chávez nunca entendió nada. Lo digo muy en serio. Es fácil hablar de Chávez. Murió y los resultados de su gobierno se están viendo. Ya no hay secreto, ya no hay misterio. No hay nada. Pero Chávez despreció el talento. Le irritaba, le incomodaba… lo que fuera. Él creyó que el científico era un tipo que iba a un barrio a pintar paredes y que eso era transformar a la sociedad. No entendió el papel de la ciencia pura. Sólo mostró interés en las ciencias aplicadas. Y Maduro… ¡ah, yo admiro mucho a Maduro! Maduro es el ejemplo vivo del Venezuelan way of life. Sin estudios universitarios, sin conocimiento de idiomas, sin haber pasado por una cárcel, sin haber escrito un libro de poesía, aunque eso parece ser obligatorio en algunos políticos y, sin embargo, se levantará de la cama y dirá: ¡Yo soy presidente de la República! Sin ver más allá, porque no entiende estas cosas.
En Turquía, en Alemania o en México, países donde usted ha prestado asesorías, previsiblemente, alguien contactó a Orlando Albornoz a raíz de sus conocimientos de la Universidad. Pero en Miraflores, donde el señor Maduro pudiera tener su currículo, sencillamente lo echa a la basura. ¿Cómo es que usted llega a esos destinos y aquí se le ignora?
La gente cree que es un problema de vanidad. Esos contactos vienen del propio mundo académico. Hay congresos, hay reuniones, hay libros, que en Venezuela son casi una curiosidad. Pero esos libros son la fuente del conocimiento. Ni siquiera son las revistas, que vendrían a ser la punta del conocimiento, pero el conocimiento se aposenta en los libros. Ahí está la reflexión a largo plazo. La Universidad, al igual que un equipo de fútbol, es cosa de expertos. En consecuencia, en Turquía, en México, en Alemania, en Suiza, cuando se plantean mejorar sus universidades, que es un proceso continuo y permanente, buscan a los expertos. ¿Cómo los consiguen? En las publicaciones. En las reuniones internacionales y en su experiencia. Lo que ocurre es que la maquinaria universitaria es la misma en cualquier parte: en quince días un experto puede ver qué defectos tiene la maquinaria y cómo repararla. Yo no soy el único experto que hay en Venezuela. Por fortuna hay otros. Y en América Latina hay muchos que son capaces de decir: Señor Maduro, usted está yendo bien en esta dirección; usted está yendo mal en esta dirección.
¿Cuáles son esos mecanismos, adicionales a la expansión, que están fallando en las universidades venezolanas?
El tema de la salud institucional tiene un punto de quiebre. Nosotros los expertos, y ahora hablo en plural, pudiéramos decirle al señor Maduro lo que puede hacer para reparar el sistema nacional de universidades. Pero la pregunta es: ¿cuánto de las respuestas que da un experto son absorbibles por el proyecto político nacional? Y hay otra pregunta: ¿podemos ejecutar criterios de selección rigurosos, cuando la Constitución dice que la Universidad es un derecho? ¿Podemos, al mismo tiempo, imponer cobro de matrícula, cuando la Constitución dice que la Universidad es gratuita? Esto constituye un lesivo castigo para las clases populares y un premio inesperado para las clases de ingresos medios y altos. Sigo, señor Maduro: ¿por qué no entrena al personal docente sobre la base siguiente? ¿Por qué, en un lapso de diez años, no se cancelan las vacaciones colectivas para aumentar la rentabilidad, que en este momento está en 7 meses sobre 12? ¿Por qué, señor Maduro, usted no retira la fuerza laboral pasiva de la fuerza laboral activa de las universidades? Nosotros estamos pagando la mitad de la fuerza laboral, que es pasiva. Pero, además, con los agravantes increíbles de que esa fuerza laboral pasiva es reempleada, de forma fraudulenta, en los propios organismos del Estado, creando una élite de individuos que cobra dos y tres sueldos y rinden ninguno, porque ya son jubilados y la palabra jubilado es el cese de funciones. Y la tapa del frasco será decirle: Señor Maduro, si nosotros sabemos que la fuerza laboral carece de calidad, ¿por qué no pagamos por rendimiento en vez de por función?. Entonces mi sueldo sería distinto al de quien no produce, porque yo produzco conocimiento de exportación.
La fantasía de la clase media es graduar a sus hijos en la universidad. Además, tenemos a unos constituyentistas que refrendaron ese sueño como un derecho universal. Una Constitución inaplicable. El libro rojo de Mao. Todo el mundo la blande y la agita. ¿Cómo es que se refrenda una idea que es irrealizable, pero que es un baluarte del igualitarismo?
Porque hay una mentalidad de que el Estado debe cubrir todas las necesidades. Cuando el gobierno dice la universidad es gratuita se está refiriendo sólo a la matrícula. No se está refiriendo a los costos reales de educar a un individuo durante cinco años. Sobre todo porque nosotros no tenemos universidades residenciales. Nuestro sistema universitario es maravillosamente transeúnte. Los estudiantes, los profesores, los proveedores, se levantan van a las universidades y hacen lo que tienen que hacer y luego regresan a sus casas. Y, además, está el recurso del sector privado. Un sector todavía más acomodaticio que el sector oficial. Menos funcional en eso de crear un ambiente de construcción de individuos, porque el sector privado en Venezuela ha sido uno de los grandes baches de la sociedad. Es un sector improductivo, que canoniza el título. Tú no vas a la universidad privada a aprender, sino a aprobar asignaturas hasta que te den un título que nadie supervisa. Del cien por ciento del conocimiento que se produce en Venezuela, el sector privado aporta sólo el cinco por ciento, pero obtienen el 21% del dinero que se mueve en las universidades. Es decir: el sector privado gana más de lo que devuelve a la sociedad.
¿Cuál podría ser el comienzo de un cambio que nos lleve a transitar por un proyecto universitario más productivo, más competitivo? ¿Hubo acaso un referente en el pasado que nos sirva de ejemplo?
En la academia no tenemos un pasado luminoso al cual acudir como modelo. Hay gente que pretende o que cree que si hay un cambio de gobierno, sea en 2016 o en 2019, como es lo más probable que ocurra, al día siguiente vendrá otro gobierno y “resetea” a las universidades venezolanas. No. Y ahí nos encontramos con el peor engaño de Hugo Chávez, cuando decía que íbamos a ser una potencia petrolera mundial en el mismo momento en que el negocio petrolero estaba colapsando. Así como el señor Maduro repite hasta el cansancio el cuento de la Venezuela potencia. Eso es mentira. En cuanto al futuro, yo no quiero un gobierno de tecnócratas ni una autocracia de sabios. Yo no estoy proponiendo eso. Los sociólogos, los economistas, tenemos una visión técnica del futuro. Yo, personalmente, no veo que haya un agente institucional ni ningún líder que esté planteando el problema de las universidades. Observe usted que las universidades autónomas tienen diez años sin hacer elecciones, bajo el pretexto de que hay elementos de ley que lo impiden. ¿En quién va a confiar uno? ¿En esos que nos dicen que vamos a ser una potencia con los números y las figuras?
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