CIPER, Chile, 05/09/11
Uno de los temas que separan al gobierno de los estudiantes es la idea de que hacer gratuita la educación superior, es una política injusta y “regresiva” pues aumentaría la desigualdad entre ricos y pobres. El argumento ha sido repetido por políticos, especialista y economistas como una suerte de mantra para cerrar definitivamente la puerta a la exigencia de los estudiantes. En esta columna Alejandro Corvalán y Claudia Sanhueza, destacados economistas de Instituto de Políticas Públicas de la Universidad Diego Portales, ponen en duda estas certezas. Tras examinar la encuesta Casen y calcular cuánto gastan los distintos grupos sociales en educación concluyen que dar educación gratuita a todos los estudiantes, mejora levemente la desigualdad. Es decir, tras la gratuidad para todos Chile sería un país un poco menos desigual de lo que es hoy.
Uno de los lugares comunes más repetidos en la actual discusión sobre la educación superior, es que su gratuidad atenta contra la igualdad. Si el Estado decide financiar los aranceles de los estudiantes, entonces los pobres estarían subsidiando a los ricos, pues estos últimos se educan en una mayor proporción. El argumento no es nuevo, y de hecho fue popularizado por Milton Friedman en su libro “Libertad para Elegir” de 1979. Connotados expertos en educación como José Joaquín Brunner y Carlos Peña, e incluso economistas como Joseph Ramos y Guillermo Le Fort, han indicado que subvencionar los estudios superiores sería una medida regresiva, es decir, que aumentaría la desigualdad(1). La afirmación parece tan obvia a primera vista que no ha merecido un análisis más cuidadoso.
No obstante, este consenso es un error. Contrario a la intuición, una propuesta extrema de financiamiento total del sistema – es decir, la gratuidad de la educación superior – tiene un efecto positivo sobre la igualdad, aun sin considerar los efectos de la recaudación. En el caso particular de Chile, la gratuidad generaría una disminución no ambigua en el coeficiente de Gini.
Antes de presentar los datos, es necesario explicar por qué una política como la gratuidad en la educación puede ser una política progresiva.
Uno de los lugares comunes más repetidos en la actual discusión sobre la educación superior, es que su gratuidad atenta contra la igualdad. Si el Estado decide financiar los aranceles de los estudiantes, entonces los pobres estarían subsidiando a los ricos, pues estos últimos se educan en una mayor proporción. El argumento no es nuevo, y de hecho fue popularizado por Milton Friedman en su libro “Libertad para Elegir” de 1979. Connotados expertos en educación como José Joaquín Brunner y Carlos Peña, e incluso economistas como Joseph Ramos y Guillermo Le Fort, han indicado que subvencionar los estudios superiores sería una medida regresiva, es decir, que aumentaría la desigualdad(1). La afirmación parece tan obvia a primera vista que no ha merecido un análisis más cuidadoso.
No obstante, este consenso es un error. Contrario a la intuición, una propuesta extrema de financiamiento total del sistema – es decir, la gratuidad de la educación superior – tiene un efecto positivo sobre la igualdad, aun sin considerar los efectos de la recaudación. En el caso particular de Chile, la gratuidad generaría una disminución no ambigua en el coeficiente de Gini.
Antes de presentar los datos, es necesario explicar por qué una política como la gratuidad en la educación puede ser una política progresiva.
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